Me fue igual de bien el martes en la mesa organizada en la sala Jacobo Laks del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, instancia que depende del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. Sobre este espacio y esta institución valdría escribir más adelante, pues ya desde la frase inscrita en uno de sus muros se ve por dónde van sus intereses: “El avance hacia la utopía requiere de muchas batallas, pero sin duda la primera es la batalla cultural”, dijo alguna vez Gorini, uno de los máximos dirigentes que ha tenido el cooperativismo argentino.
Después del acto, varios presentadores y algunas personas del público terminamos en un restaurante cercano al CCC. Allí, los comensales próximos a mi silla y yo platicamos mucho sobre México; acá siempre les interesa oír de nosotros y preguntan de todo: de la violencia, de Ciudad Juárez, de nuestras canciones, de nuestra comida, de nuestra política, de lo que sea. La conversación derivó, como suelen encapricharse las charlas por caminar hacia cualquier rumbo, en algunas de las diferencias que yo había visto en el hacer cotidiano. No tuve dificultades para enumerar un puñado de comportamientos o microcostumbres argentinas que me resaltaban al contrastarlas con las mexicanas. Estas son:
a) El estricto café: asombró mi descripción del servicio de café en México. Les dije que en muchos restaurantes de mi rancho los clientes pedían un café y por el pago de una taza podían tomarse mil, tantas como cupieran en el dañado cuerpo. En la Argentina, al contrario, el pago de un café sólo da derecho a un café, y pequeño, no el tazón criminal que solemos beber en nuestra patria. Lo acompañan, eso sí, con un platito de cuatro microgalletas y un vasititito de agua.
b) El desayuno fakir: a diferencia de los desayunos pantagruélicos que ingerimos en México, una combinación de huevos, carnes, tortillas, frijoles, frutas, café, jugo, leche, cereal, yugurt y más, los argentinos se dan por desayunados con un café y unas “facturas”, o sea, unos panes que pueden ser cuernitos o bollos con textura de charamusca.
c) La pizza intocable: uno de los platillos que en México consumidos siempre con las manos es la pizza. Los argentinos me comentan que ellos igual, o casi, pues en los restaurantes le entran con cubiertos. Al pueblo que fueres, haz lo que vieres, así que por primera vez comí pizza con cuchillo y tenedor.
d) La edición casera: la crisis económica, que ellos juzgan permanente, se ve reflejada en todo. La edición de libros no está al margen de ella, pues. Hay muchísimos escritores en la Argentina, quizá tres o cuatro veces más de los que puedo calcular para México. Para dar unos ejemplos, acá me he topado con médicos, psicólogos, contadores, terapeutas, sociólogos que además de sus carreras profesionales escriben versos o relatos. Todos quieren publicar, pero no hay dónde, ya que el gobierno apenas si tiene algunas mínimas válvulas para eso. ¿Cómo resuelven el problema? Se privan de algo, ahorran y hacen o mandan hacer ediciones caseras, artesanales, muchas veces feas de aspecto pero por lo regular con estimables contenidos. Viendo comparativamente el hecho, los escritores mexicanos somos chípiles.
e) El mundo de la coperacha: un país con bajos salarios, con empleos escasos, con todo precio en aumento permanente, no tiene más salida que el cooperativismo. Todo emprendimiento demanda el concurso de todos, y eso se ve claro a la hora de pagar las cuentas, por caso, de las cenas organizadas luego de las presentaciones. Nada de que la institución paga; no hay dinero para ello. Al consumir, todos se miden, comen equitativamente lo que hay y dividen en porciones iguales el pago de la cuenta. Al final, los billetes se juntan en un montón sin que nadie, como en México, le haga al valiente y diga “no, yo pago todo”. La coperecha es aquí irremediable.
Después del acto, varios presentadores y algunas personas del público terminamos en un restaurante cercano al CCC. Allí, los comensales próximos a mi silla y yo platicamos mucho sobre México; acá siempre les interesa oír de nosotros y preguntan de todo: de la violencia, de Ciudad Juárez, de nuestras canciones, de nuestra comida, de nuestra política, de lo que sea. La conversación derivó, como suelen encapricharse las charlas por caminar hacia cualquier rumbo, en algunas de las diferencias que yo había visto en el hacer cotidiano. No tuve dificultades para enumerar un puñado de comportamientos o microcostumbres argentinas que me resaltaban al contrastarlas con las mexicanas. Estas son:
a) El estricto café: asombró mi descripción del servicio de café en México. Les dije que en muchos restaurantes de mi rancho los clientes pedían un café y por el pago de una taza podían tomarse mil, tantas como cupieran en el dañado cuerpo. En la Argentina, al contrario, el pago de un café sólo da derecho a un café, y pequeño, no el tazón criminal que solemos beber en nuestra patria. Lo acompañan, eso sí, con un platito de cuatro microgalletas y un vasititito de agua.
b) El desayuno fakir: a diferencia de los desayunos pantagruélicos que ingerimos en México, una combinación de huevos, carnes, tortillas, frijoles, frutas, café, jugo, leche, cereal, yugurt y más, los argentinos se dan por desayunados con un café y unas “facturas”, o sea, unos panes que pueden ser cuernitos o bollos con textura de charamusca.
c) La pizza intocable: uno de los platillos que en México consumidos siempre con las manos es la pizza. Los argentinos me comentan que ellos igual, o casi, pues en los restaurantes le entran con cubiertos. Al pueblo que fueres, haz lo que vieres, así que por primera vez comí pizza con cuchillo y tenedor.
d) La edición casera: la crisis económica, que ellos juzgan permanente, se ve reflejada en todo. La edición de libros no está al margen de ella, pues. Hay muchísimos escritores en la Argentina, quizá tres o cuatro veces más de los que puedo calcular para México. Para dar unos ejemplos, acá me he topado con médicos, psicólogos, contadores, terapeutas, sociólogos que además de sus carreras profesionales escriben versos o relatos. Todos quieren publicar, pero no hay dónde, ya que el gobierno apenas si tiene algunas mínimas válvulas para eso. ¿Cómo resuelven el problema? Se privan de algo, ahorran y hacen o mandan hacer ediciones caseras, artesanales, muchas veces feas de aspecto pero por lo regular con estimables contenidos. Viendo comparativamente el hecho, los escritores mexicanos somos chípiles.
e) El mundo de la coperacha: un país con bajos salarios, con empleos escasos, con todo precio en aumento permanente, no tiene más salida que el cooperativismo. Todo emprendimiento demanda el concurso de todos, y eso se ve claro a la hora de pagar las cuentas, por caso, de las cenas organizadas luego de las presentaciones. Nada de que la institución paga; no hay dinero para ello. Al consumir, todos se miden, comen equitativamente lo que hay y dividen en porciones iguales el pago de la cuenta. Al final, los billetes se juntan en un montón sin que nadie, como en México, le haga al valiente y diga “no, yo pago todo”. La coperecha es aquí irremediable.