domingo, mayo 23, 2010

Filosofía taurina



En la semana vimos dos horribles cornadas en la plaza de Las Ventas. En una de ellas el pitón entra por la yugular y sale por la boca del torero. Una escena espantosa, tanto como la del habitual y profundo estoque en las carnes del astado. Lo que pasa es que ya nos acostumbramos a ver la muerte del toro, a sentir que es normal su ejecución pública y festiva. En fin, sigue siendo complejo el tema de la tauromaquia, su defensa y su repudio. En el más reciente número de Nomádica, la revista encabezada por Héctor Esparza y Armando Monsiváis, publiqué el artículo que sigue. Ojalá diga algo nuevo sobre esto. Aquí va:
Como sabemos, largo ha sido el debate armado en España ante la posibilidad de que sea prohibido el toreo en Cataluña. El parlamento se convirtió, durante semanas muy acaloradas, en el redondel donde taurinos y antitaurinos embisten y faenan alternadamente con el fin de coger a sus respectivos contrincantes para que, al final de las argumentaciones, los legisladores voten a favor o en contra de la iniciativa. Por supuesto, allí se ha oído de todo: los taurinos se defienden diciendo que el toreo es un arte, una tradición, parte de la cultura y timbre de la esencia española; han dicho además que la tentativa de prohibición tiene tintes políticos, afán de distinguir también en este punto a la nacionalista Cataluña del resto de España. Por su parte, los antitaurinos hablan de espectáculo cruel y vergonzoso, de fiesta macabra basada en la inferioridad del animal respecto del hombre.
Así los bandos, el acuerdo es imposible. Como en temas religiosos o sexuales, aquí tampoco veremos que ceda (o “doble las manos”, para seguir con el dialecto taurino) uno de los extremos. Para unos es manifestación cultural llena de atributos; para otros, atrocidad, y en este mar erizado de puyazos lo único que queda claro es que, por las razones que queramos, la mayoría se ha ido inclinando poco a poco a favor de la prohibición: cerca del 80% de los catalanes opina ya que las corridas deben ser suprimidas.
Ante el avance sostenido de la corriente de opinión antitaurina se ha expresado con más bravura el parecer contrario. Los amantes de las corridas de toros buscan y rebuscan en todo lo que pueden para justificar la permanencia de lo que siguen llamando “fiesta”. Han apelado a todo: a la historia, a la antropología, a la ecología, a la zoología y ahora, para mi sorpresa, a la filosofía.
Sí, un filósofo francés llamado Francis Wolff publicó un documento (no sé si en formato de libro o algo parecido) con 50 razones para defender la corrida de toros. Según la brevísima ficha biográfica que hallé en la Wiki, Wolff es catedrático en la Escuela Normal Superior de la Universidad de París. Antes impartió clases en las universidades de Paris-X-Nanterre, en la de Reims y en la de Sao Paulo, Brasil. Sus obras son Sócrates (1994), Aristóteles y la política (1997), El ser, el hombre, el discípulo (2000), Decir el mundo (2004) y Filosofía de las corridas de toros (2007). Un artículo publicado en el periódico ABC de Madrid (1 de junio de 2008) condensa sus “50 razones” y expone clara idea de su posición como defensor de las corridas de toros. Su título es “La ética de las corridas”, y, entre otros argumentos, expone éste (ofrezco disculpas por citarlo in extenso, pero es necesario atender este denso bordado de abstracciones):
“La corrida no es ni inmoral ni amoral en relación con las especies animales. La relación del hombre con los toros durante su vida y su último combate es desde muchos puntos de vista ejemplo de una ética general. Su primer principio sería: hay que respetar a los animales, o al menos a algunos de ellos, pero no en igualdad con el hombre. Los deberes que tenemos hacia otras especies, incluso las más próximas a nosotros, están subordinados a los deberes que tenemos hacia los demás hombres, incluso los más lejanos. Y la ética general de la corrida es justamente la codificación de este principio. Pues la moral de la lidia se resume a esto: el animal debe morir, el hombre no debe morir. Es desigual, por cierto, pero esta desigualdad es justamente moral en su principio. Si las posibilidades del hombre y del animal fuesen iguales, como en los juegos del circo romano, ¿no sería bárbaro? En la corrida el toro muere necesariamente, pero no es abatido como en el matadero, es combatido. Porque el combate en el ruedo, aunque sea fundamentalmente desigual, es radicalmente leal. El toro no es tratado como una bestia nociva que podemos exterminar ni como el chivo expiatorio que tenemos que sacrificar, sino como una especie combatiente que el hombre puede afrontar. Tiene, pues, que ser con el respeto de sus armas naturales, tantos físicas como morales. El hombre debe esquivar al toro, pero de cara, dejándose siempre ver lo más posible, situándose de manera deliberada en la línea de embestida natural del toro, asumiendo él mismo el riesgo de morir. Sólo tiene el derecho de matar al toro quien acepta poner en juego su propia vida. Un combate desigual pero leal: las armas de la inteligencia y de la astucia contra las del instinto y la fuerza. La corrida es, pues, lo contrario de la barbarie porque se sitúa a equidistancia de dos barbaries opuestas. Si el combate fuese igualitario, su práctica sería innoble para el hombre puesto que el valor de la vida humana se vería reducido al del animal —como en la formas de barbarie antigua que eran los juegos del circo romano—. Si el combate fuese desleal, su práctica sería innoble para el toro, puesto que el valor de la vida animal se habría reducido al de una cosa —como en la barbarie moderna que suponen las formas extremas de ganadería industrial—. En la corrida el hombre no lucha ni contra un hombre ni contra una cosa. El hombre afronta su ‘Otro’”.
La cita que traigo es el sesudo corazón de la defensa que hace Wolff por lo menos en ese artículo. Al transcribirla completa quiero evidenciar que así como durante siglos se bordaron mil y un sofismas para justificar la guerra-colonización-extermino de pueblos enteros en Asia, África y América, ahora también la señora filosofía se sienta a la mesa para justificar, con todo tipo de barroquismos intelectuales, la crueldad de la tauromaquia. Baste confirmar lo obvio: la desventaja, más allá de los ornamentos retóricos que buscan pintar lindo lo monstruoso, del animal frente al hombre. Del otro lado, creo, el argumento es pragmático, material, concreto como la punta de un picador, la púa de una banderilla o el filo de un estoque: la crueldad es crueldad con o sin filosofía. Sospecho que Aristóteles no sirve para mucho en estos casos.