Con sólo agregar “México”, la palabra “México”, la “Declaración de la Ciudad de México” de Antonio Subirats explica a la perfección, de manera sintética y profunda, lo que nos está pasando. Gracias a ese texto leído por el pensador español el 28 de marzo de 2003 en el encuentro “América Latina y la guerra global” celebrado en la Ciudad de México, notamos que la famosa guerra contra el narcotráfico es, o al menos puede ser, pues todo embona, una creatura diseñada para justificar las sutiles y las no tan sutiles formas del injerencismo actual. ¿Plan Mérida? Qué raro suena esa cooperación, tanto como los aplausos a un Calderón que si no fuera allá, en EUA, o en la España convenenciera y neocolonial, jamás recibiría esa salva de palmadas en ningún lugar de nuestro país.
La “Declaración…” fue leída cuando apenas había pasado el primer trienio del foxato. Ya asomaba su cabeza el jabalí furioso de la violencia, pero todavía no lo suficiente como para que Subirats nos incluyera en la lista de países carcomidos por el inducido Mal de una lucha cuyos resultados negativos convencerían a cualquiera de frenarla, menos a quienes la promueven. Quizá nuestros gobiernos títeres la han acometido porque no hay remedio, porque luchar contra el narco es la máscara de una militarización forzada en función de una guerra mayor, como ha reflexionado Subirats.
Hallé su “Declaración…” en el libro Violencia y civilización (2006), de Losada. A este pensador lo sigo con atención desde que noté su penetrante mirada crítica en La existencia sitiada, ensayos publicados en México por Fineo. Ahí advertí que en el ámbito hispánico es uno de los más punzantes observadores de la envenenada actualidad mundial.
Subirats expone que la guerra en Irak puso en evidencia los ánimos de control sobre los recursos energéticos de aquella zona. Descaradamente, la mencionada guerra expuso además el manejo monopólico y chantajista de la información, al hacer de las noticias el instrumento justificatorio (o maquillatorio) de la violencia. Y agrega: “En nombre de la guerra global, y de la seudónima Guerra contra el Mal y el Terrorismo, no solamente se dan por sentadas las infranqueables barreras militares, económicas y tecnológicas que separan las naciones postindustriales de un submundo políticamente degradado por las estrategias financieras globales. Su objetivo político implícito es hacer más profundas esas diferencias, volverlas irreversibles, y llevarlas a una situación explosiva y terminal. Su última consecuencia es radicalizar estos conflictos como última legitimación de una militarización a escala planetaria”.
Pone como ejemplos de devastación programada a Afganistán, Colombia e Irak; aquí es donde, al menos desde hace algunos años, podemos agregar “México”: “La propaganda de guerra y la inducción mediática de una violencia difusa, el apoyo a gobiernos corruptos y el desmantelamiento de las instituciones globales democráticas, desde las Naciones Unidas hasta las organizaciones informativas independientes, trazan las ostensibles directrices de un nuevo totalitarismo mundial”.
Creo que nada se alteraría aquí si añadimos “Mexico”: “Estas guerras, que hoy se extienden de Irak a Afganistán, y de Colombia a Somalia, sin un final previsible en el tiempo y sin límites en el espacio, no solamente ponen de manifiesto un anunciado descarrilamiento del modelo neoliberal de desarrollo económico y globalización a lo largo de un proceso continuado de violencia. Sus estrategias comprenden, antes que otra cosa, la destrucción masiva de ecosistemas regionales, el calentamiento global indefinido, y el empobrecimiento letal de cientos de millones de humanos”.
La “Declaración…” de Subirats apunta a señalarnos el sentido en el que se mueven hoy las manecillas del reloj ideológico dominante. En tal dinámica nuestro país y su guerra interna son apenas el movimiento de una pieza, de un peón ajedrecístico. Todo encaja, reitero, con lo que dice el pensador español: la guerra global que busca la devastación/apropiación necesita de muchas guerras locales. La nuestra no tiene razón de ser si la observamos aislada, pero adquiere sentido cuando notamos que se inscribe en un flujo mayor, en el caudal de un gran proyecto esquilmatorio.
La “Declaración…” fue leída cuando apenas había pasado el primer trienio del foxato. Ya asomaba su cabeza el jabalí furioso de la violencia, pero todavía no lo suficiente como para que Subirats nos incluyera en la lista de países carcomidos por el inducido Mal de una lucha cuyos resultados negativos convencerían a cualquiera de frenarla, menos a quienes la promueven. Quizá nuestros gobiernos títeres la han acometido porque no hay remedio, porque luchar contra el narco es la máscara de una militarización forzada en función de una guerra mayor, como ha reflexionado Subirats.
Hallé su “Declaración…” en el libro Violencia y civilización (2006), de Losada. A este pensador lo sigo con atención desde que noté su penetrante mirada crítica en La existencia sitiada, ensayos publicados en México por Fineo. Ahí advertí que en el ámbito hispánico es uno de los más punzantes observadores de la envenenada actualidad mundial.
Subirats expone que la guerra en Irak puso en evidencia los ánimos de control sobre los recursos energéticos de aquella zona. Descaradamente, la mencionada guerra expuso además el manejo monopólico y chantajista de la información, al hacer de las noticias el instrumento justificatorio (o maquillatorio) de la violencia. Y agrega: “En nombre de la guerra global, y de la seudónima Guerra contra el Mal y el Terrorismo, no solamente se dan por sentadas las infranqueables barreras militares, económicas y tecnológicas que separan las naciones postindustriales de un submundo políticamente degradado por las estrategias financieras globales. Su objetivo político implícito es hacer más profundas esas diferencias, volverlas irreversibles, y llevarlas a una situación explosiva y terminal. Su última consecuencia es radicalizar estos conflictos como última legitimación de una militarización a escala planetaria”.
Pone como ejemplos de devastación programada a Afganistán, Colombia e Irak; aquí es donde, al menos desde hace algunos años, podemos agregar “México”: “La propaganda de guerra y la inducción mediática de una violencia difusa, el apoyo a gobiernos corruptos y el desmantelamiento de las instituciones globales democráticas, desde las Naciones Unidas hasta las organizaciones informativas independientes, trazan las ostensibles directrices de un nuevo totalitarismo mundial”.
Creo que nada se alteraría aquí si añadimos “Mexico”: “Estas guerras, que hoy se extienden de Irak a Afganistán, y de Colombia a Somalia, sin un final previsible en el tiempo y sin límites en el espacio, no solamente ponen de manifiesto un anunciado descarrilamiento del modelo neoliberal de desarrollo económico y globalización a lo largo de un proceso continuado de violencia. Sus estrategias comprenden, antes que otra cosa, la destrucción masiva de ecosistemas regionales, el calentamiento global indefinido, y el empobrecimiento letal de cientos de millones de humanos”.
La “Declaración…” de Subirats apunta a señalarnos el sentido en el que se mueven hoy las manecillas del reloj ideológico dominante. En tal dinámica nuestro país y su guerra interna son apenas el movimiento de una pieza, de un peón ajedrecístico. Todo encaja, reitero, con lo que dice el pensador español: la guerra global que busca la devastación/apropiación necesita de muchas guerras locales. La nuestra no tiene razón de ser si la observamos aislada, pero adquiere sentido cuando notamos que se inscribe en un flujo mayor, en el caudal de un gran proyecto esquilmatorio.