La autonomía de muchas universidades estatales es sólo de membrete, como sabemos. Su libertad está acotada, sobre todo, por la fuerte vinculación que suelen tener los rectores y sus camarillas con el gobierno estatal de turno y entidad. Así, en muchos estados pasa que las rectorías dependan prácticamente del gobernador o de grupos políticos corruptos, cuando se supone que un rector sólo debe rendir cuentas a la comunidad universitaria. Un amigo, el escritor Rogelio Guedea, colimense que desde hace algunos años radica en Nueva Zelanda (donde es maestro en la Universidad de Otago), ha mantenido, pese a la distancia, un genuino interés en ver por la salud de la universidad que alguna vez lo acogió y que hoy es un campus donde reinan el soborno y la mendacidad. Preocupado, me manda esta carta de denuncia. Le hago eco en función de su verdad, cierto, pero también porque se han dado amenazas en su contra y/o de los suyos. Vaya para él mi solidaridad. Guedea escribe:
“Es necesario hacer un llamado nacional para evitar que la Universidad de Colima se vuelva a convertir, otra vez, en un mero trampolín político y, con ello, deje a la deriva su compromiso sustancial con la academia. Existe actualmente un reclamo general por parte de la comunidad universitaria —un reclamo solapado, claro está, debido a la represión ejercida por el rector de la máxima casa de estudios, Miguel Ángel Aguayo López— en el sentido de que el dirigente no ha cumplido y no cumple con ninguno de los compromisos que prometió durante la toma de protesta como rector —hace ya más de cuatro años— y que, en cambio, se ha aliado a un grupo de políticos que gozan de una pésima reputación como servidores públicos en la sociedad colimense. Estos políticos son Arnoldo Ochoa, actual diputado federal, y Fernando Moreno Peña, ex rector y además ex gobernador de Colima, principales cabecillas de todo este malogro y con quienes el rector Aguayo López ha establecido alianzas que ponen en serio riesgo el futuro de la Universidad en virtud de que se trata de personajes corruptos que sólo utilizarían a nuestra alma máter para sus fines políticos, tal como ahora lo está haciendo el propio rector Aguayo, quien quiso aprovechar la plataforma universitaria para alcanzar la gubernatura del Estado (proyecto fallido, afortunadamente) y ahora la usa también para intentar conseguir un puesto de primer nivel en el gabinete en formación del gobernador electo Mario Anguiano. Aparte de esto, el rector Aguayo López es acusado de represión, de incapacidad para resolver los problemas sustanciales de la Universidad (crisis económica aparte), de nepotismo, falta de transparencia en los procesos, verticalidad en las decisiones y, por supuesto, de corrupción. Yo mismo, por algunos señalamientos que he realizado sobre su cuestionada gestión, he sido objeto de intentos de soborno, hostigamiento y ofensas públicas, todo ello sólo por advertir del riesgo que implicaría tener como rector, otra vez, a un político corrupto (como lo será cualesquiera de los aliados a este grupo, rector Aguayo López incluido) en lugar de a un verdadero académico que cuente con una trayectoria limpia dentro de la burocracia universitaria, que es lo que no sólo estará necesitando la Universidad de Colima sino la mayoría de las universidades mexicanas. Por eso escribí al principio que esto era un ‘llamado nacional’. Me preocupa, sí, lo que pasa en la Universidad de Colima, y más ahora que trabajo en una universidad neozelandesa, en donde los dirigentes no pueden ser sino académicos (profesores e investigadores) en activo, reales, pero también me preocupan los destinos de todas las universidades del país, muchas de las cuales estarán padeciendo las mismas calamidades. Me preocupa, en suma, como a muchos, el destino de la educación en México, que —por estos motivos que he señalado y otros más que a cualquiera se le escapan de la vista— se presentan tan desalentador como incierto si no se abandonan los discursos oficiales y oficiosos y se concretan acciones reales y de verdadero compromiso no con tales o cuales intereses particulares sino, simple y únicamente, con el porvenir”.
“Es necesario hacer un llamado nacional para evitar que la Universidad de Colima se vuelva a convertir, otra vez, en un mero trampolín político y, con ello, deje a la deriva su compromiso sustancial con la academia. Existe actualmente un reclamo general por parte de la comunidad universitaria —un reclamo solapado, claro está, debido a la represión ejercida por el rector de la máxima casa de estudios, Miguel Ángel Aguayo López— en el sentido de que el dirigente no ha cumplido y no cumple con ninguno de los compromisos que prometió durante la toma de protesta como rector —hace ya más de cuatro años— y que, en cambio, se ha aliado a un grupo de políticos que gozan de una pésima reputación como servidores públicos en la sociedad colimense. Estos políticos son Arnoldo Ochoa, actual diputado federal, y Fernando Moreno Peña, ex rector y además ex gobernador de Colima, principales cabecillas de todo este malogro y con quienes el rector Aguayo López ha establecido alianzas que ponen en serio riesgo el futuro de la Universidad en virtud de que se trata de personajes corruptos que sólo utilizarían a nuestra alma máter para sus fines políticos, tal como ahora lo está haciendo el propio rector Aguayo, quien quiso aprovechar la plataforma universitaria para alcanzar la gubernatura del Estado (proyecto fallido, afortunadamente) y ahora la usa también para intentar conseguir un puesto de primer nivel en el gabinete en formación del gobernador electo Mario Anguiano. Aparte de esto, el rector Aguayo López es acusado de represión, de incapacidad para resolver los problemas sustanciales de la Universidad (crisis económica aparte), de nepotismo, falta de transparencia en los procesos, verticalidad en las decisiones y, por supuesto, de corrupción. Yo mismo, por algunos señalamientos que he realizado sobre su cuestionada gestión, he sido objeto de intentos de soborno, hostigamiento y ofensas públicas, todo ello sólo por advertir del riesgo que implicaría tener como rector, otra vez, a un político corrupto (como lo será cualesquiera de los aliados a este grupo, rector Aguayo López incluido) en lugar de a un verdadero académico que cuente con una trayectoria limpia dentro de la burocracia universitaria, que es lo que no sólo estará necesitando la Universidad de Colima sino la mayoría de las universidades mexicanas. Por eso escribí al principio que esto era un ‘llamado nacional’. Me preocupa, sí, lo que pasa en la Universidad de Colima, y más ahora que trabajo en una universidad neozelandesa, en donde los dirigentes no pueden ser sino académicos (profesores e investigadores) en activo, reales, pero también me preocupan los destinos de todas las universidades del país, muchas de las cuales estarán padeciendo las mismas calamidades. Me preocupa, en suma, como a muchos, el destino de la educación en México, que —por estos motivos que he señalado y otros más que a cualquiera se le escapan de la vista— se presentan tan desalentador como incierto si no se abandonan los discursos oficiales y oficiosos y se concretan acciones reales y de verdadero compromiso no con tales o cuales intereses particulares sino, simple y únicamente, con el porvenir”.