viernes, septiembre 18, 2009

Peluche de Ale Guzmán



Estoy en un café releyendo las profundas obras completas del filósofo Paulo Coelho y me desconcentra el audio del televisor. El mesero ha subido el volumen a una nota de cierto programa chirinolero que hace las delicias del amable televidente mexicano a eso de las seis de la tarde. Según el locutor y según la imagen, Alejandra Guzmán se presentó en el teatro del pueblo de la feria zacatecana y allí amarró a Adal Ramones en una silla preparada ex profeso para concelebrar una rutina cómica-teibológica-musical.
En efecto, la hija de Enrique Guzmán y Silvia Pinal aparece con una minifalda untada a su sinuoso cuerpo. Ya está un poco tamaloncita, pero conserva las curvas suficientes y bien tonificadas como para alborotar la hormona del exigente público trailero. La Guzmán usa unas botas de cuero negro que le llegan hasta los muslos, lo que enfatiza su aspecto zorruno. Fálico micrófono en mano, la rockera canta y poco a poco se desplaza hacia la silla donde, como víctima de una chica sádica, la espera atado el sonriente/nervioso ex conductor de Otro rollo. La cantante llega entonces a la silla y se trepa perniabiertota a las antebraceras, de suerte que queda parada frente a Adal, quien mira cerca de su rostro el caderamen de la Guzmán. Es allí donde ocurre lo más pelangocho: la chica, con un sublime y ascendente movimiento de cintura desliza su área púbica por la cara de un Ramones que ve pasar demasiado cerca, casi hasta rozarle la nariz, un objeto volador sí identificado, es decir, un peluche sólo cubierto, y eso acaso, por alguna tanga más pequeña que la lealtad de Juanito. Acto seguido, la cantante se abre más de ancas y apoya sus pliegues íntimos en la mollera de Adal, víctima/beneficiario de los pecaminosos arrejuntamientos que prodiga el pescado zarandeado de quien interpreta el hit “Hacer el amor con otro”.
Luego de esos meneos, Alejandra procedió, igualmente cachonda, a propinar el mismo show a un caballero del público que también fue amarrado para que gozara la dinámica sadomasocas. Allí corta la escena y pasamos a la sección editorial del programa. Las conductoras lucen ataviadas a la usanza dizque mexicana, con trenzas, vestidos chillones y atuendos de charra, dado que era día de la independencia. Una de ellas expresa que ese espectáculo se lo avienta la Guzmán en todas partes, y otra le reclama que una cosa es el palenque (o sea, el lugar donde son organizadas peleas de gallos y conciertos populares, no el sinónimo coloquial de la palabra “palo” que a su vez es sinónimo coloquial del ayuntamiento cárnico) y otra muy distinta es la feria del pueblo donde, se supone, van familias con niños y todo eso. Una de las conductoras concluyó que las mamás que fueron con sus pequeñines de seguro no quedaron muy contentas con el performance de la Guzmán, menos en un lugar y en una hora en la que toda la gente está xavierlopezchabelescamente “en familia”. De hecho, poco antes de que la rockera apareciera en escena, los espectadores de Zacatecas tuvieron un rato de sano esparcimiento con Chabelo, así que, señalaron, el horno no estaba para bizcochos.
Lo que en todo caso llama la atención es la bicéfala moral de programas como esos. Se jalan de los pelos por una rutina seudoteibolera presentada en una feria a donde asiste público de todas las edades y no hay ninguna alarma por las escenas de sexo y violencia que, para toda la familia, son difundidas todos los días en todos los horarios. El error de la Guzmán es haberse mostrado en público, como si igualmente no fueran públicas las poco recatadas situaciones que ven (y forman el gusto) de millones de niños en todo el país e incluso fuera de él.
Nunca he comprendido bien a bien el discurso esquizofrénico de las televisoras. Critican una escena sexosa y muestran miles; ayudan a las personas con capacidades especiales (como les llaman ahora) y por otro lado se ríen de ellas. Quién las entiende.