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sábado, octubre 17, 2009

Eternamente bella bella



Lo mismo que un muñeco que necesita cuerda o que un presente incierto que nada nos recuerda, así quedan lo cuerpos, y sobre todo las caras, de muchos divos y divas de la farándula que pasan por el quirófano como quien entra y sale de un Oxxo. Es la tragedia de la belleza: los años no perdonan y todos somos o seremos sometidos al declive, hagan lo que hagan o puedan hacer los cirujanos en los quirófanos donde se alquilan algunos tiempos extras para la hermosura según los estándares actuales de lo que eso es: en las mujeres, tetas macrobolimórficas levantadas hacia el infinito y más allá, labios gruesos y voluptuosos, nariz sin erratas, cintura de avispa, nalgas respingadas y piernas que obligatoriamente exigen el adverbio y el adjetivo “bien torneadas”; en los hombres, nada de panza, músculos marcados, depilación de pecho y piernas, nariz de Kid Acero, barba de tres días deliberadamente descuidada y gesto de perdonavidas con mazorca Colgate.
Para llegar a eso, la naturaleza, claro, hace, aunque en muy escasas ocasiones, su chamba. Poco después, los gimnasios y los bisturíes cooperan, perfeccionan, esto a medida que la actriz, actor, cantante, modelo o lo que sea van entrando en los exigentes laberintos de la fama. Luego, pasados los 30 o 35 o 40, la carne empieza con sus diabluras, se cae, se estría, se arruga, se hincha. Es allí donde la mona o el mono deben tomar la Gran Decisión de sus vidas: apechugar ante el advenimiento del primer crepúsculo o meterle marcha atrás. La mayoría prefiere lo segundo: entrar al quirófano, ponerse en las manos de un experto que con sus navajas y su silicona no sólo “detienen” el proceso de envejecimiento, sino que tumban varios años de encima. Hay sonados ejemplos de esa magia, tantos que casi sobra cualquier lista. Sólo, para no dejar, menciono el de la tica Maribel Guardia, quien tenía un cuerpazazo natural ya a los 18 (ver escena de Pedro Navajas parte 3 en YouTube) y a sus nosecuántos se conserva en forma, aunque ya con evidentes huellas de esculpimiento quirúrgico. Como ella, decenas, aunque no todas con la misma buena suerte.
Casos existen, por supuesto, de lo contrario: seres que se mueven en la farándula y se ven por ello obligados a conservar el look que los hizo “famosos”. Entonces pasan por la cirugía “estética” y quedan irreconocibles, como pedroinfantescos muñecos que necesitan cuerda. La raza normal, los no famosos, nosotros, no nos explicamos cómo puede alguien aceptar tratamientos que dejan el rostro, sobre todo el rostro, tan inexpresivo como el de un mono de futbolito. Los personajes más célebres por haber preferido la plastificación de sus gestos a las arrugas son, por supuesto, la vedette Lyn May, el estilista Alfredo Palacios y la actriz Irma Serrano (Michael Jackson se cuece en otra olla, pues su cambio de imagen fue brutal, una cosa que no se puede describir si cierto horror).
Lucha Villa, Lucila Mariscal y ahora Alejandra Guzmán son ya algunos casos notables de intervenciones fallidas. En el afán de “dar lo mejor a su público”, muchas y muchos han caído en manos de científicos locos de película de Santo que inyectan lo que sea a quien se deje con tal de ganar un buen dinero. La Guzmán, como sabemos, recién pasó el amargo trance de sentir que la vida se le escapaba por su ya de por sí majestuosa zona glútea. Vaya manera de arriesgar el pellejo: por el deseo de tener unas nachas más grandes o más redondas o más echadas para acá, la hija de Silvia y Enrique provocó un vendaval de notas que dan testimonio, quitado el sensacionalismo propio de ese periodismo, de lo peligroso que puede llegar a ser el anhelo de lucir eternamente bella bella.
Alguna vez escribí sobre Miriam Yuki Gaona, alias la Matabellas. Esa tipa fue capaz de inyectar cualquier marranada a sus pacientes, incluido aceite para bebés. A la Guzmán, según las notas, le sacaron de las nachas unas bolas de plástico similar al usado para hacer cajas de discos compactos. Y todo por no resignarse a lo que finalmente, pocos años después, ocurrirá: el irremediable anochecer de la belleza.

viernes, septiembre 18, 2009

Peluche de Ale Guzmán



Estoy en un café releyendo las profundas obras completas del filósofo Paulo Coelho y me desconcentra el audio del televisor. El mesero ha subido el volumen a una nota de cierto programa chirinolero que hace las delicias del amable televidente mexicano a eso de las seis de la tarde. Según el locutor y según la imagen, Alejandra Guzmán se presentó en el teatro del pueblo de la feria zacatecana y allí amarró a Adal Ramones en una silla preparada ex profeso para concelebrar una rutina cómica-teibológica-musical.
En efecto, la hija de Enrique Guzmán y Silvia Pinal aparece con una minifalda untada a su sinuoso cuerpo. Ya está un poco tamaloncita, pero conserva las curvas suficientes y bien tonificadas como para alborotar la hormona del exigente público trailero. La Guzmán usa unas botas de cuero negro que le llegan hasta los muslos, lo que enfatiza su aspecto zorruno. Fálico micrófono en mano, la rockera canta y poco a poco se desplaza hacia la silla donde, como víctima de una chica sádica, la espera atado el sonriente/nervioso ex conductor de Otro rollo. La cantante llega entonces a la silla y se trepa perniabiertota a las antebraceras, de suerte que queda parada frente a Adal, quien mira cerca de su rostro el caderamen de la Guzmán. Es allí donde ocurre lo más pelangocho: la chica, con un sublime y ascendente movimiento de cintura desliza su área púbica por la cara de un Ramones que ve pasar demasiado cerca, casi hasta rozarle la nariz, un objeto volador sí identificado, es decir, un peluche sólo cubierto, y eso acaso, por alguna tanga más pequeña que la lealtad de Juanito. Acto seguido, la cantante se abre más de ancas y apoya sus pliegues íntimos en la mollera de Adal, víctima/beneficiario de los pecaminosos arrejuntamientos que prodiga el pescado zarandeado de quien interpreta el hit “Hacer el amor con otro”.
Luego de esos meneos, Alejandra procedió, igualmente cachonda, a propinar el mismo show a un caballero del público que también fue amarrado para que gozara la dinámica sadomasocas. Allí corta la escena y pasamos a la sección editorial del programa. Las conductoras lucen ataviadas a la usanza dizque mexicana, con trenzas, vestidos chillones y atuendos de charra, dado que era día de la independencia. Una de ellas expresa que ese espectáculo se lo avienta la Guzmán en todas partes, y otra le reclama que una cosa es el palenque (o sea, el lugar donde son organizadas peleas de gallos y conciertos populares, no el sinónimo coloquial de la palabra “palo” que a su vez es sinónimo coloquial del ayuntamiento cárnico) y otra muy distinta es la feria del pueblo donde, se supone, van familias con niños y todo eso. Una de las conductoras concluyó que las mamás que fueron con sus pequeñines de seguro no quedaron muy contentas con el performance de la Guzmán, menos en un lugar y en una hora en la que toda la gente está xavierlopezchabelescamente “en familia”. De hecho, poco antes de que la rockera apareciera en escena, los espectadores de Zacatecas tuvieron un rato de sano esparcimiento con Chabelo, así que, señalaron, el horno no estaba para bizcochos.
Lo que en todo caso llama la atención es la bicéfala moral de programas como esos. Se jalan de los pelos por una rutina seudoteibolera presentada en una feria a donde asiste público de todas las edades y no hay ninguna alarma por las escenas de sexo y violencia que, para toda la familia, son difundidas todos los días en todos los horarios. El error de la Guzmán es haberse mostrado en público, como si igualmente no fueran públicas las poco recatadas situaciones que ven (y forman el gusto) de millones de niños en todo el país e incluso fuera de él.
Nunca he comprendido bien a bien el discurso esquizofrénico de las televisoras. Critican una escena sexosa y muestran miles; ayudan a las personas con capacidades especiales (como les llaman ahora) y por otro lado se ríen de ellas. Quién las entiende.