A las seis de la tarde de ayer tronó definitivamente la conexión que alimenta de energía eléctrica mi computadora portátil. Eso no es lo grave, sino que el desperfecto me agarra en el DF y a punto de salir rumbo al estadio Azteca para ver el juego de la selección contra Honduras. Recurro entonces a una computadora del así llamado “centro de negocios” del hotel donde me hospedo, pero las malditas máquinas de estos espacios generalmente son lentas, no les sirve el ratón, el teclado tiene borradas las letras o algo así. En este caso, no lee la unidad USB donde guardo materiales que me puedan sacar del apuro. No tengo, entonces, otro remedio: hay que escribir en media hora lo que sea, y en este caso ese “lo que sea” es precisamente la selección de Aguirre a la que, si Tláloc lo permite, veré en unos momentos.
El mejor juego que he visto en muchos meses de la selección cuajó el sábado en el estadio Saprissa de Costa Rica. Y conste que no me dejo llevar por la ola mediática que de golpe descubrió una nueva maravilla en la dirección técnica de Aguirre; eso ya lo sabía. Desde hace rato vengo percibiendo que la selección marcha mejor por las tres razones que enumero: 1) la capacidad organizadora y motivacional de Javier Aguirre unida al extraño y gesticulante talento de Mario Carrillo; b) el peso de dos veteranos fundamentales: Cuauhtémoc Blanco y Gerardo Torrado y c) la revelación de dos jóvenes que las traen todas consigo: Efraín Juárez y Giovani Dos Santos. Esas, a mi parecer, son las claves de lo que por lo pronto parece un repunte del futbol mexicano en la Concacaf, zona que Roberto Gómez Junco ha rebautizado, acaso involuntariamente, como “concacafquiana”, lo que también podría escribirse así: concakafkiana, eso para rendirle tributo al tótem del absurdo llamado Franz.
No soy, pues, de los que atribuyeron todo el peso del éxito a un solo pico del triángulo que acabo de dibujar. Si algo sé de futbol es que nunca (salvo cuando jugaba Maradona) podemos justificar el triunfo con un solo elemento. Cualquier análisis debe, por esto, hurgar en todos aquellos puntos, generalmente tres o cuatro, que puedan explicar un resultado favorable. Así, la mejoría de la selección, creo, se debe a varios factores entre los que sobresalen los que ya destaqué.
Noté que el aplauso se inclinó a Giovani, quien el sábado tuvo una actuación notable, es cierto. Sospecho, sin embargo, que su participación no tendría ese brillo si detrás de él no aparece, antes, el poderoso despliegue de Blanco y de Torrado. El primero sigue siendo a mi juicio el mejor jugador mexicano de los últimos quince años; se trata de un cabrón jorobado que, como ya lo he dicho antes, sabe siempre qué hacer con la pelota, al grado tal que de cada diez balones nueve los tramite con efectividad y a veces con imprevisto veneno, como ocurrió en la jugada del primer gol contra Costa Rica. Blanco pasó de ser un extremo con marcada tendencia al centro del ataque a medio ofensivo con el estilo de Zidane, toda proporción guardada. El actual activo del Chicago Fire, entonces, sirve de maravilla como impulsor de los embates en una parte crucial del terreno: los tres cuartos de la cancha, allí donde los verdaderos talentos dejan ver qué tanto pueden crear. Ahora bien, Blanco funciona porque detrás de él está un sujeto como el carapálida Torrado, el mejor recuperador que haya tenido la selección en mucho tiempo. Torrado sabe que lo suyo es eso: el choque y el arrebatamiento de balones. Lo suyo no es la construcción, sino el acopio de pelotas para que un tipo como Blanco arme jugadas. Para mí, el sábado pasado fue tan evidente el talento de Torrado que sólo él y Blanco entendieron desde el minuto 10 que la cancha del Saprissa no podía ser usada con juego aéreo, así que el contención de Cruz Azul se afanaba por recuperar balones, como siempre, y servirlos a ras de suelo para sus compañeros desmarcados. Aguirre, Carillo, Blanco, Torrado, Giovanni y Juárez: he allí, creo, la base del nuevo impulso que está cobrando la selección. Ya veremos mañana si no los he elogiado en vano.
El mejor juego que he visto en muchos meses de la selección cuajó el sábado en el estadio Saprissa de Costa Rica. Y conste que no me dejo llevar por la ola mediática que de golpe descubrió una nueva maravilla en la dirección técnica de Aguirre; eso ya lo sabía. Desde hace rato vengo percibiendo que la selección marcha mejor por las tres razones que enumero: 1) la capacidad organizadora y motivacional de Javier Aguirre unida al extraño y gesticulante talento de Mario Carrillo; b) el peso de dos veteranos fundamentales: Cuauhtémoc Blanco y Gerardo Torrado y c) la revelación de dos jóvenes que las traen todas consigo: Efraín Juárez y Giovani Dos Santos. Esas, a mi parecer, son las claves de lo que por lo pronto parece un repunte del futbol mexicano en la Concacaf, zona que Roberto Gómez Junco ha rebautizado, acaso involuntariamente, como “concacafquiana”, lo que también podría escribirse así: concakafkiana, eso para rendirle tributo al tótem del absurdo llamado Franz.
No soy, pues, de los que atribuyeron todo el peso del éxito a un solo pico del triángulo que acabo de dibujar. Si algo sé de futbol es que nunca (salvo cuando jugaba Maradona) podemos justificar el triunfo con un solo elemento. Cualquier análisis debe, por esto, hurgar en todos aquellos puntos, generalmente tres o cuatro, que puedan explicar un resultado favorable. Así, la mejoría de la selección, creo, se debe a varios factores entre los que sobresalen los que ya destaqué.
Noté que el aplauso se inclinó a Giovani, quien el sábado tuvo una actuación notable, es cierto. Sospecho, sin embargo, que su participación no tendría ese brillo si detrás de él no aparece, antes, el poderoso despliegue de Blanco y de Torrado. El primero sigue siendo a mi juicio el mejor jugador mexicano de los últimos quince años; se trata de un cabrón jorobado que, como ya lo he dicho antes, sabe siempre qué hacer con la pelota, al grado tal que de cada diez balones nueve los tramite con efectividad y a veces con imprevisto veneno, como ocurrió en la jugada del primer gol contra Costa Rica. Blanco pasó de ser un extremo con marcada tendencia al centro del ataque a medio ofensivo con el estilo de Zidane, toda proporción guardada. El actual activo del Chicago Fire, entonces, sirve de maravilla como impulsor de los embates en una parte crucial del terreno: los tres cuartos de la cancha, allí donde los verdaderos talentos dejan ver qué tanto pueden crear. Ahora bien, Blanco funciona porque detrás de él está un sujeto como el carapálida Torrado, el mejor recuperador que haya tenido la selección en mucho tiempo. Torrado sabe que lo suyo es eso: el choque y el arrebatamiento de balones. Lo suyo no es la construcción, sino el acopio de pelotas para que un tipo como Blanco arme jugadas. Para mí, el sábado pasado fue tan evidente el talento de Torrado que sólo él y Blanco entendieron desde el minuto 10 que la cancha del Saprissa no podía ser usada con juego aéreo, así que el contención de Cruz Azul se afanaba por recuperar balones, como siempre, y servirlos a ras de suelo para sus compañeros desmarcados. Aguirre, Carillo, Blanco, Torrado, Giovanni y Juárez: he allí, creo, la base del nuevo impulso que está cobrando la selección. Ya veremos mañana si no los he elogiado en vano.