La vida puede ser comparada con las dos consabidas caras de una moneda: por un lado, la vigilia, el tiempo en el que suponemos habitar los espacios de la razón; por el otro, el sueño, aquel territorio ingobernable en el que somos todo lo posible. Con esta moneda juega literariamente Marisa Iturriaga Rivas, escritora lagunera radicada en Dunkerque, ciudad ubicada en la punta norte de Francia, a unos milímetros de Londres en el mapa, en la frontera con Bélgica, casi como si geográficamente fuera la Ciudad Juárez francesa.
Cada que nos visita, Iturriaga Rivas está afincando la buena costumbre de traernos un libro nuevo. El anterior al que esta noche nos reúne fue Reflejos, poemario que tuve la suerte de presentar junto con ella en el Archivo Histórico Eduardo Guerra, eso en 2003. Ahora, cinco años luego, Marisa Iturriaga nos sorprende con su faceta de narradora al traernos Constelación de sueños, racimo de nueve cuentos cuyas historias proponen la alquimia de la “realidad” (que en literatura siempre debemos entrecomillar) y el onirismo.
Luego, pues, de dos tentativas poéticas, Iturriaga Rivas da un paso al costado para arar en el terreno de la ficción narrativa. No hay en esto, sin embargo, una renuncia a su quehacer poético; antes bien, las historias de Constelación de sueños se ven apuntaladas en un flujo prosístico que en muchos momentos contiene el tinte implícito (o a veces explícito, como en los epígrafes que aderezan abundantemente cada historia) de la poesía que es, sin duda, un género al que le resulta muy difícil declinar.
Editado por Felou, Constelación de sueños abre con un prólogo de Angelina Hernández Escobedo, quien apela a los grandes apellidos (Freud, Jung, Bretón) relacionados con el estudio de los sueños para explicar el registro del libro que presenta: “Para Freud y Jung los sueños son el camino real, la vía regia al inconsciente que nos permite ver las cosas con una perspectiva diferente y abarcar la totalidad de nuestra experiencia, esto es, todos los sentimientos y emociones, tanto los reconocidos como los no reconocidos”. Esa totalidad de la experiencia es la que Marisa Iturriaga intenta abarcar en sus relatos. Lo hace en cada pieza, al mezclar en estructuras lúdicas los dos planos: el real (que no deja de ser también irreal, al ser literario) y el onírico. El resultado es un zigzag, una oscilación entre realidad y fantasía dentro de cada historia relatada.
La pendulación de la que hablo infunde un clima espectral a todo el libro. Nunca sabemos si los personajes son de carne y hueso, por llamarlos de algún modo, o sueños de otros personajes. Por eso digo que, como en un cuadro de Rene Magrite, ignoramos si el lienzo es extensión del mar o el mar es extensión del lienzo. Igual, entonces, en los cuentos de Iturriaga Rivas no sabemos bien a bien si los sueños son un alargamiento deformado de la realidad o la realidad es un apéndice de la ensoñación. Para el caso es lo mismo: el lienzo de Magrite, que es la página de Iturriaga, contiene por igual ambos flancos: el verdadero y el ficticio.
En “Alicia en el país de los desencantos”, por ejemplo, la dipsomanía lleva a la aniquilación moral del personaje protagónico, quien observa con horror la condición de piltrafa en la que ha quedado. El sueño es, aquí, una tabla de salvación, el pórtico de ingreso a una redención que ya resulta imposible alcanzar en la realidad.
“Entre quimeras y realidades”, cuento que me parece muy bien trabado, anuncia desde su título el eje del asunto. Como algunos de Cortázar, simula contar dos historias paralelas que casi nos aseguramos confluirán al final. Es decir, el plano de la suicida que inaugura el relato amaga con ser el de la eficiente dictaminadora de una editorial, quien a su vez escribe sus propias narraciones. El hilo de la emoción se tensa, rasgo apreciable en todo cuento, y, cuando esperamos lo peor, el cuento nos aplica el mazazo de una sorpresa que recuerda el valor quimérico de la literatura.
Hay siempre en Marisa Iturriaga una mirada cálida para sus personajes. Por más que los coloque en situaciones extremas, recurrentemente localiza el ingrediente mediante el cual sus creaturas se alimentan, crecen y se fugan hacia estadios de dicha. Los sueños, en este caso, son ventana al optimismo, espacios de liberación. Si la realidad es opresiva, asfixiante, la ensoñación ofrece una inabarcable cancha para la liberación. Esto se nota claramente en un cuento como “Hijo de la noche”, donde la ruda circunstancia de un niño arrojado al vacío del abandono, un niño expósito, crece no con rencor, sino alimentado con el sueño de reconstruir una casa frente al mar. Ni un golpe de la suerte es capaz de hacer que el personaje narrador, el “hijo de la noche”, haga un viraje en su propósito de edificar una bella casa de madera donde sólo queda ruina.
Hay un recurso inusual y diseminado en todo Constelación de sueños. Aludí a él hace algunos párrafos. Se trata de epígrafes colocados en ciertas transiciones de cada cuento, versos que condensan la acción, que explican poéticamente el sentido de alguna peripecia o el valor de un hecho. Es inusual, digo, porque si bien hallamos epígrafes en el arranque de un sinnúmero de textos de todos los géneros, no es común que tales acápites aparezcan como encabezamiento de los cuadros que articulan el cuerpo de un relato. Al lector le tocará juzgar sobre la pertinencia de esos añadidos que, por otra parte, siempre tienen un ostensible timbre poético, como si los versos fueran la mejor manera de resumir las vicisitudes de la existencia humana.
Constelación de sueños es un libro de apariencia sencilla, pero insisto en su densidad. No podía ser de otra manera en el caso de estos textos que avanzan en la maraña siempre apretada que configuran lo vivido y lo soñado. Nosotros mismos, si observamos con detenimiento, llevamos dobles vidas, un amasijo de existencias: la real, esta que sentimos aquí, y la otra, esa que nos espera apenas colocamos la sien sobre la almohada. No sé cuál es más real. Quizá leyendo Constelación de sueños comprobemos que hemos vivido equivocados: que la realidad de los sueños es más nuestra que la otra, tan atada a tantas anclas.
Felicidades a Marisa Iturriaga y que siga adelante, en Dunkerque o donde sea, su abundante producción de sueños. (Texto leído en la presentación de Constelación de sueños celebrada el 30 de julio de 2009 en la librería Gandhi de Torreón. Participamos Angelina Hernández Escobedo, la autora y yo).
Cada que nos visita, Iturriaga Rivas está afincando la buena costumbre de traernos un libro nuevo. El anterior al que esta noche nos reúne fue Reflejos, poemario que tuve la suerte de presentar junto con ella en el Archivo Histórico Eduardo Guerra, eso en 2003. Ahora, cinco años luego, Marisa Iturriaga nos sorprende con su faceta de narradora al traernos Constelación de sueños, racimo de nueve cuentos cuyas historias proponen la alquimia de la “realidad” (que en literatura siempre debemos entrecomillar) y el onirismo.
Luego, pues, de dos tentativas poéticas, Iturriaga Rivas da un paso al costado para arar en el terreno de la ficción narrativa. No hay en esto, sin embargo, una renuncia a su quehacer poético; antes bien, las historias de Constelación de sueños se ven apuntaladas en un flujo prosístico que en muchos momentos contiene el tinte implícito (o a veces explícito, como en los epígrafes que aderezan abundantemente cada historia) de la poesía que es, sin duda, un género al que le resulta muy difícil declinar.
Editado por Felou, Constelación de sueños abre con un prólogo de Angelina Hernández Escobedo, quien apela a los grandes apellidos (Freud, Jung, Bretón) relacionados con el estudio de los sueños para explicar el registro del libro que presenta: “Para Freud y Jung los sueños son el camino real, la vía regia al inconsciente que nos permite ver las cosas con una perspectiva diferente y abarcar la totalidad de nuestra experiencia, esto es, todos los sentimientos y emociones, tanto los reconocidos como los no reconocidos”. Esa totalidad de la experiencia es la que Marisa Iturriaga intenta abarcar en sus relatos. Lo hace en cada pieza, al mezclar en estructuras lúdicas los dos planos: el real (que no deja de ser también irreal, al ser literario) y el onírico. El resultado es un zigzag, una oscilación entre realidad y fantasía dentro de cada historia relatada.
La pendulación de la que hablo infunde un clima espectral a todo el libro. Nunca sabemos si los personajes son de carne y hueso, por llamarlos de algún modo, o sueños de otros personajes. Por eso digo que, como en un cuadro de Rene Magrite, ignoramos si el lienzo es extensión del mar o el mar es extensión del lienzo. Igual, entonces, en los cuentos de Iturriaga Rivas no sabemos bien a bien si los sueños son un alargamiento deformado de la realidad o la realidad es un apéndice de la ensoñación. Para el caso es lo mismo: el lienzo de Magrite, que es la página de Iturriaga, contiene por igual ambos flancos: el verdadero y el ficticio.
En “Alicia en el país de los desencantos”, por ejemplo, la dipsomanía lleva a la aniquilación moral del personaje protagónico, quien observa con horror la condición de piltrafa en la que ha quedado. El sueño es, aquí, una tabla de salvación, el pórtico de ingreso a una redención que ya resulta imposible alcanzar en la realidad.
“Entre quimeras y realidades”, cuento que me parece muy bien trabado, anuncia desde su título el eje del asunto. Como algunos de Cortázar, simula contar dos historias paralelas que casi nos aseguramos confluirán al final. Es decir, el plano de la suicida que inaugura el relato amaga con ser el de la eficiente dictaminadora de una editorial, quien a su vez escribe sus propias narraciones. El hilo de la emoción se tensa, rasgo apreciable en todo cuento, y, cuando esperamos lo peor, el cuento nos aplica el mazazo de una sorpresa que recuerda el valor quimérico de la literatura.
Hay siempre en Marisa Iturriaga una mirada cálida para sus personajes. Por más que los coloque en situaciones extremas, recurrentemente localiza el ingrediente mediante el cual sus creaturas se alimentan, crecen y se fugan hacia estadios de dicha. Los sueños, en este caso, son ventana al optimismo, espacios de liberación. Si la realidad es opresiva, asfixiante, la ensoñación ofrece una inabarcable cancha para la liberación. Esto se nota claramente en un cuento como “Hijo de la noche”, donde la ruda circunstancia de un niño arrojado al vacío del abandono, un niño expósito, crece no con rencor, sino alimentado con el sueño de reconstruir una casa frente al mar. Ni un golpe de la suerte es capaz de hacer que el personaje narrador, el “hijo de la noche”, haga un viraje en su propósito de edificar una bella casa de madera donde sólo queda ruina.
Hay un recurso inusual y diseminado en todo Constelación de sueños. Aludí a él hace algunos párrafos. Se trata de epígrafes colocados en ciertas transiciones de cada cuento, versos que condensan la acción, que explican poéticamente el sentido de alguna peripecia o el valor de un hecho. Es inusual, digo, porque si bien hallamos epígrafes en el arranque de un sinnúmero de textos de todos los géneros, no es común que tales acápites aparezcan como encabezamiento de los cuadros que articulan el cuerpo de un relato. Al lector le tocará juzgar sobre la pertinencia de esos añadidos que, por otra parte, siempre tienen un ostensible timbre poético, como si los versos fueran la mejor manera de resumir las vicisitudes de la existencia humana.
Constelación de sueños es un libro de apariencia sencilla, pero insisto en su densidad. No podía ser de otra manera en el caso de estos textos que avanzan en la maraña siempre apretada que configuran lo vivido y lo soñado. Nosotros mismos, si observamos con detenimiento, llevamos dobles vidas, un amasijo de existencias: la real, esta que sentimos aquí, y la otra, esa que nos espera apenas colocamos la sien sobre la almohada. No sé cuál es más real. Quizá leyendo Constelación de sueños comprobemos que hemos vivido equivocados: que la realidad de los sueños es más nuestra que la otra, tan atada a tantas anclas.
Felicidades a Marisa Iturriaga y que siga adelante, en Dunkerque o donde sea, su abundante producción de sueños. (Texto leído en la presentación de Constelación de sueños celebrada el 30 de julio de 2009 en la librería Gandhi de Torreón. Participamos Angelina Hernández Escobedo, la autora y yo).