Al hacer una purga de documentos he encontrado, o más bien reencontrado, una noticia sobre la reedición de Las primas (Mondadori, 2009), novela de la escritora argentina Aurora Venturini. Me atrevo a comentar algo sobre ella aunque nunca la he leído. Supongo que nunca ha circulado un libro suyo en nuestro país, pero más allá de su obra está su caso, un caso que mezcla, a mi parecer, los ingredientes imprescindibles de toda obra literaria que se ponga más allá del reconocimiento y la fama y más acá de la paciencia y el acatamiento de una vocación, se tenga o no talento.
Lo curioso es que repesqué ayer ese tema, justo un poco después de que en un curso afirmé tajante que el verdadero escritor es aquel que no espera nada a cambio, es decir, el que escribe porque tiene algo que decir, sin más. Si de paso, por añadidura, llega un poco de dinero y un poco de fama, qué mejor, pero lo ideal es trabajar sin hacerse demasiadas ilusiones, sin soñar en anaqueles ni nada que se le aproxime. Al menos es así como entiendo esto: escribir con fe en la obra, no en sus posibilidades de seducción, apetencia que muchas veces frustra a quien convierte la literatura en trampolín extraliterario.
Cuando lo leí, el caso Venturini me dejó perplejo; ahí les va. Aurora Venturini nació en La Plata, Argentina, en 1922; tiene pues 87 años y ha publicado alrededor de treinta libros, casi todos en ediciones caseras. Hace dos, cuando tenía 85, hizo una diablura que dejó frito al respetable: salió del anonimato al ganar, con su novela Las primas, el Premio Nueva Novela organizado por el periódico Página 12, de Buenos Aires. Y no se piense que hubo chanchullo o jurado facilón; quienes dictaminaron a favor de esa obra fueron nada más ni nada menos que Juan Boido, Juan Forn, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Sandra Russo, Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain, siete pesos completos del periodismo y la literatura gauchos. En su fallo, los jurados asentaron que se trata de una “novela única, extrema, de una originalidad desconcertante, que obliga al lector a hacerse muchas de las preguntas que los libros suelen ignorar o mantener cuidadosamente en silencio”.
Sobre el desconcierto que produjo, estas palabras de la noticia: “Venturini pronosticó el efecto que generaría la lectura de su novela: ‘Se van a caer de culo’, ha dicho. Enrique Vila-Matas, uno de los que celebra el haberse caído de culo desde España, tuvo el enorme acierto de decir que quizá tras el manuscrito pudiera ocultarse el prolífico César Aira disfrazado de loca faulkneriana. ‘Las primas es el boom de la Venturini’, aclara la escritora, como si no fuera ella la que habla”. Va un fragmento de la entrevista:
—¿A qué se debe tanta productividad?
—Yo siempre fui muy novelera, vengo a ser una suerte de prisionera de las novelas que estoy escribiendo. Yo tecleo en la máquina eléctrica y la temática de la novela surge como si fuera agua de un manantial. Creo que aunque escribamos muchísimos libros, todos los escritores somos una novela o un libro. Borges es El Aleph, Sabato es El túnel, y yo voy a ser Las primas eternamente. Aunque me sorprendí cuando me llamaron para avisarme que había ganado, íntimamente estaba segura de que ese premio era para mí.
—¿Cuál es el origen de la crueldad que hay en Las primas?
—Mi infancia fue cruel; yo era una chica autista, solitaria, a la que querían socializar. (…) A esa edad [cerca de los cinco años] ya leía y escribía; en la escuela me pasaban de un grado a otro, cada medio año me sacaban del curso porque no me aguantaban y no sabían qué hacer conmigo. Por eso entré a la Universidad a los dieciséis años. Quería un mundo a la manera de mi imaginación creadora y terminaba duramente castigada. Por eso mis novelas tienen un fondo muy angustioso. (…) No, yo soy una mujer sin edad. No siento la edad que tengo, voy y vengo a todas partes, soy muy ágil. Yo no cumplo más años, no nací todavía. A mí el Altísimo no me tiene en cuenta. Me hizo por descuido, por eso no me quiere terminar de aceptar.
Lo curioso es que repesqué ayer ese tema, justo un poco después de que en un curso afirmé tajante que el verdadero escritor es aquel que no espera nada a cambio, es decir, el que escribe porque tiene algo que decir, sin más. Si de paso, por añadidura, llega un poco de dinero y un poco de fama, qué mejor, pero lo ideal es trabajar sin hacerse demasiadas ilusiones, sin soñar en anaqueles ni nada que se le aproxime. Al menos es así como entiendo esto: escribir con fe en la obra, no en sus posibilidades de seducción, apetencia que muchas veces frustra a quien convierte la literatura en trampolín extraliterario.
Cuando lo leí, el caso Venturini me dejó perplejo; ahí les va. Aurora Venturini nació en La Plata, Argentina, en 1922; tiene pues 87 años y ha publicado alrededor de treinta libros, casi todos en ediciones caseras. Hace dos, cuando tenía 85, hizo una diablura que dejó frito al respetable: salió del anonimato al ganar, con su novela Las primas, el Premio Nueva Novela organizado por el periódico Página 12, de Buenos Aires. Y no se piense que hubo chanchullo o jurado facilón; quienes dictaminaron a favor de esa obra fueron nada más ni nada menos que Juan Boido, Juan Forn, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Sandra Russo, Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain, siete pesos completos del periodismo y la literatura gauchos. En su fallo, los jurados asentaron que se trata de una “novela única, extrema, de una originalidad desconcertante, que obliga al lector a hacerse muchas de las preguntas que los libros suelen ignorar o mantener cuidadosamente en silencio”.
Sobre el desconcierto que produjo, estas palabras de la noticia: “Venturini pronosticó el efecto que generaría la lectura de su novela: ‘Se van a caer de culo’, ha dicho. Enrique Vila-Matas, uno de los que celebra el haberse caído de culo desde España, tuvo el enorme acierto de decir que quizá tras el manuscrito pudiera ocultarse el prolífico César Aira disfrazado de loca faulkneriana. ‘Las primas es el boom de la Venturini’, aclara la escritora, como si no fuera ella la que habla”. Va un fragmento de la entrevista:
—¿A qué se debe tanta productividad?
—Yo siempre fui muy novelera, vengo a ser una suerte de prisionera de las novelas que estoy escribiendo. Yo tecleo en la máquina eléctrica y la temática de la novela surge como si fuera agua de un manantial. Creo que aunque escribamos muchísimos libros, todos los escritores somos una novela o un libro. Borges es El Aleph, Sabato es El túnel, y yo voy a ser Las primas eternamente. Aunque me sorprendí cuando me llamaron para avisarme que había ganado, íntimamente estaba segura de que ese premio era para mí.
—¿Cuál es el origen de la crueldad que hay en Las primas?
—Mi infancia fue cruel; yo era una chica autista, solitaria, a la que querían socializar. (…) A esa edad [cerca de los cinco años] ya leía y escribía; en la escuela me pasaban de un grado a otro, cada medio año me sacaban del curso porque no me aguantaban y no sabían qué hacer conmigo. Por eso entré a la Universidad a los dieciséis años. Quería un mundo a la manera de mi imaginación creadora y terminaba duramente castigada. Por eso mis novelas tienen un fondo muy angustioso. (…) No, yo soy una mujer sin edad. No siento la edad que tengo, voy y vengo a todas partes, soy muy ágil. Yo no cumplo más años, no nací todavía. A mí el Altísimo no me tiene en cuenta. Me hizo por descuido, por eso no me quiere terminar de aceptar.