Recuerdo que en el 87 u 88, o tal vez un poco antes, cuando yo era feliz y desempleado y recién ex convicto del hoy cumpleañero Iscytac, conocí la poesía de Jaime Sabines. Los ímpetus de la juventud se identifican fácilmente con esos versos de apariencia fácil, conversacional, tristona y en más de algún momento deliberadamente cursi. Por eso me identifiqué con el chiapaneco: sus versos emitían descargas emotivas más o menos adaptables al estado de ánimo de alguien (en este caso yo) que tenía la obligación de añadirle amargura a la existencia para parecer de veras escritor. Cumplía a ciegas con el imperecedero mito del romanticismo (me refiero al romanticismo de la época del Romanticismo, no al actual, que es pura melcocha): uno debía imponerse la tarea de ser infeliz, pues se suponía que la dicha no era buena argamasa para construir literatura. Hoy, al contrario, ya al final de la vida, uno quiere ser feliz, hacer mierda el mito de la tristeza romántica, y ahora es la realidad la que se obstina en no permitirlo. Pero en fin.
Leí con gusto, digo, a Sabines. Poco después con algo de pena, pues me enteré de que para muchos críticos era un poeta “popular”, un escritor “no intelectual”, de poesía elaborada con los intestinos más que con la razón. De hecho, como murió casi al mismo tiempo que Paz, recuerdo que alguna revista hizo una especie de sondeo para saber qué poeta había tenido más punch entre los lectores: el intelectual Paz o el visceral Sabines. A estas alturas me parecen improcedentes tales comparaciones, pues uno puede gustar sin favoritismos de varios platillos del bufet, es decir, podemos probar la fruta y gozarla a fondo porque es el momento de la fruta, así como los chilaquiles saben de maravilla cuando les llega su ocasión. Paz, Sabines, Bonifaz Nuño, Lizalde, Enriqueta, Pacheco, Cross, Chumacero, Cervantes (Francisco), Bartolomé, todos los grandes poetas mexicanos tienen su sitio en el santoral, de manera que es ejercicio infantil andar diciendo que Paz es mejor (¿mejor por qué?) que Sabines. Pero ese debate caminó con suerte en el periodismo mexicano, tal vez porque los dos encarnaban los polos del hacer poético: uno, Paz, el frío, el calculador, el milimétrico, el erudito que bordeaba con sus versos la lingüística, la filosofía, la antropología, la teología; el otro, Sabines, el cálido, el desgarrado, el callejero, el mundano, el vocero de los desesperados y los amorosos. A diez años de su muerte, Sabines se ha alejado un poco de mis lecturas, pero cuando topo con alguno de sus poemas vuelvo, secretamente, a ser el joven desesperado por alcanzar un poco de desesperación, de rabia, de dolor y de fe en la redención de la carne cuando ésta interactúa bajo las sábanas.
¿Un poema que lo pinte de cuerpo entero? Hay muchos, casi todos pintan completo al chiapaneco muerto el 19 de marzo del 99. Comparto un fragmento de “El llanto fracasado”, donde se nota el fraseo de Sabines, su aproximación sin tapujos al Eros y al Tánatos: “Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado, / hueco como un tambor al que / golpea la vida, / sin nadie pero solo, / respondiendo las mismas / palabras para las mismas / cosas siempre, / muriendo absurdamente, / llorando como niña, asqueado. / He aquí éste que queda, el que me queda todavía. / Háblenle de esperanza, / díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran, / una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe. // Todos los animales sobre la tierra duermen. / Sólo el hombre no duerme. / ¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de un loco dormido? / ¿Han visto un perro soñando con gaviotas? / ¿Qué han visto?”.
o
Una felicitación
Felicito con jaimesabineano arrebato a Gerardo García Muñoz, uno de mis mejores amigos: que la aventura venidera le depare (o les depare, más bien) un futuro pleno de alegría. Es lo menos que puedo desear para mi gran secuaz y, claro, para Martha Yadira también.
Leí con gusto, digo, a Sabines. Poco después con algo de pena, pues me enteré de que para muchos críticos era un poeta “popular”, un escritor “no intelectual”, de poesía elaborada con los intestinos más que con la razón. De hecho, como murió casi al mismo tiempo que Paz, recuerdo que alguna revista hizo una especie de sondeo para saber qué poeta había tenido más punch entre los lectores: el intelectual Paz o el visceral Sabines. A estas alturas me parecen improcedentes tales comparaciones, pues uno puede gustar sin favoritismos de varios platillos del bufet, es decir, podemos probar la fruta y gozarla a fondo porque es el momento de la fruta, así como los chilaquiles saben de maravilla cuando les llega su ocasión. Paz, Sabines, Bonifaz Nuño, Lizalde, Enriqueta, Pacheco, Cross, Chumacero, Cervantes (Francisco), Bartolomé, todos los grandes poetas mexicanos tienen su sitio en el santoral, de manera que es ejercicio infantil andar diciendo que Paz es mejor (¿mejor por qué?) que Sabines. Pero ese debate caminó con suerte en el periodismo mexicano, tal vez porque los dos encarnaban los polos del hacer poético: uno, Paz, el frío, el calculador, el milimétrico, el erudito que bordeaba con sus versos la lingüística, la filosofía, la antropología, la teología; el otro, Sabines, el cálido, el desgarrado, el callejero, el mundano, el vocero de los desesperados y los amorosos. A diez años de su muerte, Sabines se ha alejado un poco de mis lecturas, pero cuando topo con alguno de sus poemas vuelvo, secretamente, a ser el joven desesperado por alcanzar un poco de desesperación, de rabia, de dolor y de fe en la redención de la carne cuando ésta interactúa bajo las sábanas.
¿Un poema que lo pinte de cuerpo entero? Hay muchos, casi todos pintan completo al chiapaneco muerto el 19 de marzo del 99. Comparto un fragmento de “El llanto fracasado”, donde se nota el fraseo de Sabines, su aproximación sin tapujos al Eros y al Tánatos: “Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado, / hueco como un tambor al que / golpea la vida, / sin nadie pero solo, / respondiendo las mismas / palabras para las mismas / cosas siempre, / muriendo absurdamente, / llorando como niña, asqueado. / He aquí éste que queda, el que me queda todavía. / Háblenle de esperanza, / díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran, / una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe. // Todos los animales sobre la tierra duermen. / Sólo el hombre no duerme. / ¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de un loco dormido? / ¿Han visto un perro soñando con gaviotas? / ¿Qué han visto?”.
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Una felicitación
Felicito con jaimesabineano arrebato a Gerardo García Muñoz, uno de mis mejores amigos: que la aventura venidera le depare (o les depare, más bien) un futuro pleno de alegría. Es lo menos que puedo desear para mi gran secuaz y, claro, para Martha Yadira también.