domingo, marzo 08, 2009

Arte del cantinflismo



Leo en el tomo I el ejemplar número 21 de la revista Letras de México (que compiló en versión monstruosa y hermosamente facsimilar el FCE en su serie Revistas Literarias Mexicanas Modernas) y hallo unos párrafos no muy bien escritos por Efrén Hernández sobre un libro, Singladura, de César Garizurieta. La reseña de Hernández, que por cierto fue republicada luego en el libro Bosquejos (UNAM, 1995), elogia la inteligencia y el humor de Garizurieta, quien fue conocido con el apodo de El Tlacuache y más conocido todavía por haber acuñado la máxima máxima de la sabiduría del vivir cínico mexicano: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Tengo pocos datos adicionales sobre Garizurieta; sé que nació en 1904 en Tuxpan, Veracruz (la tierra de donde zarpó el Granma con rumbo a la epopeya barbuda), y que se distinguió como abogado, político y diplomático, donde confirmó en carne propia su teoría de no vivir en el error. Murió en 1961. Puedo añadir por qué lo motejaron El Tlacuache; uso una anécdota que cuenta Gilberto Escobosa Gámez: “Cuando Garizurieta buscaba votos para una diputación por Tuxpan, vino un amigo a decirle que su contrincante era un verdadero gallo y que ganarle sería muy difícil; entonces a quien se pretendía intimidar, respondió sin el menor asomo de preocupación: ‘Pues que se cuide mi rival que es un verdadero gallo, porque yo soy un verdadero tlacuache’”.
De Garizurieta tengo un solo libro: Isagoge sobre lo mexicano (Porrúa y Obregón, S.A., México, 1952). Es de la colección México y lo mexicano, publicada a mediados del siglo pasado bajo la dirección de Leopoldo Zea. Alguna vez abracé la utopía de reunir una vasta biblioteca con libros que exploraran el ser mexicano. Reuní como cincuenta (El perfil del hombre y la cultura en México, El laberinto de la soledad, El mexicano: psicología de sus motivaciones, El mexicano enano, Picardía mexicana, Fenomenología del relajo) hasta que supe lo de Zea y frené el proyecto. De alguna forma, quise entender mi culpa de ser mexicano estudiando lo que se pudiera sobre esa cosa amorfa que somos. Con el tiempo me di cuenta asimismo de que es imposible medirnos con un mismo rasero, pues hay muchos Méxicos, tantos como ciudades o regiones tiene nuestro mapa, y en corto he podido notar diferencias marcadísimas: un homo torreonensis es muy distinto a un homo saltillensis o a un homo duranguensis, por citar un solo caso. Ahora que, si existe la reencarnación, quisiera ser de nuevo mexicano; no lo digo por orgullo patriótico, sino por placer, dado que fui con una sicóloga bien chula y me detectó tendencias masoquistas.
Pero estaba con Garizurieta. En Isagoge sobre lo mexicano reúne cuatro aproximaciones sobre lo que, a su juicio, somos. Me interesa, por lo pronto, el tercero, titulado elocuentemente “Catarsis del mexicano”. Ya dije que ahora descreo de las generalizaciones que tanto eco tuvieron en aquella época de laberintos de nuestras soledades y fenomenologías de nuestros relajos, pero algo, aunque poco, debe de tener la mexicanidad para ser identificada como tal, así que no debemos desistir en el propósito de hurgar la anatomía espiritual de toda la perrada nostra.
En “Catarsis del mexicano”, El Tlacuache se aproxima al conocimiento de lo mexicano por el lado de lo cómico. Observa que “Lo cómico debía ser fuente y medio de investigación; la filosofía, demasiado académica y apretada, lo ha olvidado por ser poco serio; debía darle credencial de ciudadanía a pesar de todo”. Así pues, “En lo cómico, en lo grotesco (que es la caricatura del hombre) debemos exprimir la raíz más íntima de lo mexicano”. Escoge a Cantinflas, y su análisis parece ni haber perdido actualidad, como no la pierde el hecho de que el cantinflismo, ese comunicar sin comunicar, está en el tuétano de nuestros errores chicos y grandes: si un niño pierde un lápiz y es cuestionado, cantinflea; si un político la caga (lo que por cierto casi no sucede en México) y es cuestionado, megacantinflea. El caso es que si nadie acepta sus fallas o sus mañas, todos sabemos que podemos equivocarnos, transar, joder, incumplir, chafear, rascarnos las pelotas, el ombligo, las orejas y no pasará nada mientras aprendamos a cantinflear con propiedad, es decir, a hablar con impropiedad, confusa y profusamente.
“Cantinflas, en defensa de su persona, se expresa en un lenguaje artificioso, no alambicado, resultado de los aspectos de su incapacidad. Ante su abultado sentimiento de inferioridad, sabe que lo mismo se compromete negando que afirmando; entonces no niega ni afirma: oscila entre la afirmación o la negación. Sin proponérselo, al hablar provoca indistintamente la risa o las lágrimas, porque no existen fronteras que le delimiten lo trágico de lo cómico”. Aunque, como dice Garizurieta, el lenguaje de Cantinflas es una defensa contra la hostilidad del medio en el que se mueve, el recurso de la ambigüedad no sólo le sirve a los pobres, a los pícaros de este país lleno de irremediables Lazarillos que aquí y allá se las ingenian (nos las ingeniamos) para no sucumbir, sino que es patrimonio de todos o al menos de la mayoría, y son los empoderados (si se me permite el uso de esa horrible palabra) quienes más provecho le han sacado, pues así se escurren, se comprometen a medias (lo que es no comprometerse) y salen airosos rumbo al reino del más poder. No de otra forma puede uno entender cómo diantres sobreviven el Niño Verde, o Gamboa Patrón, o Elba Esther, o Fox, o Bejarano o tantos y tantos congéneres suyos que cuando declaran se agachan y se van de lao como quien no quiere la cosa, sin decir ni sí ni no, a medios chiles, chimoltrufios, ni muy muy ni tan tan, ni bien ni mal, sino todo lo contrario.
Ese discurso de las medias tintas, de las verdades y las mentiras parciales, gaseoso y revestido siempre de fárrago y circunloquios, es lo que en gran parte nos mantiene en la ruina política. Hemos aceptado la opacidad como regla, el arte del cantinflismo como rasgo toral de nuestra cultura discursiva. Para sobrevivir o como botana quizá esté bien, pero para administrar un país es criminal.
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Nota de disculpa
La semana que hoy termina fui ferozmente atacado por una bronquitis. A pujidos saqué, con las uñas, las Rutas Nortes y todas mis chambas aledañas. Ya estoy mejor. Ofrezco desde aquí una disculpa a quienes se hayan sentido desatendidos y agradezco a mis editores su paciencia ante las demoras de la columna. Ya pronto iré a que me den una barridita en Catemaco; como dijo Cantinflas: lo prometo.