sábado, marzo 14, 2009

Homenaje postergado



Muchos creen que los reconocimientos laguneros para Enriqueta Ochoa fueron pocos, modestos y tardíos. Soy de los que creen que junto al tamaño espiritual de su obra, en efecto, lo que hicimos para reconocerla en vida y para celebrarla en muerte es poco, aunque si comparamos sus frutos con los de otros artistas locales de valía, la poeta es una de las más celebradas entre nosotros. Porque allí está el caso siempre postergado, por ejemplo, del pintor sampetrino Xavier Guerrero, quien sigue esperando la hora en la que un centro cultural importante de su tierra, o de La Laguna en general, lo reconozca. Yo supe de él gracias al maestro Alonso Licerio. Hace cinco años la UIA montó una exposición del Guerrero y el maestro Licerio me informó con detalle sobre la importancia del sampetrino. Desde entonces, lo que escribí en aquel momento me parece apenas un posible punto de partida para darle a Guerrero, al fin, lo que merece por el legado pictórico que nos dejó. Dije en aquella ocasión estas palabras que tal vez no publiqué y que todavía, creo, sirven:
A numerosos artistas el público les paga con múltiples y frecuentes elogios; muchos se llevan, antes de su muerte, el reconocimiento colectivo a su quehacer. Desafortunadamente otros —pensemos por ejemplo en el caso legendario de Van Gogh— se van sin recibir el aplauso que merecen hasta que les llega de manera póstuma. Otros más, quizá la minoría, se van sin recibir nada o muy poco y ni siquiera tras su muerte viene lo deseable: el homenaje, la gratitud, el elogio. Tal es, me parece, el caso de Xavier Guerrero, artista notabilísimo, hombre de dimensión universal que nunca ha sido valorado, como bien merece, en la tierra donde nació, en la Comarca Lagunera que hoy le brinda, mediante una retrospectiva, el tributo mínimo que acaso nos servirá a todos para ponderar por vez primera la inusitada calidad de sus cuadros y el dominio de sus técnicas.
Xavier Guerrero nació en San Pedro de las Colonias, Coahuila, en 1896. El arco de su vida se extendió hasta 1974, y en medio de esas dos fechas logró edificar una existencia consagrada al arte. Consumió a plenitud su vida de creador, y con esto queremos decir que el lagunero no vivió encerrado en su taller como guardián del artepurismo. Al contrario, el trabajo de Guerrero le dio resonancia a su apellido: fue un artista involucrado con su lugar y con su hora. El dolor, la lucha social, la solidaridad, el optimismo revolucionario y el humanismo visto desde el muro, desde el lienzo y desde el papel no le fueron ajenos. Su mano fue, pues, tan diestra con el pincel como generosa y combativa.
Maestro de su oficio, Xavier Guerrero compartió sin regateo sus conocimientos a muchos otros creadores; el más famoso fue Diego Rivera, pintor que le adeuda al sampetrino las técnicas de la pintura al fresco. Porque Guerrero fue, digámoslo con énfasis, artista y artesano. Su dominio de materiales e instrumentos, de superficies y temperaturas, no riñó nunca con su telúrica inspiración creativa. Allí están sus cuadros para confirmar que la plástica no tuvo secretos para él, y que junto a la frialdad de la técnica convivió la calidez de poeta que escribió versos —que son trazos— dotados de enérgico vigor expresivo. La pericia de su mano fue tal que asombra no considerar al sampetrino ya, ahora mismo, el más grande pintor lagunero de todos los tiempos y, sin litigio, uno de los mejores de México.
La Laguna le debía a Xavier Guerrero, por todo, un reconocimiento digno de su dimensión artística y humana. Aquí lo tenemos. Con esto resarcimos en algo el enorme silencio tendido sobre la figura del maestro. Además, la UIA Torreón no podía conmemorar mejor su vigésimo aniversario: la obra de un lagunero universal está frente a nosotros y esa es, por sí sola, toda una celebración. Celebremos, pues (y ya va siendo hora de recelebrar).