La escena no puede ser más conmovedora: vestidos como rebeldes sin causa, bien méndigos, uno con pantalón de soldado desconocido, botas de obrero Village People y barbas de náufrago, y el otro con lentes oscuros de pordiosero ciego y pelos desaliñados, los dos aparecen al costado de Natividad González Parás, gobernador de Nuevo León, en el noticiero de López Dóriga. Es un control remoto desde la casa de gobierno neoleonesa, y en ningún momento se nota que la “aventura” sea muy “aventurada”. Según sé, andan en moto, recorren la baleada república en un choro llamado “Aventura por México rumbo al bicentenario”, o algo así. Jaime Camil y Javier Poza, como nacidos para perder versión descafeínada, venden su imagen de vagamundos cheguevarianos en motocicleta, como dos rockeros divertidos y libérrimos, pero sin perder de vista que deben hacer pausas con gobernadores y todo eso.
Con frecuencia reciben críticas los trepadores, esos bichos y bichas que con tres pesos en la faltriquera se creen París Hilton y tienen poses metrosexualizadas, mamilas a más no poder. Es lo que mi amigo Prometeo Murillo ha calificado sabiamente como “rapell social” y en mi rancho las señoras denominan “chocantería”. Pero, oh sorpresas de la mugrosa vida, cunde ya, digámoslo con una paradoja, una especie de trepadurismo hacia abajo. Los chicos fresas que deambulan en los medios han advertido que ser eso, chicos fresas, no es tan redituable como pasar por desgarbados, rudos, cursis, nacos, contestatarios, ojéises, léperos y demás. Finalmente, los chicos fresas han de concluir que si sus productos serán consumidos por auténticos desgarbados, rudos, cursis, nacos, contestatarios, ojéises, léperos y demás, nada mejor que ser desgarbados, rudos, cursis, nacos, contestatarios, ojéises, léperos y demás, de ahí que se dediquen a cultivar, con toda la artificiosidad del caso, lo que Evodio Escalante alguna vez definió como “estética de lo raspa”.
¿Y quiénes son, a mi modesto y miserable parecer, los principales cultores de la estética de lo raspa en nuestro país? No lo sé con precisión, pero sin duda Camil y Poza quieren un lugar en ese top ten, de ahí que de la noche a la mañana luzcan ese look preocupado por lucir despreocupado, bien banda mugrosa aunque estén junto el gobernador González Parás que por nada del mundo recibiría a dos motociclistas con esas fachas si no fueran, como Camil y Poza, un producto envasado al alto vacío en Televisa.
Pero no son los únicos, claro está. Los Grandes Méndigos artificiosos pululan en la tele, aunque algunos como Gael García y Diego Luna han hecho carrera en el cine y han llevado hasta Hollywood esa traza de reventados de tiempo completo. Ese es su producto: parecer niños terribles, transgresores, cábulas o alivianadotes. Se les nota en las entrevistas, donde para suplir su poco ingenio improvisatorio se la pasan gastando bromas como de bato bien culey y barriobajero.
El rollo raspa, pues, tiene muchas vertientes, pero al final entronca en lo mismo: es un producto para la perrada, como la canción norteña e hipertarada de Gael, que curiosamente venden por medio de los celulares. Pero decía, ¿quién más? Hay muchos. Por ejemplo, Facundo, un sujeto que ha insistido por todos los medios provocar algo de risa y ha fracasado sin remedio; su técnica consiste siempre en hacerle al méndigo, en humillar a la raza con frases y prosodia de chilango sin escrúpulos. Siempre he dicho que ese tipo no sobreviviría ni cinco minutos a la carrilla en una esquina de Neza. Otro caso paradigmático es el tono que asume Carlos Loret de Mola cuando se pone en plan bromista: pese a su traje sin arrugas y su camisa de marca, cotorrea a gritos como si fuera estibador de la merced, como Beverly de Peralvillo. Cuando lo veo, pienso en una hermosa interpretación de Bienvenido Granda, el famoso “bigote que canta”: “Todo es falso, pero tú eres mucho más”.
Con frecuencia reciben críticas los trepadores, esos bichos y bichas que con tres pesos en la faltriquera se creen París Hilton y tienen poses metrosexualizadas, mamilas a más no poder. Es lo que mi amigo Prometeo Murillo ha calificado sabiamente como “rapell social” y en mi rancho las señoras denominan “chocantería”. Pero, oh sorpresas de la mugrosa vida, cunde ya, digámoslo con una paradoja, una especie de trepadurismo hacia abajo. Los chicos fresas que deambulan en los medios han advertido que ser eso, chicos fresas, no es tan redituable como pasar por desgarbados, rudos, cursis, nacos, contestatarios, ojéises, léperos y demás. Finalmente, los chicos fresas han de concluir que si sus productos serán consumidos por auténticos desgarbados, rudos, cursis, nacos, contestatarios, ojéises, léperos y demás, nada mejor que ser desgarbados, rudos, cursis, nacos, contestatarios, ojéises, léperos y demás, de ahí que se dediquen a cultivar, con toda la artificiosidad del caso, lo que Evodio Escalante alguna vez definió como “estética de lo raspa”.
¿Y quiénes son, a mi modesto y miserable parecer, los principales cultores de la estética de lo raspa en nuestro país? No lo sé con precisión, pero sin duda Camil y Poza quieren un lugar en ese top ten, de ahí que de la noche a la mañana luzcan ese look preocupado por lucir despreocupado, bien banda mugrosa aunque estén junto el gobernador González Parás que por nada del mundo recibiría a dos motociclistas con esas fachas si no fueran, como Camil y Poza, un producto envasado al alto vacío en Televisa.
Pero no son los únicos, claro está. Los Grandes Méndigos artificiosos pululan en la tele, aunque algunos como Gael García y Diego Luna han hecho carrera en el cine y han llevado hasta Hollywood esa traza de reventados de tiempo completo. Ese es su producto: parecer niños terribles, transgresores, cábulas o alivianadotes. Se les nota en las entrevistas, donde para suplir su poco ingenio improvisatorio se la pasan gastando bromas como de bato bien culey y barriobajero.
El rollo raspa, pues, tiene muchas vertientes, pero al final entronca en lo mismo: es un producto para la perrada, como la canción norteña e hipertarada de Gael, que curiosamente venden por medio de los celulares. Pero decía, ¿quién más? Hay muchos. Por ejemplo, Facundo, un sujeto que ha insistido por todos los medios provocar algo de risa y ha fracasado sin remedio; su técnica consiste siempre en hacerle al méndigo, en humillar a la raza con frases y prosodia de chilango sin escrúpulos. Siempre he dicho que ese tipo no sobreviviría ni cinco minutos a la carrilla en una esquina de Neza. Otro caso paradigmático es el tono que asume Carlos Loret de Mola cuando se pone en plan bromista: pese a su traje sin arrugas y su camisa de marca, cotorrea a gritos como si fuera estibador de la merced, como Beverly de Peralvillo. Cuando lo veo, pienso en una hermosa interpretación de Bienvenido Granda, el famoso “bigote que canta”: “Todo es falso, pero tú eres mucho más”.