Jaime Muñoz Vargas
Aunque pretende ser una edición accesible al gran público, de bolsillo, Recoge el día, antología temática, de Alfonso Reyes, es una lujosa y casi inaccesible colección de ocho tomitos cuyo contenido fue seleccionado por Alfonso Rangel Guerra, quien además preparó el prólogo que aparece en el primer volumen de la serie. La tarea siempre titánica de antologar al inacabable Reyes tiene aquí, creo, una solución inteligente: en vez de buscar “lo mejor” que escribió el regiomontano, Rangel Guerra parceló no tanto en función “temática” (como se ofrece en el título), sino genérica, pues encontramos en estos bellos libros al Reyes que ara en la poesía, en el diario, en la correspondencia, en el artículo periodístico y, no podía ser excluido, en el ensayo, acaso el terreno donde ese mexicano universal se movió con mayor soltura.
Rangel Guerra lo afirma en su pórtico, y tiene razón: armar una antología de Reyes pone frente al antologador una tarea de suyo inacabable no sólo por la faraónica obra de quien escribió Ifigenia cruel, sino por su apabullante variedad de temas, una variedad que produce la impresión de infinito ante la cual muchos reculan. Los 26 tomos de sus Obras completas publicadas desde hace más de cincuenta años por el FCE rebasan con facilidad el propósito de resumirlos en una antología que, por fuerza, discrimine algunos textos y elija otros. ¿Cuáles incluir? ¿Por qué esos y no otros, si todas las páginas de Reyes dan la impresión de contar con méritos antológicos? No es fácil. La calidad, muy alta siempre, es pareja en el neoloeonés, de tal suerte que desde sus ensayos más ambiciosos (La antigua retórica, El deslinde, La crítica en la edad ateniense) hasta sus páginas más espontáneas ostentan un marcado aire de perfección, de genio invicto.
Pese a tal obstáculo, Rangel Guerra encaró el desafío y el resultado es Recoger el día, colección auspiciada por la Unesco y el Comité Regional Norte de Cooperación con la Unesco. Se trata, como dije al principio, de un trabajo editorial demasiado refinado (más: exquisito) como para llegar de veras a un público amplio. Arropados por una lujosa caja dura, los ocho tomitos usan camisa y fueron impresos y encuadernados con experta y exigente mano. En sí, es un placer abrir estos libros, gozar de su etéreo diseño. Y más que eso, encontrar a la vuelta de cada hoja la palabra siempre servicial en cualquier línea alfonsina.
Enumero el título de cada ejemplar, rótulo que de manera sintética da buena idea del contenido en conjunto: Los recuerdos, El padre Monterrey, México: la x en la frente, Amigos y contemporáneos, Ciudades y países/Los libros, La buena mesa/La mujer, El amor/La condición humana, Del epistolario/Del diario. Son ocho, pues, las vías de acceso que abre Rangel Guerra para llegar a don Alfonso. No proponen una ruta precisa. Antes bien, su plan insinúa la idea de que todos los caminos conducen a Reyes, desde su más ambicioso tratado hasta su más humilde pincelazo tirado sobre el lienzo de un diario personal. Por ejemplo, cierta pátina de grandeza tiñe el comentario más circunstancial en este abreviado día de su diario: “Río, miércoles 11 de Enero de 1939… Mi última noche en Brasil. Cumplí la misión que se me confió: reconcilié con México al Gob. Brasileño q. estaba muy lastimado y abrí al petróleo mexicano el mercado de este país. Ante esto, desaparecen mis cuestiones personales”.
El recorrido, entonces, busca observar a Reyes con vista de cóndor: abarcadoramente, a plenitud. En el tomo 1 miramos su andanza personal diseminada en textos escritos como para dar fe de sus movimientos en la vida, de su cosmovisión como ciudadano. Son páginas escritas con ánimo testimonial, siempre con algo de narrativo antes que crítico. Reyes en Monterrey, Reyes en México, en España, en París, en Sudamérica, Reyes de nuevo en el Distrito Federal. Reyes niño, joven, adulto, Reyes anciano. Reyes por Reyes en páginas atravesadas por una amable sinceridad, nunca truculentas ni condescendientes con las bajezas de espíritu.
En el tomo 2, Monterrey como una raya de luz en la memoria del regiomontano. Allí, refulgente, su “Sol de Monterrey”, tal vez el poema que lo definió con mayor encanto. Y algo similar, pero en relación a México en tanto país, contiene el tomo 3, el de la x en la frente; aquí, claro, aunque sólo en un fragmento, su “Visión de Anáhuac”. El cuarto de la tanda, un recorrido por las presencias literarias que poblaron la vida de Reyes, los amigos a los que siempre trató con sabia cordialidad. El tomo quinto hace las maletas y trata sobre los lugares, las atmósferas, los paisajes vistos y entrevistos. El 6, sobre dos pasiones alfonsinas: la mujer y la buena mesa, una asumida como ideal, como entidad metafísica, y, la otra, como concreción diaria. El tranco 7 de este periplo es el más filosófico de la serie; se refiere a la condición humana. El 8, ya lo cité, es la parte de su escritura informal, aunque nunca desgarbada: las cartas y el diario.
La suma de todo esto dibuja con pocas líneas la figura de Alfonso Reyes. Es un proyecto estimable, un homenaje más, merecido como todos, al escritor cabal del siglo veinte mexicano, el único autor que, como enfatizó Borges en “In memoriam AR”, es círculo, integridad: “Reyes: la indescifrable providencia / que administra lo pródigo y lo parco / nos dio a los unos el sector y el arco / pero a ti la total circunferencia”. Esa total circunferencia es la que busca percibir, y sospecho que lo logra sobradamente, Recoge el día, compilación del maestro Alfonso Rangel Guerra.
Recoge el día, antología temática, Alfonso Reyes, Selección y prólogo Alfonso Rangel Guerra, Unesco/ Comité Regional Norte de Cooperación con la Unesco, Monterrey, s/f.
Aunque pretende ser una edición accesible al gran público, de bolsillo, Recoge el día, antología temática, de Alfonso Reyes, es una lujosa y casi inaccesible colección de ocho tomitos cuyo contenido fue seleccionado por Alfonso Rangel Guerra, quien además preparó el prólogo que aparece en el primer volumen de la serie. La tarea siempre titánica de antologar al inacabable Reyes tiene aquí, creo, una solución inteligente: en vez de buscar “lo mejor” que escribió el regiomontano, Rangel Guerra parceló no tanto en función “temática” (como se ofrece en el título), sino genérica, pues encontramos en estos bellos libros al Reyes que ara en la poesía, en el diario, en la correspondencia, en el artículo periodístico y, no podía ser excluido, en el ensayo, acaso el terreno donde ese mexicano universal se movió con mayor soltura.
Rangel Guerra lo afirma en su pórtico, y tiene razón: armar una antología de Reyes pone frente al antologador una tarea de suyo inacabable no sólo por la faraónica obra de quien escribió Ifigenia cruel, sino por su apabullante variedad de temas, una variedad que produce la impresión de infinito ante la cual muchos reculan. Los 26 tomos de sus Obras completas publicadas desde hace más de cincuenta años por el FCE rebasan con facilidad el propósito de resumirlos en una antología que, por fuerza, discrimine algunos textos y elija otros. ¿Cuáles incluir? ¿Por qué esos y no otros, si todas las páginas de Reyes dan la impresión de contar con méritos antológicos? No es fácil. La calidad, muy alta siempre, es pareja en el neoloeonés, de tal suerte que desde sus ensayos más ambiciosos (La antigua retórica, El deslinde, La crítica en la edad ateniense) hasta sus páginas más espontáneas ostentan un marcado aire de perfección, de genio invicto.
Pese a tal obstáculo, Rangel Guerra encaró el desafío y el resultado es Recoger el día, colección auspiciada por la Unesco y el Comité Regional Norte de Cooperación con la Unesco. Se trata, como dije al principio, de un trabajo editorial demasiado refinado (más: exquisito) como para llegar de veras a un público amplio. Arropados por una lujosa caja dura, los ocho tomitos usan camisa y fueron impresos y encuadernados con experta y exigente mano. En sí, es un placer abrir estos libros, gozar de su etéreo diseño. Y más que eso, encontrar a la vuelta de cada hoja la palabra siempre servicial en cualquier línea alfonsina.
Enumero el título de cada ejemplar, rótulo que de manera sintética da buena idea del contenido en conjunto: Los recuerdos, El padre Monterrey, México: la x en la frente, Amigos y contemporáneos, Ciudades y países/Los libros, La buena mesa/La mujer, El amor/La condición humana, Del epistolario/Del diario. Son ocho, pues, las vías de acceso que abre Rangel Guerra para llegar a don Alfonso. No proponen una ruta precisa. Antes bien, su plan insinúa la idea de que todos los caminos conducen a Reyes, desde su más ambicioso tratado hasta su más humilde pincelazo tirado sobre el lienzo de un diario personal. Por ejemplo, cierta pátina de grandeza tiñe el comentario más circunstancial en este abreviado día de su diario: “Río, miércoles 11 de Enero de 1939… Mi última noche en Brasil. Cumplí la misión que se me confió: reconcilié con México al Gob. Brasileño q. estaba muy lastimado y abrí al petróleo mexicano el mercado de este país. Ante esto, desaparecen mis cuestiones personales”.
El recorrido, entonces, busca observar a Reyes con vista de cóndor: abarcadoramente, a plenitud. En el tomo 1 miramos su andanza personal diseminada en textos escritos como para dar fe de sus movimientos en la vida, de su cosmovisión como ciudadano. Son páginas escritas con ánimo testimonial, siempre con algo de narrativo antes que crítico. Reyes en Monterrey, Reyes en México, en España, en París, en Sudamérica, Reyes de nuevo en el Distrito Federal. Reyes niño, joven, adulto, Reyes anciano. Reyes por Reyes en páginas atravesadas por una amable sinceridad, nunca truculentas ni condescendientes con las bajezas de espíritu.
En el tomo 2, Monterrey como una raya de luz en la memoria del regiomontano. Allí, refulgente, su “Sol de Monterrey”, tal vez el poema que lo definió con mayor encanto. Y algo similar, pero en relación a México en tanto país, contiene el tomo 3, el de la x en la frente; aquí, claro, aunque sólo en un fragmento, su “Visión de Anáhuac”. El cuarto de la tanda, un recorrido por las presencias literarias que poblaron la vida de Reyes, los amigos a los que siempre trató con sabia cordialidad. El tomo quinto hace las maletas y trata sobre los lugares, las atmósferas, los paisajes vistos y entrevistos. El 6, sobre dos pasiones alfonsinas: la mujer y la buena mesa, una asumida como ideal, como entidad metafísica, y, la otra, como concreción diaria. El tranco 7 de este periplo es el más filosófico de la serie; se refiere a la condición humana. El 8, ya lo cité, es la parte de su escritura informal, aunque nunca desgarbada: las cartas y el diario.
La suma de todo esto dibuja con pocas líneas la figura de Alfonso Reyes. Es un proyecto estimable, un homenaje más, merecido como todos, al escritor cabal del siglo veinte mexicano, el único autor que, como enfatizó Borges en “In memoriam AR”, es círculo, integridad: “Reyes: la indescifrable providencia / que administra lo pródigo y lo parco / nos dio a los unos el sector y el arco / pero a ti la total circunferencia”. Esa total circunferencia es la que busca percibir, y sospecho que lo logra sobradamente, Recoge el día, compilación del maestro Alfonso Rangel Guerra.
Recoge el día, antología temática, Alfonso Reyes, Selección y prólogo Alfonso Rangel Guerra, Unesco/ Comité Regional Norte de Cooperación con la Unesco, Monterrey, s/f.