El efecto de saturación mediática todo lo devora, incluso el asombro de saber que el lunes hubo 22 muertes violentas en la guerra de/contra/con/entre los cárteles y a nadie, o a pocos, parece importarle. Ante esas cifras, da la impresión de que la partida contra el crimen organizado ni siquiera apunta a tablas, sino a una derrota parcial, al menos, de la estrategia seguida hasta ahora, caso de que en verdad la haya, por el gobierno federal. La gravedad de esta situación es inmensa, y la percepción de los ciudadanos no puede ser modificada nomás con los discursos de mano dura, combate firme y blablablá. La gente de a pie, pese a la indiferencia que provoca el exceso de noticias al respecto, no se equivoca si piensa que el clima de intranquilidad y de muerte está fuera de control, en la anarquía total, como si no hubiera Estado suficiente para encarar a los criminales.
En ese pavoroso caldo de cultivo cenamos el lunes con la mala nueva de que el ejército participa de lleno en el combate a la delincuencia, aunque con métodos no precisamente lícitos. El cruento escenario de Apatzingán preocupa porque no está en la competencia de las fuerzas armadas ese tipo de embestidas contra los presuntos narcos. Por más que sean criminales quienes disparan, en el actual Estado no es legal que el ejército actúe de esa manera contra los supuestos infractores de la ley. Se dice “presuntos” y “supuestos” precisamente para distinguir al sujeto que está en posibilidad de que se le asienten cargos, lo que por cierto no se podrá hacer en el caso de los caídos de Apatzingán, dado que en vez de intentar su aprehensión se les atacó con furor aniquilatorio, al grado de dejar la finca donde se agazapaban convertida en una piltrafa de escombros y vehículos incinerados, de posguerra.
Los 22 muertos del domingo al lunes, la acometida nada tersa del ejército y la sensación de que el promedio aumentará son llamadas de urgencia que no parece escuchar Calderón, quien se ha estacionado desde hace meses en el estribillo, sin correspondencia con la realidad, de que no cederá ante la belicosidad del narco. Está bien que diga eso, pues el discurso de la derrota es impensable, pero que al mismo tiempo su aparato policiaco y judicial entre a un rediseño que frene o al menos mitigue el caos de los meses recientes. Se ve lejana esa situación. Quién sabe a qué horrores deberemos llegar para concluir, por fin, que el crimen es el auténtico mandón en el país.
Ánimo, Mario
Sé que el problema de mi amigo Mario Gálvez es pasajero. Confío en su fortaleza y lo espero pronto, como sus muchos lectores, en el espacio que sólo él puede llenar.