jueves, mayo 03, 2007

Karaoke periodístico II

Lejos de ese mundo, al margen por completo (ahora ya no tanto) de gavilleros hardcore, los ciudadanos de a pie imaginamos que la muerte es igual de dolorosa en todos lados. Seguro que debe doler mucho a cualquiera, más si es trágica, pero la pena se mitiga en algo cuando de antemano ya se sabe que el riesgo de morir es muy grande y cuando se cumplen los rituales de la valentía que exige, por ejemplo, el temible mundo del hampa. Si a la certeza previa sobre el alto peligro en el que viven quienes se mueven entre esas sombras añadimos la posibilidad de pasar a la historia en un corrido, ya podemos entrever que la muerte no es tan terrible para algunos, y acaso es hasta deseable, mucho más que colgar los tenis de rucailo en la cama de un hospital.
Por supuesto no hago el elogio de esa valentía torcida e ingenua; sólo trato de entrever por qué cientos de hombres caen muertos en el norte y como si no pasara nada, como si fueran moscas. En este caso, creo, la cultura de la muerte, omnipresente en las fronteras, ayuda a prepararse para apurar el trago amargo de la partida por sobredosis de plomo. Esa cultura no está en los libros, sino en la conversación de la calle y, principalmente, en la música popular que festeja las gestas con cinto pitiado y cuerno de chivo como si se tratara de odiseas helénicas. Ahí está, por ejemplo, interpretada por Los Cadetes de Linares, el corrido de “Dimas de León”, nombre propio que de entrada tiene una resonancia campirana que inspira temor, pues de golpe, nomás con oír “Dimas”, ya imaginamos a un pelao bragao al que no le caben los tanates en el chon. Leamos su encontronazo con la muerte.
Empieza, como todo corrido, con el cronotopo, es decir, con la ubicación espaciotemporal del suceso: “Un día 10 de septiembre / de un domingo que pasó / en el puerto Matamoros / un velador lo mató”. Esta entrada es casi periodística, y sólo faltaría el “quién” (Dimas) para tener un resumen de todo el hecho, pues sabemos el qué, el cuándo y el dónde con toda claridad. Más información: “Dimas salió de Reynosa / en su carro preparado / a visitar a su amante / así lo tenía pensado”; vemos aquí el homenaje al coche “preparado” (blindado, con caballaje extra, poderoso), gran fetiche de la cultura delincuencial; la presencia de la amante en este mundo es básica y, de hecho, matón sin amante no es matón. Luego: “Dimas y dos compañeros / en un cabaret tomaban / como le tenían miedo / ya todos se preparaban”; en estos versos hay muchas lagunas que debemos llenar nosotros; ¿quiénes le tenían miedo a quién?, ¿quiénes se preparaban? Suponemos que los vigilantes del cabaret, claro, pero ¿allí trabaja la amante de Dimas? “El velador temeroso / de que Dimas lo matara / mandó llamar [a] los empleados / para que lo desarmaran”; otra vez, mucha ambigüedad: ¿por qué teme el velador?; tenemos que suponer que Dimas es, sin duda, un criminal de (literalmente) armas tomar, y más vale estar prevenidos. Sigue el cd: “Primero a Daniel Cantú / la pistola le quitaron / y también a Cayetano / que en el carro le encontraron”; la labor de desarme, profiláctica, empieza pues por los lugartenientes, sujetos que también ostentan nombres que hubiera festejado Rulfo; y viene el desenlace: “A Dimas lo detuvieron / cuando éste iba a intervenir / por la espalda le pegaron / no lo dejaron salir”; el protagonista del corrido es, entonces, liquidado cobardemente, cuando se envalentona porque a sus compinches les despelucaron las armas. “De pronto Miguel Balderas / su pistola disparó / con dos balazos certeros / el cráneo le atravesó”; así, sin metáfora, con una crueldad retórica poco envidiable, el compositor describe la trayectoria de los proyectiles. “Adiós Reynosa querido / orgullo de la frontera / donde Dimas se paseaba / con su pistola por fuera / Ya con esta me despido / señores de esta región / ya murió Dimas de León”. Poco puede agregarse; ésta es la subpoesía que apapacha sin rubor nuestras matanzas.