Parecía que el advenimiento de la democracia (electoral) había anulado ya el atávico clientelismo que tanto daño le había, le ha, hecho a México, que con el PAN en la presidencia iba a terminar, para siempre, el apoquinamiento de recursos teledirigidos desde la federación/gobiernos estatales/municipios a los candidatos del partido con el poder a la mano. Pero no, a la más pura usanza del PRI, como en los añejos tiempos del carro completo y del partido indestructible, tanto el PAN como el PRD, y no se diga el PRI inenderezable, usan hoy los recursos públicos como catapulta para conservar el poder a machamartillo, sin más coto que una ley menos amenazante que un algodón de azúcar.
El tema vuelve al candelero a propósito de las elecciones yucatecas, pero no debemos pensar que sólo porque allí habrá elecciones el próximo 20 de mayo los recursos de la federación le caen como diluvio al aspirante del PAN. No. La práctica es tan generalizada en todos los partidos que nadie puede decir nada sin morderse kilos de lengua. Es, para acabar pronto, una de las costumbres más arraigadas del podrido hacer político mexicano, tanto que parece un vicio inextirpable, como el tumor que se enquista y que es mejor dejar en su lugar antes que sacarlo.
La razón de ser del uso electorero de recursos públicos tiene su base no sólo en el acostumbrado mal trabajo de las autoridades, sino en la percepción social de ese trabajo, aún cuando haya sido bueno. El ciudadano de combate tiene en automático una opinión adversa sobre sus gobernantes; éstos lo saben, de ahí que no sólo se confíen en la buena administración de la cosa pública (seamos optimistas), sino que usen todos los instrumentos del Estado para afianzar a los candidatos de tal o cual tribu. Lo que hizo Fox en 2006, lo hizo también con descaro Arturo Montiel en el Estado de México, y fue evidente cómo en Torreón el anayismo quiso apuntalar a uno de los suyos, Chuy de León, para alcalde, por citar tres ejemplos escalados.
En los tres niveles de gobierno nadie se puede llamar, pues, a inocencia. Todos participan de ese delito, de ahí que las elecciones, aceitadas con el lubricante del clientelismo, nunca reflejen de veras lo que en realidad ocurre en los comicios. Ante las acusaciones, Calderón ha girado instrucciones a su patiño Mouriño para vigilar que ni un peso federal sea desviado hacia campañas específicas del PAN, como la que busca repetir en Yucatán. Poco o nada hace el michoacano con esa medida, ya que el hispanomexicano Juan Camilo, bien se sabe, es un precoz experto en desviación de recursos públicos. El clientelismo es padecimiento terco, un cáncer de los que al parecer no tienen cura.