jueves, mayo 03, 2007

Piratas del camión



Debo hacer un trámite en Saltillo y para eso es necesario estar allá temprano, antes de las diez de la mañana. Despierto a las cinco, hago mi veloz arreglo personal, ordeno un mínimo equipaje y tomo un taxi a la Central. Ya allí, aviento el mismo volado de siempre: Ómnibus de México o Estrella Blanca. Recuerdo en ese instante a Carlos Mota, quien, aunque nunca ha de subir a un bus, se enojó mucho con la empresa Ómnibus por el reciente y terrible choque en Chihuahua. Me la juego: con todo y accidente, los Ómnibus suelen andar más aseados y ser un poco más puntuales. Voy a la ventanilla, pregunto por una salida y allí está, lista en los andenes. Son las 6:15 am.
El camión va casi lleno, pero no me equivoqué. Trae buena iluminación, el clima no es una congeladora y los asientos funcionan. Todo parece estar en orden y me tranquilizo, pues trepar a un camión foráneo siempre es un albur. Ya en Matamoros me cala otra vez el sueño; quiero seguir leyendo, pero el arrullo de la carretera es más poderoso y caigo vencido por Morfeo. Me arrellano en mi asiento y le digo adiós, por un momento, a la realidad.
Despierto poco más allá de Paila, creo. Son casi las ocho. Hojeo el periódico. Sin hacer más llego a la capital de Coahuila. Milagrosamente, un perfecto viaje de ida, sin contratiempos, cómodo. Las cinco horas que vienen me sirven para despachar el asunto. A las cuatro de la tarde estoy ya en la Central de Saltillo, listo para volver a La Laguna, optimista porque todo salió bien. Tiro el sistemático volado: Ómnibus o Estrella Blanca. El primero me dice que su próxima salida se dará dentro de media hora; el segundo, que hay una unidad de la línea Futura en los andenes. Pago. La unidad 0044 va casi vacía. Tomo mi lugar y de golpe se me deja venir el espanto. Todo el interior hiede a mierda, como si no lo hubieran aseado nunca. Hago un esfuerzo sobrehumano para contenerme, para no reclamar nada, pues nada se logra con microquejas en este país. Me obligo a dormir pronto, de inmediato, para no pensar/guacarear. Despierto en el camino y la televisión ofrece la segunda parte de los Piratas del Caribe. Si no es así, forzado por las circunstancias, no veo esas historias para niños; le pongo un poco de atención y me maravilla la facha de Davy Jones, un meduso tan abominable como despiadado. En ciertas partes del film, ese protervo esperpento marino resume con dos frases la fétida travesía en el Estrella Blanca: “¡Que no se escuche la palabra alegría en este barco!”; y esta otra, escupida a sus galeotes pero aplicable a los pasajeros de un camión mexicano estándar: “¡Que nadie mire al cielo con esperanza!”.