Ver el espectáculo de la represión en EUA me recuerda que el
pensamiento de derecha ha ganado terreno a grandes zancadas en el alma de la
humanidad. Cada vez más ultra, la derecha del mundo sostiene que su lucha se
debe a que desde hace muchos años va perdiendo la “batalla cultural”, lo que para
ella es evidente en la orientación dominante en las universidades, en los
derechos cada vez más amplios conquistados por y para la mujer, en los
subsidios del Estado a la salud y a la educación públicas, en el desarrollo de
los derechos humanos y otras prerrogativas conseguidas, en teoría, por la
izquierda. Es hora de voltear todo eso, subraya la derecha.
La verdad es que los supuestos triunfos de sus adversarios zurdos
son pírricos, apenas un poco de lo que se ha arrebatado a la voracidad del
capitalismo, el tímido “estado de bienestar” que para la derecha siempre equivale
a “comunismo”, a “dictadura”, como se etiquetó al gobierno apenas socialdemócrata
de AMLO. Lo cierto es que la batalla cultural en verdad va siendo ganada, con
ventaja, por el pensamiento fascistoide cada vez más explícito, como lo ha
observado el psicoanalista Jorge Alemán. Se nota en todos lados: en los medios
de comunicación, en las redes sociales, en los simples grupos de WhatsApp que
hoy son indicador del pulso comunitario. Recuerdo que durante los procesos
electorales se dejan venir a borbotones el odio y el simplismo con garrote de
amigos y amigas que exhiben claramente, sin tapujos, al no tan pequeño granadero
que llevan dentro. Los caracteriza el uso permanente de expresiones violentas y
meritocráticas, la articulación de (por llamarlos de algún modo) argumentos que
sin muchas variantes podrían ser los de Trump, Milei, Abascal, Bolsonaro,
Netanyahu, Macri, Bukele y demás abanderados de la libertad y la sagrada teoría
del derrame. Si este discurso no gozara de solidez en la batalla cultural,
¿cómo se explica que tales sujetos hayan ganado elecciones y tengan ahora tanto
peso en la vida de millones de personas?, ¿cómo se explica el holocausto en
Palestina, atrocidad de atrocidades, sin que genere la indignación del planeta
entero y el repudio unánime a Benjamín Netanyahu, el Eichmann judío? La batalla
que van perdiendo en realidad es lo contrario: una batalla que van ganando y en
la que no deben aflojar porque el objetivo es aniquilar todo derecho social,
por minúsculo que sea, sin desdeñar jamás las indicaciones del manual cárcel o bala a toda protesta colectiva.
La motosierra de Milei es uno de los mejores emblemas de tal emprendimiento,
aunque no el único. La motosierra: vaya metáfora de la bestialidad convertida
en política pública que busca acabar con el Estado con recursos del Estado.
En Estados Unidos muchos votaron el retorno de Trump. No
sólo los muy ricos adhirieron a su figura, sino también miles de “pobres de
derecha” seducidos por la retórica estridente del energúmeno que pernocta en la
Casa Blanca. Lo impresionante es ver en esto que la gente vota a sus verdugos,
a decir del politólogo brasileño Jessé Souza. Muchos ciudadanos creen, como
ocurre en la Argentina, que la barbarie de los gobernantes que han elegido no llegará
a cagarles la vida. Tremendo error. Muy poco después de haber asumido, como
Trump y Milei ahora, esos gobernantes muestran la hilacha, sus planes
despiadados contra obreros, estudiantes, científicos, jubilados, mujeres, discapacitados,
enfermos, migrantes, pequeños empresarios y demás. Luego de sus triunfos
electorales, no pasa mucho tiempo para que se manifieste el exceso de Estado en
un solo rubro de la economía: el represivo. Todo se recorta, menos la inversión
estatal en macanas, escudos, balas y gases lacrimógenos destinados a quienes abracen
la mala idea de quejarse en las calles.
La etapa superior del fascismo (un fascismo que hoy se hace
del poder por la vía mediático-electoral) sólo sabe ejercer el gobierno en
términos depredatorios, de allí que muy pronto suelan poner en marcha
protocolos de aplastamiento a la protesta social. El caso más saliente del
momento es el de Milei y, de última hora, el de Trump contra los migrantes. No
sé en EUA, pero en la Argentina el orate que ejerce de presidente terminará
mal. Ignoro cuándo, pero apuesto lo que sea a que la economía se le vendrá al
suelo porque su éxito con la inflación, el equilibrio fiscal y el control del
dólar son un embuste más grande que la generosidad del FMI. De ahí la condena de
esta semana a Cristina Fernández: a punta de lawfare era necesario encarcelar a la única persona capaz de abrir
una opción política al tendal de miseria y descontento que dejará el gobierno
cruel y ridículo del ridículo y cruel Javier Milei, un títere de la
ultraderecha global que más temprano que tarde tronará como fusible.