Al compartir algunas ideas sobre
literatura mexicana a público argentino me vi hace poco en la necesidad, dado
el tiempo disponible, de armar una pequeña selección de nombres
representativos. Toda criba de esta índole es injusta, como sucede también en
la constitución de antologías, pero es inevitable cuando requerimos, por
fuerza, una mirada comprensiva, abarcadora.
El tema surgió de una experiencia real. La
cuento. En una sesión de taller literario comenté que el intercambio de libros
entre nuestros países, los latinoamericanos, es paupérrimo, tanto que se reduce a un número de nombres
que caben en una sola mano. Pregunté abiertamente: ¿díganme los nombres de
autores peruanos y argentinos que recuerden? Las
respuestas fueron un buen tanteo de la realidad: en ambos casos apenas pasaban
de cinco precarios nombres. Igual pregunta me atreví a plantear ante amigos
argentinos: a cuántos escritores mexicanos conocían. La respuesta fue análoga
en su número, lo que me reveló que nuestras literaturas se desconocen casi en
su totalidad.
Por ello en la ponencia sobre nuestros escritores ante público argentino quise ampliar la lista de los mencionados. A los ya conocidos (no sé si leídos) Reyes, Paz, Rulfo y Fuentes sumé algunos nombres que ni de broma aparecen en el horizonte argentino de lecturas, pero son, sin duda, clásicos contemporáneos mexicanos. Sólo pensé en el siglo XX. Comencé con Martín Luis Guzmán, que me parece básico. Añadí a Revueltas, frecuente en las listas de autores importantes de nuestro país pero muy desconocido más allá de nuestras fronteras. Mencioné a Rosario Castellanos, un caso parecido a los dos anteriores. Igual hice con Elena Garro y Elena Poniatowska, y a ellas agregué a José Agustín, Ibargüengoitia, Monsiváis y Pacheco.
Las listas de este tipo son muy injustas, por discriminatorias, pero, como dije hace algunos párrafos, son inevitables. Faltan muchos nombres de escritores y escritoras para sentir que allí nuestro país está bien representando, pero incluso en su insuficiencia, en su inevitable pobreza, no es ya lo mismo que los cinco o seis nombres de cajón que siempre afloran para dizque abrazar a la literatura mexicana.