miércoles, mayo 31, 2023

De obras completas












Lo más común es que las obras completas jamás sean verdaderamente completas sobre todo en los autores de caudalosa producción. Las razones de esta paradoja son varias, y una de las más importantes es la negativa del escritor o del editor a publicar “todo” en estricto sentido, es decir, todo lo que se dice todo. Sin embargo, hay aproximaciones al ideal, como es el caso de Alfonso Reyes y los cerca de treinta tomos que desde finales de los cincuenta han venido apareciendo con el sello del Fondo de Cultura Económica. ¿Algún día estará completa la herencia escrita del regiomontano? Supongo que no, que algo quedará al margen, pero seguramente será lo menos importante.

Hay un cierto tipo de lector (me incluyo en este grupo) obsesionado por reunir las obras completas de sus autores más queridos. En teoría es para leerlos cabalmente, pero sospecho que esta motivación es falsa: la razón es para tenerlos a la mano de manera íntegra o casi íntegra, pues para el lector al que me refiero sería algo inquietante saber que de sus autores favoritos no tiene tal o cual título fundamental, sería un vacío. La obsesividad a la que se llega puede ser enfermiza, y eso lo supo la vieja editorial Aguilar, que durante varias décadas preparó tomos descomunales y casi ilegibles para satisfacer a los lectores deseosos de no perderse nada.

Del sello de Aguilar todavía es posible conseguir muchos clásicos en aquel papel biblia ya legendario. Por supuesto, sólo son asequibles en librerías de viejo o en sitios de internet. Cervantes está en un tomo gordo, Quevedo en dos (prosa y poesía), Lope creo que en tres, y así todos los grandes y algunos no tan grandes: Goethe, Balzac, Stendhal, Destoievski, Tolstoi… Casi me atrevo a decir que quien los busca y los conserva procede por coleccionismo o consulta específica, pues los libros de Aguilar tienen páginas difíciles de leer, por lo incómodo de su pequeña tipografía y por lo pesado de cada tomo.

Me parece muy recomendable tratar de agotar el catálogo de libros de cada autor, tener sus (hasta donde se pueda) obras completas, siempre y cuando nos esforcemos por desahogar poco a poco su lectura. El caso es fugarse del mero coleccionismo, que no está mal, pero tampoco es muy meritorio que digamos.