Lo
más común es que las obras completas jamás sean verdaderamente completas sobre
todo en los autores de caudalosa producción. Las razones de esta paradoja son
varias, y una de las más importantes es la negativa del escritor o del editor a
publicar “todo” en estricto sentido, es decir, todo lo que se dice todo. Sin
embargo, hay aproximaciones al ideal, como es el caso de Alfonso Reyes y los
cerca de treinta tomos que desde finales de los cincuenta han venido
apareciendo con el sello del Fondo de Cultura Económica. ¿Algún día estará
completa la herencia escrita del regiomontano? Supongo que no, que algo quedará
al margen, pero seguramente será lo menos importante.
Hay
un cierto tipo de lector (me incluyo en este grupo) obsesionado por reunir las
obras completas de sus autores más queridos. En teoría es para leerlos
cabalmente, pero sospecho que esta motivación es falsa: la razón es para
tenerlos a la mano de manera íntegra o casi íntegra, pues para el lector al que
me refiero sería algo inquietante saber que de sus autores favoritos no tiene
tal o cual título fundamental, sería un vacío. La obsesividad a la que se llega
puede ser enfermiza, y eso lo supo la vieja editorial Aguilar, que durante
varias décadas preparó tomos descomunales y casi ilegibles para satisfacer a
los lectores deseosos de no perderse nada.
Del
sello de Aguilar todavía es posible conseguir muchos clásicos en aquel papel
biblia ya legendario. Por supuesto, sólo son asequibles en librerías de viejo o
en sitios de internet. Cervantes está en un tomo gordo, Quevedo en dos (prosa y
poesía), Lope creo que en tres, y así todos los grandes y algunos no tan
grandes: Goethe, Balzac, Stendhal, Destoievski, Tolstoi… Casi me atrevo a decir
que quien los busca y los conserva procede por coleccionismo o consulta
específica, pues los libros de Aguilar tienen páginas difíciles de leer, por lo
incómodo de su pequeña tipografía y por lo pesado de cada tomo.
Me parece muy recomendable tratar de agotar el catálogo de libros de cada autor, tener sus (hasta donde se pueda) obras completas, siempre y cuando nos esforcemos por desahogar poco a poco su lectura. El caso es fugarse del mero coleccionismo, que no está mal, pero tampoco es muy meritorio que digamos.