Vía
Whatsapp recibo un mensaje de cierto joven universitario. Me comparte una
inquietud académica y de inmediato le contesto con la mayor rapidez y amplitud
que me es posible. A veces se puede responder con holgura y a veces no, pero la
prontitud es casi infalible, más cuando entre mi interlocutor y yo hay un nexo
afectivo o laboral. Luego de mi respuesta pasa más de una hora y lo que recibo
es un triste “ok”. No acostumbro dar consejos ni mandar ni regañar a nadie,
salvo quizá, de vez en cuando y hoy cada vez menos, a mis tres hijas, pero esta
vez me interesaba que el joven aprendiera no precisamente una lección, sino un
comportamiento que desde hoy juzgo necesario para su desempeño profesional, ya
que dentro de no mucho tiempo deberá comunicarse más formalmente mediante la
escritura.
Recomendé a mi interlocutor dos o tres reglas de la comunicación profesional. Cierto que nuestro diálogo podría considerarse privado e informal, pero no me pareció mala idea aprovechar el descuido para poner sobre la mesa dos o tres tímidos consejos. Le dije que si la respuesta que pidió le fue enviada inmediatamente, no podía preguntar algo o abrir una conversación en Whatsapp sin continuarla con premura. Dejar que pasara más de una hora luego de la respuesta creaba la sensación de desinterés, e incluso tal paréntesis podría ser asumido como grosería. Asimismo, que un escueto “ok”, sin agradecimiento, agazapa en su simplonería un gesto de muy poca consideración por el otro.
Tras
el minúsculo consejo el joven aceptó el error, lo tomó con buena actitud y pasó
de inmediato a localizar una justificación: “Así escribo con mis amigos”. Esto
me llevó a estirar el comentario. Quizá con las personas muy cercanas, en un
grado superlativo de informalidad, no sea tan necesario el uso de una especie
de “etiqueta” o “buena urbanidad” al escribir en medios como Whatsapp, pero
fuera de tal contexto es pertinente acatar ciertas reglas mínimas de
convivencia escrita.
Le
comenté, por ampliar un poco, que hoy se escribe pésimamente mal en las redes
sociales y en los sistemas de mensajería inmediata como Whastapp o el inbox.
Para quien tiene cierta convivencia con el uso de la escritura, como los
periodistas o los escritores, por ejemplo, las redes o los sistemas de
mensajería no suelen ser espacios de escritura deshilachada, sino uno más de
los sitios en los que se podría notar su esmero en el uso de la palabra. Quien
sólo escribe para las redes o los sistemas privados de mensajes debe tener en
cuenta que los vicios de su escritura desenfadada muy probablemente pasarán a
sus textos más formales, de manera que para un futuro profesionista no está tan
mal obligarse a escribir bien incluso en los contextos de informalidad, pues
eso será una escuela permanente, una especie de práctica sin fin de su
expresión.
Nadie dice que es fácil escribir. Al contrario. Por eso mismo es pertinente que tomemos cursos gratuitos de escritura en las redes y en Whatsapp. Que nuestros ensayos y nuestros errores nos den la mano.