Argentina, 1985
(Santiago Mitre, 2022) es una película que me debía. Está disponible en la
plataforma de Prime y más allá de los asegunes que nunca faltan en estas obras
basadas en hechos reales y relativamente cercanos en el espacio y en el tiempo,
es un film muy útil para acceder al conocimiento más simplificado posible de tres
hechos: uno, la máquina de aniquilación política puesta en funcionamiento de
1976 a 1983 en la Argentina; dos, el llamado Juicio a las Juntas, es decir, a
los militares que ejercieron el terrorismo de Estado; y tres, las consecuencias
históricas que tal enjuiciamiento tuvo para la vida de América Latina en
general y de la Argentina en particular. Cierto que la película se ubica
temporalmente en el punto dos, el juicio de 1985, pero a partir de allí es
inevitable expandir la mirada hacia el pasado y el futuro inmediatos de aquel
año bisagra.
Como
se sabe, en los sesenta y setenta América Latina fue escenario de numerosas
luchas revolucionarias que, con diversos matices, pugnaban por la construcción
del socialismo, dicho esto con un trazo demasiado grueso; eran los años más
tensos de la Guerra Fría, y no es difícil imaginar que el territorio
latinoamericano era una zona sometida a la enorme influencia política y
económica de los Estados Unidos, cuyos presidentes auspiciaban sin reparo golpes
militares y gobiernos títeres para controlar y saquear a las que entonces
fueron bautizadas como “repúblicas bananeras”. El crecimiento de la pobreza, el
enriquecimiento de las oligarquías y la cerrazón política de tales totalitarismos hizo insoportable la realidad y muchos jóvenes, inspirados sobre todo por la
revolución cubana, fueran forzados a seguir el camino de las armas para acceder
al poder y lograr cambios. Las elecciones, cuando las había, solían ser meras pantomimas
y por ello es que nacieron los Tupamaros en Uruguay, los Montoneros en
Argentina, el FPMR en Chile, la Liga 23 de Septiembre en México, el Frente
Sandinista en Nicaragua, Alfaro vive, ¡carajo! en Ecuador, el M-19 en Colombia y
varios más. Mucha sangre corría del río Bravo hasta Ushuaia.
Dada
su peculiaridad histórica, marcada por la influencia voraz de sus oligarcas y su
recurrente golpismo militar, Argentina padeció de todo en los setenta. Se dio
la vuelta de Perón, su triunfo electoral, su muerte y, dada la debilidad y la
impericia de Isabel Martínez, su viuda y presidente, en 1976 fue echada por un
golpe militar que a la postre se convirtió en dechado de brutalidad sin más
límite que el dictado por la sádica imaginación de los represores. Dos casos tristemente
famosos ilustran sus excesos: la apropiación de bebés y los vuelos de la muerte
en los que arrojaban al mar, vivos, a los “subversivos”.
Recuperada
la democracia, con Raúl Alfonsín como presidente, comenzó a tomar forma un
proyecto inédito en el mundo: enjuiciar a exgobernantes por crímenes de lesa
humanidad. No sin turbulencias en la sociedad argentina, el Juicio a las Juntas
(militares) comenzó un lento y denso desahogo de testimonios sobre la
brutalidad verde olivo. El fiscal que encabezó el acopio de pruebas contra los
militares fue Julio César Strassera, personificado por Ricardo Darín, quien
acompañado por el adjunto Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) y un equipo de jóvenes
leguleyos, supieron configurar un corpus monumental de documentos para
demostrar las atrocidades perpetradas por los Videla, Massera, Agosti y demás asesinos
con insignias en el pecho que durante siete años se convirtieron en un ejemplo más de "la banalidad del mal", como llamó Hanna Arendt al horror nazi convertido en burocracia.
La película se atiene a una secuencia cronológica y abarca desde el momento en el que se sopea apenas la posibilidad de que los juicios se realicen hasta el momento en el que Strassera lee la acusación final. La ficción apela a algunos fragmentos de video real, disponible este último, gracias a YouTube, en numerosos enlaces. Más allá de lo apretado de su trama, y más allá de que alguno (yo mismo) pueda poner reparos a tal o cual adaptación de la realidad al formato fílmico, Argentina, 1985 es un excelente documento para los no iniciados en materia de bestialidad política en América Latina y su difícil procesamiento judicial y su esporádica y siempre deseable consecuencia: la cárcel perpetua para los genocidas.