domingo, enero 09, 2011

Decálogo del ambientalista adolescente



Nomádica número 52 deambula en sus habituales puntos de distribución. Como es costumbre, varios artículos y reportajes nutren sus páginas. Paco Valdés Perezgasga expone sin eufemismos lo que significa comer irracionalmente, sin pensar; Leticia González Arratia y Adriana Lorena Meza comentan los antecedentes prehispánicos del día de muertos; “Los majestuosos cañones de Parras” es un paseo por aquel rumbo siempre mágico. Todos los textos y las secciones son valiosos en este último número nomádico (perdón por el tríptico esdrújulo) de 2010. Yo cooperé con el artículo cuyo título preside esta entrega de Ruta Norte. A ver qué les parece:
El Gobierno del Distrito Federal ha emprendido todas las medidas imaginables para aminorar el desastre ambiental en nuestra monstruosa capirucha. Ante el cataclismo, no ha quedado más remedio que prohibir y prohibir, que multar y multar, pues sin medidas de ese tipo la situación sería peor. El “hoy no circula”, por ejemplo, es tan duro que los chilangos ya se acostumbraron a acatarlo. Por supuesto, toda coerción parece poca frente al maremagnum contaminante. El consumo de energía que demandan más de veinte millones de habitantes en aquella mancha gris, el agua que consumen, la basura que generan, el monóxido que expulsan y todo lo que deseemos añadir en materia apocalíptica, no puede frenarse o moderarse nomás con castigos. Ahora como nunca es necesario, creo, una conciencia ambiental que haga obligatoria la participación de cualquier ciudadano, el aporte del individuo anónimo en la defensa de lo poco respirable que todavía queda en la otrora región más transparente del aire y en cualquier otra amagada por el desastre.
Ese es el espíritu del “Decálogo del ciudadano econsciente” que publicó la revista Algarabía en su edición 46 y que bien harían en asumir como credo los habitantes no sólo del DF, sino todos los que, como nosotros en La Laguna o en cualquier parte de Coahuila y Durango, ya vemos en muchos espacios cercanos el daño provocado por la ubicua irresponsabilidad.
Un decálogo es la enumeración de diez mandamientos. Suelen ser diez para no desentonar con la tabla mosaica, pero los puntos podrían ser cien o doscientos, si queremos. El caso es tener claridad sobre un hecho: como la prohibición es ahora insuficiente, es necesario que el ciudadano conozca y haga suyas algunas reglas de comportamiento en un mundo devastado por el descuido de tantos. Así, pues, uno se convierte en guardián de sus propios actos, en severo vigilante de las acciones que a sí mismo lo tranquilicen o lo lleven ante el tribunal de su propia consciencia, para sintetizarlo en una frase con tufo decimonónico.
La propuesta de Algarabía no es nada despreciable; va dirigida, creo, al ambientalista amateur, al, digamos, ambientalista adolescente cuya colaboración, sin embargo, es vital para mitigar las agresiones a la Tierra. Enumero sus puntos y los comento:
1. Desenchufarás tus aparatos y cargadores. Se trata de una operación sencilla, de un simple movimiento y ya. Se supone que los aparatos eléctricos o los cargadores (de celular, por ejemplo) consumen energía incluso apagados, de ahí que haya ahorro de energía con el simple acto de desenchufar.
II. Sustituirás los focos tradicionales por focos ahorradores de luz. Esta es una práctica por fortuna cada vez más generalizada; sin embargo, el precio del foco ahorrador de buena luminosidad suele ser mucho más alto que el de la bombilla común; la gente prefiere el gasto lento de energía que el gasto abrupto provocado por la compra de cada foco. Cuando el precio del foco llegue a ser menos elevado, este mandamiento será más popular.
III. Evitarás el uso de bolsas de plástico. Este es un auténtico problema mundial, pues en términos prácticos la bolsa de supermercado u otro tipo de establecimiento se ha convertido en adminículo clave del intercambio comercial. Es económica, resistente, duradera y hasta publicitaria, y ahora también sirve casi obligatoriamente para reciclarla como recipiente de basura. Se dice que algunas son ya biodegradables, pero el ciudadano común no repara en este detalle y acepta y hasta exige las bolsas de plástico de cualquier calidad. Un lío, en suma.
IV. Reciclarás el papel. Se sabe que en muchas oficinas hay políticas institucionales de reciclado de papel. Sobre esto hay cada vez más consciencia, pero, como en todos los casos, falta camino por avanzar.
V. Compartirás tu coche. Hay familias de cinco o seis miembros en las que cada uno usa un coche distinto para todo; a veces es por irresponsabilidad y a veces porque el mundo actual, con sus distancias laborales disparatadas, no permite el uso de un solo vehículo. Además de compartir el coche, hay que fomentar el uso de transporte público y la bicicleta. También hay que caminar más seguido.
VI. Utilizarás medios alternativos de transporte. Lo dicho: el camión, el metro, el pesero, la bicicleta y caminar son, en muchos casos, una ayuda maravillosa al medio ambiente y a la economía y a la salud personales.
VII. Separarás la basura. Esto viene siendo una muletilla desde hace añales, pero en México es ínfimo, si no es que nulo, el número de personas que separan los desechos domésticos.
VIII. Disminuirás tu consumo de agua. Es de las medidas más sencillas y útiles que podemos tomar como ciudadanos. Ya sabemos: no pasarse mil horas en la regadera, regar jardines de noche, no lavar coches a manguerazos y evitar fugas, entre otras cotidianas prácticas. En La Laguna es una de las urgencias más notorias: que todos seamos cuidadosos con el uso del agua.
IX. Plantarás un árbol. Yo no he plantado árboles, pero llevo varios años de mi vida cuidando los que me han tocado. Ahora soy responsable de cinco. No sé si otros tienen idea de lo que eso significa, pero sé que plantados o adoptados, los árboles son fundamentales por razones muy visibles en el caso de La Laguna: la sombrita que regalan.
X. Compartirás todos estos tips con todos tus conocidos y amigos. Eso es lo que estoy haciendo aquí, precisamente.