Como se lo dije ayer por mail, 2010 fue el año de la consagración palindrómica de Gilberto Prado Galán. A la gorda drógala, el mundo de los palíndromos (ArteletrA, México, 39 pp.); Efímero lloré mi fe (26162 palíndromos) (Ediciones Sin Nombre/ArteletrA/Instituto Coahuilense de Cultura, México, 484 pp.) y Sorberé cerebros: antología palindrómica de la lengua española (Colofón, México, 146 pp.) son los tres títulos, para no variar palindrómicos, del escritor torreonense que con esto se colocó ya definitivamente entre los ludistas consumados del castellano, entre esos escritores que más allá de las funciones prácticas de la lengua se han regodeado con ella para darnos, en este caso, frases-cangrejo, expresiones jánicas.
Se trata pues de tres libros que salieron, como se dice en el beisbol con los jonrones consecutivos, “espalda con espalda”. De agosto a diciembre, Prado Galán vio saltar de la imprenta su trilogía retrolegible. Primero A la gorda drógala, racimo de ensayos en los que fatiga el tema de la palindromología, sus engranes interiores. Luego, un libro que todavía no tengo y es, si no me equivoco, el más grande esfuerzo palindómico en la historia del español; me refiero a Efímero lloré mi fe, esos 26162 palíndromos almacenadas en una pirámide de 484 páginas que apenas, porque la vi un instante, pude creer. Como si eso no bastara, en diciembre remató con Sorberé cerebros, una antología que da idea puntual sobre la materia del palíndromo ejercitado en todos los rumbos donde alguien ha querido jugar con el castellano de ida y vuelta.
Sorberé cerebros convida a 54 comensales. Uno de ellos, el menos hábil, escribe estas líneas. Como es de suponer, se trata de un libro harto misceláneo, pues aunque parezca, por el tema, que de aquí podía salir un libro más o menos reiterativo, el orbe del palíndromo es variado: digamos que ninguno de los palindromistas obtiene lo mismo con su esfuerzo: del palíndromo más común, el que configura una frase así nomás, de ida y vuelta, pasamos al que escribe un poema palindrómico, o un cuento, o un palincito con nota liminar, u otro sólo onomástico, y así más.
Entre los nombres figuran muchos famosos, escritores conocidos por toda la fanaticada: Arreola, Bonifaz Nuño, Cabrera Infante, Cortázar, Gerardo Deniz, Juan Filloy, Augusto Monterroso, Julián Ríos. Junto a ellos, otros que quizá son conocidos entre la comunidad dedicada de lleno a la palitecnia, como Darío Lancini, Pedro Ruiz, Víctor Carbajo. Y muchos más, todos con algo que ofrecer para que leamos en zigzag. El total, lo que incluye una feliz nota introductoria del feliz antólogo y una ficha biográfica de cada autor convocado, hace de Sorberé cerebros una cartografía inmejorable del universo dedicado al palíndromo en español.
¿Ejemplos? Cada página tiene muchos de veras divertidos, algunos apantallantes. Tomo ahora el libro y lo recorro un poco al azar, desde el principio; donde lo abra hay algo digno de paladeo: “El bonaerense es, Nerea, noble” (Alberto Abia); “Ema da luz azul a Dante” (Arreola); “Oye, rápate: te taparé yo” (Aurelio Asiain); “Sé brutal y no la turbes” (Bonifaz Nuño); “Trazó mal a Mozart” (Carbajo); “La calaca allá, acá la cal” (Marco Colín); “René teme tener” (Óscar René Cruz); “Solapan a rata mal; la matarán a palos” (Eladi Erill); “Ya gime mi gay” (Francesc Ferreter Segalà); “Sólo di sol a los ídolos” (Filloy); “¡Se dio: la Clara suele usar alcaloides!” (Josefet Fuentes); “¿Leí “hielo” o leí “hiel”? (Ramón Giné Farré); “Oír es raro; orar, serio” (Juan David Giraldo); “Seda de comodino sonido: Mocedades” (Miguel González Avelar); “Elba cortó ese otro cable” (Otto Raúl González); “Damas: oíd a Dios amad” (Carlos Illescas); “Leí, puta, tu piel” (Darío Lancini); “Soñar ópalos, sola, por años” (Ernesto Larios); “Leí menú… ¡ya sé!… desayuné miel” (Tomás Lipgot); “Sones y senos” (Carlos López); “A tu paloma amó la puta” (Fernando López Cortés); “Acá solo Tito lo saca” (Monterroso)… son muchos, muchísimos, tantos como para emprender una lectura ojipelona y divertida de este carnaval con la palabra, de este juego “amoroso y peligroso” del que habla Gabriela Warkentin en la cuarta, un juego siempre disfrutable cuando pasa por las manos de Gilberto Prado Galán, “el bato notable”.