Estuve de paso en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 1994, cuando fui de reportero a husmear (según yo muy acá) la batahola levantada por los zapatistas. Pasé de largo por Tuxtla, pues me instalé casi una semana en San Cristóbal de las Casas. En un hotel de aquella ciudad, recuerdo, escuché por tv el discurso de Colosio en el Monumento a la Revolución donde, se dijo, rompió con la tutela de Salinas. Lo que vino después ya lo sabemos, México fue ennegrecido hasta llegar, cómo no, a la salinizada elección con pánico en la que ganó Zedillo.
Volví a la capital chiapaneca en septiembre de 2010. Esta vez paré allí un par de días, otro suspiro. Fui a conferenciar sobre libros y al final de mi blablablá un joven muy atento me abordó con el obsequio de Los amorosos, cartas a Chepita (Joaquín Mortiz, México, 2009, 206 pp.), de Jaime Sabines. Lo leí casi inmediatamente, aunque a brincos, entre la agitación de las muchas actividades propiciadas por los centenarios y otros viajes.
Si los libros con correspondencia ubican al lector como voyeur, esto se agudiza en los que contienen cartas amorosas. En las misivas entre dos enamorados vemos en acción las estrategias retóricas más melosas, cuchicheos de tinta que tal vez no tenemos derecho a escuchar con las pupilas. Pero así se trate de un personaje cualquiera, sentimos morbosa curiosidad por conocer el tono y el contenido de las cartas. Cuando es un “famoso”, más suelen atraernos, y cuando ese famoso es un poeta como Jaime Sabines llegamos al extremo de pensar con todo el descaro que la correspondencia está para no perderse.
A muchos no les importa, sin embargo, el género epistolar. Les parece vacuo. A mí me atraen las cartas de los escritores (sobre todo las de los escritores) porque allí veo moverse sus espíritus en una tesitura más relajada, quizá sin la tensión que implica escribir-para-publicar. En la correspondencia he encontrado, pues, al escritor sin los ropajes habituales que usa en la cuartilla pensada para la prensa, al escritor trazándose a sí mismo en la cotidianidad.
Detalle aparte, también fundo mi gusto por la correspondencia en, lo he comentado en otras ocasiones, la reflexión sobre la muerte de un tipo de escritura. ¿Las nuevas tecnologías acabarán con los libros de cartas tal y como los conocemos? ¿Habrá en el futuro alguien que guarde las cartas electrónicas (o los largos chats o los mensajitos de celular o los tuits) cruzadas entre fulano escritor y su perengana amada? ¿Se ha cancelado la correspondencia de tipo tradicional y estamos por ello ante la muerte del género epistolar? No respondo lo que sospecho porque aquí no hay espacio para eso, pero creo en general que será muy difícil almacenar, organizar y publicar correspondencia como se pudo hacer en Los amorosos… de Sabines.
Además de las cartas que describen un itinerario postal de 1947 a 1963 (cuyo flujo más intenso se dio en 1949), el libro contiene una presentación de Josefa Rodríguez viuda de Sabines, y dos introducciones, una de Carlos Monsiváis y otra de Bárbara Jacobs. Es importante enfatizar lo que Chepita dice en el pórtico: “Jaime el poeta y Jaime el hombre son en realidad la misma persona, el mismo hombre”. Monsiváis lo reitera: “En sus cartas, Jaime Sabines es un personaje de su poesía posterior”. Como lo dice el título del libro, las cartas no son en sentido estricto una correspondencia, pues lo que vemos son sólo las cartas de Sabines escritas a su amada cuando tuvieron que separarse debido a los estudios cursados por él en la Ciudad de México.
En las cartas vemos entonces a Sabines tal como era, en corto, en “vivo”, frente a la imagen de su novia. Aunque es obvio —por la época y por la destinataria— que el poeta abunda en las galanterías melosas que son habituales entre las parejas, nunca deja de asomar el filo literario que después sería timbre de su poesía: “En esta rechingada hora de insomnio y de vergüenza estás presente, te necesito, te amo hasta quién sabe dónde, más, mucho más allá del amor y de la vida, te amo hasta la muerte; de tal modo que en vez de decir ‘te quiero’ necesito decir: te muero, me muero en ti, me muero”. O en este párrafo con marca de la casa: “Es mediodía y estoy solo en la casa. Desde mi cama estoy viendo tu retrato. Tengo tu carta a un lado. Te deseo. Te deseo inconfesablemente, desde la planta de mis pies hasta mis ojos, a todo lo largo de mi alma, te deseo pecaminosamente, desordenadamente, atrozmente”. El libro viene reforzado con algunas fotos donde se ve a Sabines como dandy tropical junto a Chepita en varios momentos de su relación. Creo que para los amorosos (nunca escasos) es un gran libro, me atrevo a decir que hasta una guía con tips para mostrarse desesperadamente, desordenadamente, atrozmente querendones.