domingo, enero 23, 2011

Frente al cine



A mediados del año pasado recibí una carta con una invitación de la productora Altra Fílmica. Ángeles Toquero y Guillermo Buigas, socios de la productora, me invitaban a participar en un proyecto de su creación llamado La imagen de la palabra, serie de entrevistas a cineastas mexicanos realizadas por escritores, periodistas e intelectuales también mexicanos. Desde el esbozo del proyecto supe que no podía decirle no, pues además de interesante en sí mismo tenía el plus de los nombres que por allí desfilarían. Supe de inmediato que la recomendación para que me buscaran partió de mi amigo Julio Hernández López, el periodista torreonense famoso en el país por la columna Astillero publicada de lunes a viernes en La Jornada.
Dije, pues, que sí con todo entusiasmo aunque con serias dudas acerca de mi competencia como entrevistador en video. De antemano yo sabía lo que todavía sé: que el agua donde nado con mayor decoro no es precisamente la de los medios electrónicos. De hecho, siempre me he mantenido lejos del interés por lo audiovisual; el cine y la televisión me gustan (a quién no), pero sólo como espectador, así que nunca me hice ni me he hecho a la idea de estar allí en un papel que no sea el de simple entrevistado o participante en paneles como ha ocurrido algunas veces en el programa local Cambios. Con todo y eso, dije que sí porque estaba Julio Hernández López de por medio y yo no quería quedarle mal.
Un sentimiento doble me pegó como ramalazo cuando después de que acepté me mandaron el resumen del proyecto. Por un lado, era, es, será, tentador; por otro, supe que me estaba metiendo en un lío cuya dificultad me obligaría a permanecer sutilmente tenso hasta que la aventura terminara. Y así fue, lo adelanto. El proyecto, planteado en los términos de Ángeles Toquero y Guillermo Buigas, señala que “La idea es la realización de un documental conformado por una serie de 26 entrevistas que presenten a través de siete ejes principales la obra cinematográfica de los directores de cine mexicanos. Estas entrevistas y/o charlas estarán a cargo de destacados escritores y periodistas que abordan el tema del cine desde una perspectiva social, cultural, política e histórica”. Acota además que “Este trabajo documental nace la necesidad de valorar y reconocer que el cine en toda sociedad es importante porque refleja la vida individual y colectiva, los contextos económicos, políticos y sociales en cada época, convirtiéndose en testimonio histórico de cada país.
Los directores asumen o desdeñan este compromiso, se integran o se aíslan de los contextos en los que se generan sus obras cinematográficas, pero invariablemente aportan un punto de vista a través de su trabajo. La sociedad se reconoce o no en estos universos si son fieles al sistema de vida cotidiana, de valores y problemáticas humanas individuales o de grupo. Estas obras cinematográficas se pueden o no convertir en testimonios de la historia, dependiendo de la honestidad y de la libertad con que se desarrollaron y de la verosimilitud con las que se dotó a cada una”.
El objetivo de todo el trabajo es “Generar un espacio de debate entre representantes de la cultura y la vida pública del país sobre la situación en la que se encuentran los entornos en los que se desarrollan sus trabajos profesionales. En este caso los directores de cine, los periodistas y escritores. Ofrecer al público un documento interesante sobre los aspectos humanos e ideológicos de quienes se dedican a la realización cinematográfica a través de interlocutores críticos y sensibles de su trabajo artístico. Reunir en un documento fílmico histórico la voz de cineastas, escritores, historiadores y periodistas fundamentales e esta época. Integrar al debate público a la comunidad cinematográfica que actualmente genera la memoria fílmica del país”.
Para lograr el propósito general, cada entrevista buscaría hacer un “Acercamiento al director”, a su “Temática y estética”, a su “Visión de México actual” y a la “Situación actual de la cinematografía en México”. La lista de directores y entrevistadores confirmados ya estaba avanzada: María Novaro con Ana Clavel; Luis Mandoki con Jaime Avilés; Carlos Bolado con Pedro Miguel; Juan Carlos Rulfo con Julio Hernández López; Alberto Cortés con Luis Tovar; Luciá Gajá con Jacaranda Correa; Felipe Cazals con Paco Ignacio Taibo II; Gabriel Retes con Ignacio Solares; José Buil con José Reveles; Nicolás Echevarría con Sara Lovera; Everardo González con Rafael Aviña; Arturo Ripstein con Hugo Gutiérrez Vega; Julián Hernández con Daniel Sada; Jorge Fons con Fernando del Paso. Además, estaban por confirmar los directores Paul Leduc, Luis Estrada, Marysa Sistach, Carlos Carrera, Alfredo Joskowicz, Amat Escalante, Juan Antonio de Riva, Fernando Eimbcke, Carlos Mendoza, José Luis García Agraz, Carlos Reygadas y Juan Mora Catlet para ser entrevistados, no precisamente en este orden, por Miguel Ángel Granados Chapa, Arnaldo Córdova, Lydia Cacho, Ricardo Rocha, Hermann Bellinghausen, José “Monero” Hernández, Susana Cato, Carmen García Bermejo, Lorenzo Meyer, Carmen Aristegui, Blanch Petrich y yo.
Ya no había forma de recular. Me asignaron a mi paisano Juan Antonio de la Riva, estudié su trayectoria y acordé con la producción el martes 30 de noviembre para apersonarme en los Estudios Churubusco. Para entonces, me lo habían dicho ya, iban catorce entrevistas, así que la mía iba a ser la quince. Como siempre en esos casos, me hice a la idea de pensar en el día siguiente. Poco antes del desafío edifiqué una idea imaginaria de asunto: me sentarían en cualquier parte junto al director y, con una cámara, grabarían el desarrollo del diálogo previsto. Así llegué a los estudios luego de atravesar un laberinto de calles y avenidas; terminé en otro laberinto, el de los Churubusco, sitio en el que ya había estado alguna vez, eso allá por 1982. Solo, preguntando a guardias y trabajadores, derivé en el foro donde sería grabada la entrevista. Mi umbral de tranquilidad se vio brutalmente aniquilado cuando entré: en un estudio grande había más de veinte trabajadores en acción. Preparaban cámaras, luces, escenografía, bebían café, platicaban. Lo que más me atemorizó fue una grúa con un camarógrafo encima. Ángeles Toquero salió a mi encuentro y de inmediato la siguieron fotógrafos y camarógrafos más informales, tal vez los encargados del “detrás de cámaras”. Ya estaba lista la base escenográfica; destacaba allí una enorme pantalla de cine donde alternativamente se veían dos fotos fijas y algunos datos: los de Juan Antonio de la Riva y los míos.
Lo primero que le dije a la directora fue que no imaginaba ese montaje tan aparatoso, pues yo siempre creí que se trataba de algo más sencillo. Al filo de las diez de la mañana, puntual, llegó el maestro De la Riva y casi de botepronto, así nomás, nos pidieron arrancar. Antes pedí un poco de tiempo y fui al baño para tirar el miedo. Volví un poco más relajado, me dieron una instrucción de entrada, me dijeron que la grabación duraría dos horas y que sólo habría un corte de descanso a la mitad de ese lapso. Nos acomodamos, yo estaba tenso pero recurrí a mi antídoto: pensar en el día siguiente. Comenzó la grabación, saludé al futuro e invisible público e hice la primera pregunta. Siempre había oído que en aquellos trotes hay algo de magia; si eso es cierto, a mí se me manifestó de este modo: yo sabía que estaba chambeando en eso por primera vez en mi vida, yo sabía que estaba en un foro con más de cuarenta ojos y oídos atentos, yo sabía que era un proyecto muy serio, pero con todo y eso las dos horas se fueron en un instante. No hubo un solo corte por errores y al final, cuando la directora dio la señal de cierre, volví a la realidad sin saber bien a bien qué hice para salir airoso de aquel trance. No medito, no me drogo, no tengo confianza en mí y pese a todo salí incólume. Creo que eso se debió al método infalible de la desfachatez. Sólo así puedo explicarme ahora aquellas dos horas en las que huí del mundo para fantasearme entrevistador. Sólo así.