Entre los varios libros que por exceso de precariedad no he podido llevar a las prensas tengo uno que no me pertenece, pues se trata de una especie de antología o, para ser más preciso, de muestrario. Su título tentativo es explícito: Catálogo de textos raros. No se trata de un ladrillo, sino de una plaquette (una flaquette) que a lo mucho rasguña las sesenta páginas. Su valor no está allí, estoy seguro, sino en el formidable contenido que a lo largo de algunos meses pepené aquí y allá, en libros sobre todo. Son, como el título de la publicación lo declara, textos que por alguna característica determinada me parecen raros, es decir, ajenos a lo que comúnmente colocamos en tal o cual género ya perfectamente conocido. Agrupo en ese libro todavía nonato, para que nos demos una idea, piezas como la greguería (humor + metáfora = greguería, según la fórmula de su inventor, Ramón Gómez de la Serna), el caligrama (texto-dibujo), el poemínimo (poesía + boutade, inventada por Efraín Huerta), la jitanjáfora (el enunciado con palabras que son sólo sonido sin significado, según Alfonso Reyes), las “voces” (aforismos creados por Antonio Porchia), los periquetes (frases abruptamente lúdicas de Arduro Suaves), entre otras.
Un lugar destacado del catálogo es ocupado —no podía faltar— por el palíndromo, es decir, por esas palabras y a veces frases y a veces párrafos y muy pocas veces páginas que tienen la extraña costumbre de regresar por donde vinieron, de cifrar letra por letra un mensaje perfecto de ida y vuelta. Para llenar el espacio que le dedicaría al palíndromo no me la puse nada difícil. Así como apelé a escritores lejanos en el tiempo y en el espacio para armar mi crestomatía (De la Serna, Porchia, Reyes), tomé algunos contemporáneos. Uno de estos, el más cercano a mis afectos, es Gilberto Prado Galán.
Digo que no batallé para localizar al autor de los palíndromos que me servirán de modelo en el casillero correspondiente porque desde hace dos décadas sé del fervor que Prado Galán tiene por la escritura reversible. De hecho, una de las experiencias que acaso puedo presumir de nuestra amistad fue ver el nacimiento de esa pasión, el instante en el que un joven palindromista quebró el cascarón de la zorra y el abad y de Anita y la tina a picotazos de ingenio. Yo fui, por ello, uno de sus primeros musos, pues de mi nombre hizo el inmortal “yo, de mí, a Jaime doy”. Vi entonces los preparativos de despegue, la forma en la que del hangar sacó el cohete que lo ha llevado hoy a una galaxia poblada por 26162 coruscantes frases jánicas. Ahora, gracias A la gorda drógala, libro que presentamos este mediodía, Gilberto nos ofrece un tratado con seis capítulos donde alberga todo lo que cualquiera desearía saber sobre esta gimnasia y esgrima de la palabra, obra que no dudo en calificar de extraordinaria por lo lúdica, inteligente y difícil.
Gilberto ha recordado en el primero de sus ensayos (“Pasión por los palíndromos: historia de una monomanía”) que hace diez años escribí un artículo sobre el tema. No era nada erudito, pero creo que para ser un profano no me quedó tan mal la explicación. Califiqué al palíndromo como “arte para servilletas”, esto porque jamás olvidé que los primeros frutos de este esfuerzo gilbertino fueron asentados en las reuniones de café que celebrábamos a finales de los ochenta; allí Prado Galán, entre charla y charla, se quedaba un rato absorto, tomaba una servilleta y de golpe amonedaba un centenario nuevo. Fue allí donde nació “el bato notable”, un palíndromo de Gilberto que también puede ser entendido como autodefinición.
Dije allá más o menos eso así: Cuando me lo preguntan, siempre digo que el palíndromo es “un arte para servilletas”, un juego verbal para hacer más creativa y llevadera cualquier espera en el café, y en ese sentido puedo agregar ahora que la impuntualidad de los amigos es, para muchos palindromistas, el verdadero detonante de la invención. Aunque ya todos lo saben, me refiero aquí, cuando hablo de palíndromo, al generalmente pequeño artefacto verbal que puede ser leído de derecha a izquierda y al revés, de izquierda a derecha, todo en perfecta simetría.
No es fácil, aunque a veces lo parezca, trabar buenos palíndromos. Las reglas no escritas sobre este microgénero literario son básicamente dos: A) la obvia, que las frases puedan ser leídas al revés y digan lo mismo, y B) que el palíndromo tenga un mínimo sentido dentro de su simplicidad, una lógica. Ejemplos ya sobados, conocidos por cualquiera, son “Anita lava la tina”, “arrima la mirra”, “dábale arroz a la zorra el abad”. Esos son, por así decirlo, los palíndromos emblemáticos, aquellos que cualquiera cita (como yo en esta nota) cuando se habla de palíndromos.
Hasta allí algunos de mis recuerdos sobre aquella exposición en la que traté el tema con las uñas de mi modesto conocimiento. Ahora, Prado Galán ha desbrozado el camino para llegar a una inteligencia plena del palíndromo. Sus seis acercamientos permiten apreciar los secretos, las costuras, los detalles, la magia de este juguete verbal con el que su autor se ha colocado en un podio de excepción en la literatura de nuestra lengua.
Publicado en la segunda tanda de cuadernillos de editorial ArteletrA, A la gorda drógala da fe de la vocación no digo palindromista, sino literaria toda de Gilberto Prado. Su esmero en el trato de la palabra queda demostrado en cada página cuando asimismo él procura adentrarnos al microcosmos de los palíndromos. Los legos jamás imaginamos que un artefacto de letras pudiera esconder tantos secretos y engarzar tantas perlas. Es, en efecto, un mundo el que habitan quienes han abrazado la teoría y la praxis del palíndromo, de manera que este libro es el producto de una especialización dentro de la especialización literaria.
“Cuadrados mágicos en español: una aproximación a los palíndromos gaométricos”, “Los palíndromos imposibles”, “Un acercamiento a los palíndromos onomásticos”, “Los palíndromos infinitos”, “Así la vida daré” y el ya mencionado “Pasión por los palíndromos” forman el cuerpo entero de este libro que si no fuera literario yo diría que es algebraico, pues algo tienen los palíndromos que se asemeja a la peculiar delicadeza de la matemática.
Quiero llamar la atención sobre un rasgo muy estimable en A la gorda drógala: que traza en cada tema un despejamiento, llamémosle así, teórico, y al mismo tiempo nos ofrece abundantes ejemplos que socorren la comprensión de cada tema. Así, este libro (por cierto, muy bellamente armado por Armando Oviedo, su editor) nos regala una visita guiada, de ida y vuelta, donde escuchamos con los ojos las explicaciones y de inmediato gozamos de las piezas que demuestran lo afirmado. No quiero robar el goce y la sorpresa que el lector por sí mismo puede hallar en cada página. Sólo adelanto tres bocadillos: “Romano: con odio oirá tiro tu autoritario oído, no con amor”, “Allá mama su seno pelón, no le pone Susana malla”; “Ateo parecerá, parecerá poeta”. Son de los sencillitos, pues no cito aquí un cuadrado mágico o “Así la vida daré”, un ente descomunal —un ser sólo comparable en México con Las vocales malditas de Óscar de la Borbolla—, pues se trata de ocho páginas a renglón apretado (17 grandes párrafos) que cuentan una historia legible de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, toda ella un palíndromo compacto (no una acumulación de palíndromos). Es demasiado, algo que parece dictado desde el más allá de las palabras, un mecanismo de apabullantes 12016 caracteres sin espacios. Por eso digo que Gilberto es el bato notable, un orfebre verbal atípico, y me quedo corto si consideramos que sus desafíos han pisado terrenos inhollados por la escritura en nuestra lengua.
Un lugar destacado del catálogo es ocupado —no podía faltar— por el palíndromo, es decir, por esas palabras y a veces frases y a veces párrafos y muy pocas veces páginas que tienen la extraña costumbre de regresar por donde vinieron, de cifrar letra por letra un mensaje perfecto de ida y vuelta. Para llenar el espacio que le dedicaría al palíndromo no me la puse nada difícil. Así como apelé a escritores lejanos en el tiempo y en el espacio para armar mi crestomatía (De la Serna, Porchia, Reyes), tomé algunos contemporáneos. Uno de estos, el más cercano a mis afectos, es Gilberto Prado Galán.
Digo que no batallé para localizar al autor de los palíndromos que me servirán de modelo en el casillero correspondiente porque desde hace dos décadas sé del fervor que Prado Galán tiene por la escritura reversible. De hecho, una de las experiencias que acaso puedo presumir de nuestra amistad fue ver el nacimiento de esa pasión, el instante en el que un joven palindromista quebró el cascarón de la zorra y el abad y de Anita y la tina a picotazos de ingenio. Yo fui, por ello, uno de sus primeros musos, pues de mi nombre hizo el inmortal “yo, de mí, a Jaime doy”. Vi entonces los preparativos de despegue, la forma en la que del hangar sacó el cohete que lo ha llevado hoy a una galaxia poblada por 26162 coruscantes frases jánicas. Ahora, gracias A la gorda drógala, libro que presentamos este mediodía, Gilberto nos ofrece un tratado con seis capítulos donde alberga todo lo que cualquiera desearía saber sobre esta gimnasia y esgrima de la palabra, obra que no dudo en calificar de extraordinaria por lo lúdica, inteligente y difícil.
Gilberto ha recordado en el primero de sus ensayos (“Pasión por los palíndromos: historia de una monomanía”) que hace diez años escribí un artículo sobre el tema. No era nada erudito, pero creo que para ser un profano no me quedó tan mal la explicación. Califiqué al palíndromo como “arte para servilletas”, esto porque jamás olvidé que los primeros frutos de este esfuerzo gilbertino fueron asentados en las reuniones de café que celebrábamos a finales de los ochenta; allí Prado Galán, entre charla y charla, se quedaba un rato absorto, tomaba una servilleta y de golpe amonedaba un centenario nuevo. Fue allí donde nació “el bato notable”, un palíndromo de Gilberto que también puede ser entendido como autodefinición.
Dije allá más o menos eso así: Cuando me lo preguntan, siempre digo que el palíndromo es “un arte para servilletas”, un juego verbal para hacer más creativa y llevadera cualquier espera en el café, y en ese sentido puedo agregar ahora que la impuntualidad de los amigos es, para muchos palindromistas, el verdadero detonante de la invención. Aunque ya todos lo saben, me refiero aquí, cuando hablo de palíndromo, al generalmente pequeño artefacto verbal que puede ser leído de derecha a izquierda y al revés, de izquierda a derecha, todo en perfecta simetría.
No es fácil, aunque a veces lo parezca, trabar buenos palíndromos. Las reglas no escritas sobre este microgénero literario son básicamente dos: A) la obvia, que las frases puedan ser leídas al revés y digan lo mismo, y B) que el palíndromo tenga un mínimo sentido dentro de su simplicidad, una lógica. Ejemplos ya sobados, conocidos por cualquiera, son “Anita lava la tina”, “arrima la mirra”, “dábale arroz a la zorra el abad”. Esos son, por así decirlo, los palíndromos emblemáticos, aquellos que cualquiera cita (como yo en esta nota) cuando se habla de palíndromos.
Hasta allí algunos de mis recuerdos sobre aquella exposición en la que traté el tema con las uñas de mi modesto conocimiento. Ahora, Prado Galán ha desbrozado el camino para llegar a una inteligencia plena del palíndromo. Sus seis acercamientos permiten apreciar los secretos, las costuras, los detalles, la magia de este juguete verbal con el que su autor se ha colocado en un podio de excepción en la literatura de nuestra lengua.
Publicado en la segunda tanda de cuadernillos de editorial ArteletrA, A la gorda drógala da fe de la vocación no digo palindromista, sino literaria toda de Gilberto Prado. Su esmero en el trato de la palabra queda demostrado en cada página cuando asimismo él procura adentrarnos al microcosmos de los palíndromos. Los legos jamás imaginamos que un artefacto de letras pudiera esconder tantos secretos y engarzar tantas perlas. Es, en efecto, un mundo el que habitan quienes han abrazado la teoría y la praxis del palíndromo, de manera que este libro es el producto de una especialización dentro de la especialización literaria.
“Cuadrados mágicos en español: una aproximación a los palíndromos gaométricos”, “Los palíndromos imposibles”, “Un acercamiento a los palíndromos onomásticos”, “Los palíndromos infinitos”, “Así la vida daré” y el ya mencionado “Pasión por los palíndromos” forman el cuerpo entero de este libro que si no fuera literario yo diría que es algebraico, pues algo tienen los palíndromos que se asemeja a la peculiar delicadeza de la matemática.
Quiero llamar la atención sobre un rasgo muy estimable en A la gorda drógala: que traza en cada tema un despejamiento, llamémosle así, teórico, y al mismo tiempo nos ofrece abundantes ejemplos que socorren la comprensión de cada tema. Así, este libro (por cierto, muy bellamente armado por Armando Oviedo, su editor) nos regala una visita guiada, de ida y vuelta, donde escuchamos con los ojos las explicaciones y de inmediato gozamos de las piezas que demuestran lo afirmado. No quiero robar el goce y la sorpresa que el lector por sí mismo puede hallar en cada página. Sólo adelanto tres bocadillos: “Romano: con odio oirá tiro tu autoritario oído, no con amor”, “Allá mama su seno pelón, no le pone Susana malla”; “Ateo parecerá, parecerá poeta”. Son de los sencillitos, pues no cito aquí un cuadrado mágico o “Así la vida daré”, un ente descomunal —un ser sólo comparable en México con Las vocales malditas de Óscar de la Borbolla—, pues se trata de ocho páginas a renglón apretado (17 grandes párrafos) que cuentan una historia legible de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, toda ella un palíndromo compacto (no una acumulación de palíndromos). Es demasiado, algo que parece dictado desde el más allá de las palabras, un mecanismo de apabullantes 12016 caracteres sin espacios. Por eso digo que Gilberto es el bato notable, un orfebre verbal atípico, y me quedo corto si consideramos que sus desafíos han pisado terrenos inhollados por la escritura en nuestra lengua.
Nota: Comentario leído ayer en la presentación de A la gorda drógala (el mundo de los palíndromos) celebrada en el Museo Regional de La Laguna. Participamos Gilberto Prado Galán, Carlos Reyes y yo.