¿Qué pasará
con la correspondencia de los escritores en la era del e-mail? Durante décadas,
las cartas de poetas, novelistas, dramaturgos y demás oficiantes de la palabra
quedaron resguardadas en papeles que, con un poco de organización en su momento
y luego con la ayuda de algún editor interesado, permitían libros en los que el
género epistolar era instalado en los predios de la perdurabilidad pública. Hoy,
la realidad es muy distinta: han desaparecido las cartas de papel y no sé si
los escritores se han puesto a pensar, acaso con algún jactancioso ideal de
trascendencia, en el resguardo de su cibercorrespondencia. Supongo que no, que
en el vaivén de las cartas breves y atropelladas de estos tiempos no late el
deseo de comunicar con alguna elegancia lo que van sintiendo, sobre cualquier
tema, los amigos escritores. El ritmo antiguo, que sobrevivió, creo, hasta muy
entrada la década de los noventa, permitía que pasaran días o hasta semanas
para esperar una respuesta que por lo común llegaba espesa de sentido, de
opiniones, de revelaciones amargas y/o venturosas. Hoy, por la facilidad y la
economía de servicio postal electrónico, la correspondencia es más telegráfica
que nunca, descuidada, codificada en medio de todo tipo de apresuramientos.
Esto obedece, creo, al abultado número de mensajes de índole postal con los que
ahora convivimos: en lugar de una o dos cartas al mes, como antes, ahora
tenemos diez al día, a las que debemos sumar los mensajitos de celular, que son
una forma reciente de la inmediata comunicación postal, o el tuiter y los “estados”
de Facebook.
Será porque
me gusta la correspondencia entre escritores, será porque soy un voyerista del
espíritu, será porque en general me horroriza el descuido de las cartas
sancochadas en la actualidad, el caso es que desde la aparición del mail me
hago estas preguntas: ¿qué pasará con la correspondencia de los escritores?
¿Tendremos alguna vez, en un futuro no tan distante, un libro con las cartas
electrónicas de dos escritores? ¿Valdrá la pena eso? ¿Qué se necesitará para
organizar ese zigzag epistolar? ¿Quién lo hará, dado que las contraseñas suelen
ser llaves privadas de acceso a la intimidad de un buzón? Pregunto y no
respondo, pues no sé lo que pasará. Mientras eso llega (o no llega), continúo
el disfrute de los libros que responden a este género; tengo dos muy
apreciados: la correspondencia entre José Lezama Lima y José Rodríguez Feo (que
publicó ERA) y la de Alfonso Reyes con Pedro Henríquez Ureña (aparecida con el
sello del Fondo de Cultura Económica). A ese par sumo varios ejemplares más,
por supuesto, como el que recién compré en la Feria del Libro de Durango: la Correspondencia
de Alfonso Reyes con Octavio Paz (1939-1959) publicada también por el FCE.
Organizada,
anotada y prologada por Anthony Stanton, la correspondencia Reyes-Paz nos
introduce al centro de la amistad de los dos escritores mexicanos más
importantes del siglo XX. Nomás por eso es interesante. Eso lo supo bien
Stanton, el editor, a quien yo conocía gracias a Las primeras voces del poeta Octavio Paz (1931-1938) (publicado
por el Conaculta y Ediciones sin Nombre en 2001). El investigador percibió
entonces el enorme valor de las cartas cruzadas entre el ya maduro Reyes y un
Paz que estaba avanzando rápida y firmemente hacia el domino pleno de su
expresión. Gracias a esta correspondencia ingresamos, como digo, a la mismísima
médula de una amistad que no por inteligente deja de ser emotiva y reveladora,
sobre todo, de la batalla creativa que estaba librando Paz para alcanzar el
rango de escritor que ya ocupaba el regiomontano.
En este
sentido, es fundamental traer la conclusión, o una de las conclusiones, de
Stanton sobre las 84 cartas intercambiadas entre Reyes y Paz: “Hay varias
maneras de medir el valor de una correspondencia entre dos escritores. Como en
este caso se trata de un epistolario netamente literario e intelectual que habla
de proyectos, libros e ideas, me parece que su valor reside en la luz que
arroja sobre la génesis, el desarrollo y la maduración de las obras literarias
de los dos escritores. El epistolario permite reconstruir con más fidelidad la
evolución intelectual y artística de cada uno, sobre todo del más joven. En
este aspecto, es cierto que el valor no es simétrico ya que Reyes asume desde
el principio el papel más bien discreto de receptor, guía, mecenas y animador
del poeta más joven, de quien surgen iniciativas y búsquedas. Pero hay que
reconocer que Reyes es fiel a su función mayéutica y tiende a repetir el papel
socrático que su propio maestro Pedro Henríquez Ureña había desempeñado con
respecto a él, sólo que con medios muy distintos y sin la férrea disciplina del
dominicano”.
En efecto,
pues, las cartas de AR a OP permiten ver al mesurado maestro frente al
impetuoso alumno, quien le informa sobre sus proyectos de escritura para que
nosotros, varias décadas después, escuchemos con los ojos los primeros latidos
de libros como Libertad bajo
palabra, ¿Águila o sol?, El laberinto de la soledad y El arco y la lira, entre otros.
Asimismo, como paralelismo adicional al de sus vidas artísticas, esta
correspondencia deja que nos asomemos a la trayectoria diplomática de Paz. Para
entonces, Reyes ha regresado a México luego de su largo periplo por las
embajadas de nuestro país en Francia, España, Brasil y Argentina. Tiene ya una
fama hecha, cuajada, como polígrafo (así se decía entonces), como funcionario
público y como maestro. En nuestro país se desempeña ya como presidente de El
Colegio de México y arma la parte final de su numerosa y diversa obra. Mientras
tanto, Paz sale de México a emprender su propio viaje por misiones
diplomáticas. Lo acompañan Elena Garro y su hija, Elena Paz Garro. Trabaja así
para la legación mexicana en París, Nueva Delhi y Tokio, y a esa enorme
distancia se debió que mantuviera viva, con emocionadas cartas, su amistad con
el Reyes por fin sedentario de la vejez.
La
correspondencia Reyes-Paz es enriquecida con algunas imágenes de los manu y
mecanuscritos de las cartas y la reproducción de los dibujos que hiciera Rufino
Tamayo para ¿Águila y sol? La
primera edición de las cartas es del 98, y la hicieron el FCE y la Fundación
Octavio Paz. Tuvo una reimpresión en 1999, así que debe de ser de fácil
consecución. Confío en que será un libro apreciado por quienes lo consigan y lo
lean, como ya lo es para mí.