domingo, julio 26, 2009

Epistolario Reyes-Paz



¿Qué pasará con la correspondencia de los escritores en la era del e-mail? Durante décadas, las cartas de poetas, novelistas, dramaturgos y demás oficiantes de la palabra quedaron resguardadas en papeles que, con un poco de organización en su momento y luego con la ayuda de algún editor interesado, permitían libros en los que el género epistolar era instalado en los predios de la perdurabilidad pública. Hoy, la realidad es muy distinta: han desaparecido las cartas de papel y no sé si los escritores se han puesto a pensar, acaso con algún jactancioso ideal de trascendencia, en el resguardo de su cibercorrespondencia. Supongo que no, que en el vaivén de las cartas breves y atropelladas de estos tiempos no late el deseo de comunicar con alguna elegancia lo que van sintiendo, sobre cualquier tema, los amigos escritores. El ritmo antiguo, que sobrevivió, creo, hasta muy entrada la década de los noventa, permitía que pasaran días o hasta semanas para esperar una respuesta que por lo común llegaba espesa de sentido, de opiniones, de revelaciones amargas y/o venturosas. Hoy, por la facilidad y la economía de servicio postal electrónico, la correspondencia es más telegráfica que nunca, descuidada, codificada en medio de todo tipo de apresuramientos. Esto obedece, creo, al abultado número de mensajes de índole postal con los que ahora convivimos: en lugar de una o dos cartas al mes, como antes, ahora tenemos diez al día, a las que debemos sumar los mensajitos de celular, que son una forma reciente de la inmediata comunicación postal, o el tuiter y los “estados” de Facebook.
Será porque me gusta la correspondencia entre escritores, será porque soy un voyerista del espíritu, será porque en general me horroriza el descuido de las cartas sancochadas en la actualidad, el caso es que desde la aparición del mail me hago estas preguntas: ¿qué pasará con la correspondencia de los escritores? ¿Tendremos alguna vez, en un futuro no tan distante, un libro con las cartas electrónicas de dos escritores? ¿Valdrá la pena eso? ¿Qué se necesitará para organizar ese zigzag epistolar? ¿Quién lo hará, dado que las contraseñas suelen ser llaves privadas de acceso a la intimidad de un buzón? Pregunto y no respondo, pues no sé lo que pasará. Mientras eso llega (o no llega), continúo el disfrute de los libros que responden a este género; tengo dos muy apreciados: la correspondencia entre José Lezama Lima y José Rodríguez Feo (que publicó ERA) y la de Alfonso Reyes con Pedro Henríquez Ureña (aparecida con el sello del Fondo de Cultura Económica). A ese par sumo varios ejemplares más, por supuesto, como el que recién compré en la Feria del Libro de Durango: la Correspondencia de Alfonso Reyes con Octavio Paz (1939-1959) publicada también por el FCE.
Organizada, anotada y prologada por Anthony Stanton, la correspondencia Reyes-Paz nos introduce al centro de la amistad de los dos escritores mexicanos más importantes del siglo XX. Nomás por eso es interesante. Eso lo supo bien Stanton, el editor, a quien yo conocía gracias a Las primeras voces del poeta Octavio Paz (1931-1938) (publicado por el Conaculta y Ediciones sin Nombre en 2001). El investigador percibió entonces el enorme valor de las cartas cruzadas entre el ya maduro Reyes y un Paz que estaba avanzando rápida y firmemente hacia el domino pleno de su expresión. Gracias a esta correspondencia ingresamos, como digo, a la mismísima médula de una amistad que no por inteligente deja de ser emotiva y reveladora, sobre todo, de la batalla creativa que estaba librando Paz para alcanzar el rango de escritor que ya ocupaba el regiomontano.
En este sentido, es fundamental traer la conclusión, o una de las conclusiones, de Stanton sobre las 84 cartas intercambiadas entre Reyes y Paz: “Hay varias maneras de medir el valor de una correspondencia entre dos escritores. Como en este caso se trata de un epistolario netamente literario e intelectual que habla de proyectos, libros e ideas, me parece que su valor reside en la luz que arroja sobre la génesis, el desarrollo y la maduración de las obras literarias de los dos escritores. El epistolario permite reconstruir con más fidelidad la evolución intelectual y artística de cada uno, sobre todo del más joven. En este aspecto, es cierto que el valor no es simétrico ya que Reyes asume desde el principio el papel más bien discreto de receptor, guía, mecenas y animador del poeta más joven, de quien surgen iniciativas y búsquedas. Pero hay que reconocer que Reyes es fiel a su función mayéutica y tiende a repetir el papel socrático que su propio maestro Pedro Henríquez Ureña había desempeñado con respecto a él, sólo que con medios muy distintos y sin la férrea disciplina del dominicano”.
En efecto, pues, las cartas de AR a OP permiten ver al mesurado maestro frente al impetuoso alumno, quien le informa sobre sus proyectos de escritura para que nosotros, varias décadas después, escuchemos con los ojos los primeros latidos de libros como Libertad bajo palabra, ¿Águila o sol?, El laberinto de la soledad y El arco y la lira, entre otros. Asimismo, como paralelismo adicional al de sus vidas artísticas, esta correspondencia deja que nos asomemos a la trayectoria diplomática de Paz. Para entonces, Reyes ha regresado a México luego de su largo periplo por las embajadas de nuestro país en Francia, España, Brasil y Argentina. Tiene ya una fama hecha, cuajada, como polígrafo (así se decía entonces), como funcionario público y como maestro. En nuestro país se desempeña ya como presidente de El Colegio de México y arma la parte final de su numerosa y diversa obra. Mientras tanto, Paz sale de México a emprender su propio viaje por misiones diplomáticas. Lo acompañan Elena Garro y su hija, Elena Paz Garro. Trabaja así para la legación mexicana en París, Nueva Delhi y Tokio, y a esa enorme distancia se debió que mantuviera viva, con emocionadas cartas, su amistad con el Reyes por fin sedentario de la vejez.
La correspondencia Reyes-Paz es enriquecida con algunas imágenes de los manu y mecanuscritos de las cartas y la reproducción de los dibujos que hiciera Rufino Tamayo para ¿Águila y sol? La primera edición de las cartas es del 98, y la hicieron el FCE y la Fundación Octavio Paz. Tuvo una reimpresión en 1999, así que debe de ser de fácil consecución. Confío en que será un libro apreciado por quienes lo consigan y lo lean, como ya lo es para mí.