Si no es sólo una casualidad, ignoro la razón precisa por la que de unos años a la fecha La Laguna ha construido un lote ya atendible de ficciones policiales. A Cuatro crímenes norteños, de Paco Amparán; a Partitura para mujer muerta, de Vicente Alfonso; a Leyenda Morgan, de mi autoría, viene a sumarse De la escritura a la evidencia, siete historias (pseudo) policiales, de Fernando Fabio Sánchez, libro publicado bajo el sello editorial de la UAdeC en la segunda serie Siglo XXI-Escritores coahuilenses. Se trata, en todo caso, de una obra cuya publicación, como suele suceder en nuestro modorro entorno, fue largamente pospuesta. Leí su original enargollado, si no recuerdo mal, hace más de cinco años, pero es hasta este 2009 cuando su autor ha podido verlo impreso y en circulación.
Prologado por Ignacio Corona, profesor de la Ohio State University, De la escritura a la evidencia oscila entre la historia policial cruda y el laborioso y cerebral despejamiento de los misterios planteados como ingeniosa incógnita en el arranque de cada relato. En este sentido, es un libro colocado a caballo entre las dos grandes tradiciones del género: la sobria, cuadriculada y a veces hasta estetizante manera inglesa, y la ruda, violenta y siempre viscosa escuela norteamericana del hard boiled.
Esta especie de hibridismo es entendible si nos asomamos, creo, a la formación académica del autor y a su primera experiencia laboral. Nacido en Torreón, en 1973, Fernando Fabio Sánchez estudió comunicación en el antiguo Iscytac, donde por cierto inauguró sus andanzas literarias. Recién egresado consiguió chamba como reportero de policiales, lo que para él significó, de golpe, sumar a su inquietud de escritor un contacto con casos violentos de la vida real. Poco después se dio su salida de La Laguna, de México, y su radicación en el estado de California, de donde partió a Boulder, Colorado, para estudiar su maestría y allí mismo el doctorado, que concluyó con éxito para luego instalarse como profesor en la Universidad de Portland.
A grandes zancadas he resumido el pasado que explica este libro: por un lado está el escritor, el académico, y por el otro el incipiente reportero que traba relación con sucesos que luego, trasformados por el tiempo y la imaginación, devinieron embriones de historias policiales, esas mismas historias que pasados los años fueron madurando para formar De la escritura a la evidencia, libro que, como ya dije, leí en borrador hace más de cinco años y que desde entonces me mostró esas dos caras de la narrativa que sabe hacer Fernando Fabio: por un lado, el ingrediente sanguinolento, el Mal reptando en cada página, y, por el otro, un gusto fijo por poblar cada cuento con libros, manuscritos, fotografías, periódicos, es decir, con referentes literarios.
Ignacio Corona ha dicho bien que “La colección de historias De la escritura a la evidencia: siete historias (pseudo) policiales (…) ofrece un escenario para la creación de significados y la reflexión del crimen en la sociedad contemporánea. En tramas urdidas en espacios no tradicionales para el género se encuentran alusiones y referencias textuales a un inventario actual de la nota roja: los feminicidios, el tráfico de órganos, el narcotráfico, los asesinatos de ancianos, los vídeos snuff, etc. Pero no por ello se trata de un libro que atosigue al lector mediante la denuncia o el peso de la factualidad de las microhistorias que pululan en los medios…”. En efecto, las anécdotas son casi lo de menos; en las historias de este libro hay una especie de sustrato cuya complejidad desea aproximarnos a la infinita trama de relaciones humanas en estado de descomposición, esto como reflexión sobre los abismos que separan a la sociedad visible de lo que soterrada y verdaderamente es: un catálogo de almas en bancarrota, inmorales, movidas por la perversidad y sus afines. (Texto leído ayer en el Teatro Nazas; participamos el autor, Gerardo García Muñoz —quien hoy cumple el tostón— y yo).
Prologado por Ignacio Corona, profesor de la Ohio State University, De la escritura a la evidencia oscila entre la historia policial cruda y el laborioso y cerebral despejamiento de los misterios planteados como ingeniosa incógnita en el arranque de cada relato. En este sentido, es un libro colocado a caballo entre las dos grandes tradiciones del género: la sobria, cuadriculada y a veces hasta estetizante manera inglesa, y la ruda, violenta y siempre viscosa escuela norteamericana del hard boiled.
Esta especie de hibridismo es entendible si nos asomamos, creo, a la formación académica del autor y a su primera experiencia laboral. Nacido en Torreón, en 1973, Fernando Fabio Sánchez estudió comunicación en el antiguo Iscytac, donde por cierto inauguró sus andanzas literarias. Recién egresado consiguió chamba como reportero de policiales, lo que para él significó, de golpe, sumar a su inquietud de escritor un contacto con casos violentos de la vida real. Poco después se dio su salida de La Laguna, de México, y su radicación en el estado de California, de donde partió a Boulder, Colorado, para estudiar su maestría y allí mismo el doctorado, que concluyó con éxito para luego instalarse como profesor en la Universidad de Portland.
A grandes zancadas he resumido el pasado que explica este libro: por un lado está el escritor, el académico, y por el otro el incipiente reportero que traba relación con sucesos que luego, trasformados por el tiempo y la imaginación, devinieron embriones de historias policiales, esas mismas historias que pasados los años fueron madurando para formar De la escritura a la evidencia, libro que, como ya dije, leí en borrador hace más de cinco años y que desde entonces me mostró esas dos caras de la narrativa que sabe hacer Fernando Fabio: por un lado, el ingrediente sanguinolento, el Mal reptando en cada página, y, por el otro, un gusto fijo por poblar cada cuento con libros, manuscritos, fotografías, periódicos, es decir, con referentes literarios.
Ignacio Corona ha dicho bien que “La colección de historias De la escritura a la evidencia: siete historias (pseudo) policiales (…) ofrece un escenario para la creación de significados y la reflexión del crimen en la sociedad contemporánea. En tramas urdidas en espacios no tradicionales para el género se encuentran alusiones y referencias textuales a un inventario actual de la nota roja: los feminicidios, el tráfico de órganos, el narcotráfico, los asesinatos de ancianos, los vídeos snuff, etc. Pero no por ello se trata de un libro que atosigue al lector mediante la denuncia o el peso de la factualidad de las microhistorias que pululan en los medios…”. En efecto, las anécdotas son casi lo de menos; en las historias de este libro hay una especie de sustrato cuya complejidad desea aproximarnos a la infinita trama de relaciones humanas en estado de descomposición, esto como reflexión sobre los abismos que separan a la sociedad visible de lo que soterrada y verdaderamente es: un catálogo de almas en bancarrota, inmorales, movidas por la perversidad y sus afines. (Texto leído ayer en el Teatro Nazas; participamos el autor, Gerardo García Muñoz —quien hoy cumple el tostón— y yo).