jueves, julio 30, 2009

Nombres necios



La eufonía (que una palabra o una frase suenen bien) es misteriosa. No hay, creo, una fórmula que nos ayude a comprender por qué cierta conjugación de letras o sílabas hacen una linda palabra y otra fea u horrísona (que suena mal). Algo tiene el genio del idioma como secreto bien guardado, de suerte que nunca podremos descubrir la clave del entrelazamiento de letras para producir palabras bellas o desagradables. Es algo que se nos oculta, pero que de todos modos permite vislumbrar algunas explicaciones.
Pensemos en el nombre bíblico Lucas. No creo que sea el más socorrido entre los mexicanos, pues en mi vida he conocido sólo a dos personas que lo llevan. En cambio, es frecuente en Estados Unidos. La razón de nuestro rechazo está, creo, vinculada a su sonido: al decir Lucas, no falta que muchos piensen en “loco”, y de hecho una forma de decir loco es deformando esa palabra: “Fulano está bien Lucas”. En inglés, obvio, esa relación no se da.
Hay muchos nombres propios que pasan por comunes y corrientes, que no son ni feos ni bonitos: Pedro, Luis, Francisco, Miguel, Carlos, María, Claudia, Laura, Elizabeth, Ana, Rosario, Cecilia, Susana. Podrán ser muy comunes, pero nadie, que yo sepa, se desgarra las vestiduras por esos nombres, casi como si pasaran inadvertidos. Si los observamos con detenimiento, son simples sumas de vocales y consonantes que no nos suenan mal. Qué pasa, entonces, con otras sumas de vocales y consonantes que misteriosamente no queremos, como si su mezcla generara algo que no es muy atractivo: Cirilo, Herculano, Nicanor, Aniceto, Cosme, Petra, Francisca, Macaria, Rosenda (no enjuicio la calidad de los nombres mencionados, sólo los enlisto como muestra de lo que mis oídos y mi sensibilidad, permeados por una cultura específica, juzga como poco atractivo, aunque no puedo explicar por qué).
Siempre he creído que si escribiera un manual para aplicar nombres la recomendación más importante sería la de atender, precisamente, al genio de nuestra lengua. Ese genio no ve con buenos oídos ni oye con buenos ojos los nombres con grafías forasteras (k, w, y) o ayuntamientos intrusos: haches intermedias, consonantes dobles, sílabas extrañas. Así, un nombre como Karen en necesariamente exótico (pues suena idéntico a Caren), o Wendy (que suena Uendi o Güendi), o Lyn (que suena Lin); en el otro caso, no deja de incomodar que algunos nombres recurran al preciosismo estéril de entrometer haches, dobles grafías y demás arabescos en donde no se necesitan (invento) Ivonnhe, Chrissnayeeth. Las hechura de las palabras en español obedece a un genio (como lo recuerda Álex Grijelmo en El genio del idioma, Taurus, 2005) que en este caso nos indica que ciertas grafías, por lo común acomodadas en orden vocal-consonante-vocal, son las mejores para hacer nombres, de ahí que los nombres como Roberto, Esteban, Santiago, Sara, Leticia, Mónica, sean nombres que no nos suenan mal, aunque tampoco bien, lo que atribuyo a su superabundancia, no a la misteriosa razón de que no sean eufónicos.
Los párrafos anteriores me nacieron tras leer la noticia de que en Coahuila arrancaron las actividades organizadas para festejar el 150 aniversario de la creación del registro civil. La nota consigna que en Piedras Negras hay un niño al que le “pusieron ‘México’; a otra ‘Cariño’; Givenchy, por la marca de perfumes franceses; Michael Jordan y Cuauhtémoc Blanco, por los famosos futbolistas. Cleopatra, Einstein y Hitler, hasta Madonna, Sofía Loren y José José, figuran en el listado”. Pero el que se la bañó, como dicen los chavos, es el que tiene un nombre hindú de 41 letras: Brhadaranyakopanishadvivekachudamani Erreh Muñoz Castillo, lo cual equivale a no tener nombre. Parte del festejo recordará a los padres la importancia de no usar nombres como el hindú, verdaderos trabalenguas, como si a alguien lo registraran Parangaricutirimícuaro Martínez González.