¿Cuántos se enriquecieron a la sombra del Bandidal, aquel banco que en teoría refaccionaba campesinos pero terminó convertido en bóveda saqueada por líderes y funcionarios igualmente rufianescos? Desde que tengo conciencia y porque lo he visto en La Laguna, el campo es la más acabada evidencia del abandono gubernamental al mexicano pobre. Año tras año, la estadística demuestra que empeoran todos los indicadores relacionados con los habitantes del ámbito rural: miseria, desempleo, desnutrición, analfabetismo, migración, lo que a su vez deviene mano de obra barata para quien sea, y, en los peores casos, arsenal para la trata de blancas y reserva de cuadros narquiles que con todo gusto y sin trauma, pasito duranguense de por medio, le entran al negocio de los polvos mágicos.
El campo es, por ello y valga la reiteración, campo donde las políticas de Estado siempre han ido de fracaso en fracaso, donde las rotas indiada y rancherada han padecido en carne viva todas las formas imaginables de la depredación. Basta, más allá de los discursos que todo lo embellecen o de la abstracción de los ensayos socioeconómicos, que nos echemos un tour por la periferia campirana local. Yo no lo hago seguido por dos razones: porque no trabajo en ese medio y porque, si trabajara, no aguantaría la depresión que de inmediato me sobreviene cuando veo el hilacho social que es el campo circundante. Familias enteras, multiplicadas por millones, han sido abatidas por la sostenida crueldad de regímenes que ven sólo de reojo a quienes viven en el campo. Tanto es así que si no fuera por la migración, la huida casi, difícilmente quedarían niños y viejos vivos en la periferia ejidal de La Laguna.
Por eso, cuando leo lo que ayer leí sobre Procampo y las declaraciones de Fernando Gómez Mont no puedo sino pensar que bueno, qué queríamos con el campo. Ese programa es el mismo de las guarderías subrogadas (¿y por cierto, qué pasó con ese asunto?), sólo que con algunas variantes. Como en el caso de las guarderías, el negocio gordo ha sido para parientes, amigos, compadres y demás de quienes detentan el Gran Hueso Nacional. Con Procampo pasa algo muy similar: “Si legítimamente ejercen la agricultura, ¿por qué no podría estar en un programa de apoyo que no los discrimina? Habrá que verificar la información y determinar cuando es legítima y cuando no”. Y más; el reportero le pregunta: “Por ser familiares de funcionarios y servidores públicos, ¿no deberían quedar fuera de este apoyo?”, a lo que respondió el titular de la Segob: “… yo tengo 11 hermanos, imagínese sí se les cancelan todos sus derechos sólo porque soy secretario de Gobernación”.
Como se sabe, la idea del programa era ayudar a los más pobres productores del campo con el fin de alentar el desarrollo agrícola en el contexto del Tratado de Libre Comercio. La realidad, según algunas cifras, es que la gran tajada de los apoyos se ha quedado en manos de los grandes productores, muchos de los cuales tienen, en el mejor de los casos, no muy casual parentesco o amistad con hombres incrustados en el poder, eso cuando no son los mismos hombres del poder quienes reciben generosos subsidios del programa. Con migajas, al 80% del padrón de beneficiados por Procampo le han asignado un 27% de los recursos, mientras que, con cantidades jugosas, el 1% del padrón de productores se ha quedado con el 25% supuestamente destinado al apoyo del agro nacional. En esos números se advierte, pues, que hay un gran desequilibrio, que Procampo es una caja de ingresos para una minoría y un plan casi asistencialista para los trabajadores del campo mexicano, quienes con subsidio o sin subsidio están en la misma posición de desventaja y gradual pero sostenido deterioro de sus niveles de vida. Pobre campo: tanta y tamaña tierra para nada.
El campo es, por ello y valga la reiteración, campo donde las políticas de Estado siempre han ido de fracaso en fracaso, donde las rotas indiada y rancherada han padecido en carne viva todas las formas imaginables de la depredación. Basta, más allá de los discursos que todo lo embellecen o de la abstracción de los ensayos socioeconómicos, que nos echemos un tour por la periferia campirana local. Yo no lo hago seguido por dos razones: porque no trabajo en ese medio y porque, si trabajara, no aguantaría la depresión que de inmediato me sobreviene cuando veo el hilacho social que es el campo circundante. Familias enteras, multiplicadas por millones, han sido abatidas por la sostenida crueldad de regímenes que ven sólo de reojo a quienes viven en el campo. Tanto es así que si no fuera por la migración, la huida casi, difícilmente quedarían niños y viejos vivos en la periferia ejidal de La Laguna.
Por eso, cuando leo lo que ayer leí sobre Procampo y las declaraciones de Fernando Gómez Mont no puedo sino pensar que bueno, qué queríamos con el campo. Ese programa es el mismo de las guarderías subrogadas (¿y por cierto, qué pasó con ese asunto?), sólo que con algunas variantes. Como en el caso de las guarderías, el negocio gordo ha sido para parientes, amigos, compadres y demás de quienes detentan el Gran Hueso Nacional. Con Procampo pasa algo muy similar: “Si legítimamente ejercen la agricultura, ¿por qué no podría estar en un programa de apoyo que no los discrimina? Habrá que verificar la información y determinar cuando es legítima y cuando no”. Y más; el reportero le pregunta: “Por ser familiares de funcionarios y servidores públicos, ¿no deberían quedar fuera de este apoyo?”, a lo que respondió el titular de la Segob: “… yo tengo 11 hermanos, imagínese sí se les cancelan todos sus derechos sólo porque soy secretario de Gobernación”.
Como se sabe, la idea del programa era ayudar a los más pobres productores del campo con el fin de alentar el desarrollo agrícola en el contexto del Tratado de Libre Comercio. La realidad, según algunas cifras, es que la gran tajada de los apoyos se ha quedado en manos de los grandes productores, muchos de los cuales tienen, en el mejor de los casos, no muy casual parentesco o amistad con hombres incrustados en el poder, eso cuando no son los mismos hombres del poder quienes reciben generosos subsidios del programa. Con migajas, al 80% del padrón de beneficiados por Procampo le han asignado un 27% de los recursos, mientras que, con cantidades jugosas, el 1% del padrón de productores se ha quedado con el 25% supuestamente destinado al apoyo del agro nacional. En esos números se advierte, pues, que hay un gran desequilibrio, que Procampo es una caja de ingresos para una minoría y un plan casi asistencialista para los trabajadores del campo mexicano, quienes con subsidio o sin subsidio están en la misma posición de desventaja y gradual pero sostenido deterioro de sus niveles de vida. Pobre campo: tanta y tamaña tierra para nada.