jueves, julio 02, 2009

Tres muertes



El ajetreo literario de los días recientes, una suma de pequeñeces que de todos modos me ha sacado de la monocromía habitual, no me permitió ver con atención las muertes de Michael Jackson y de Farrah Fawcett, a las que se sumó, ayer, la del boxeador Alexis Argüello. Más allá de que parezca una frivolidad, el hecho de que caigan tres de tal tamaño casi al hilo y de una edad más o menos similar me indica que, en efecto, aunque no lo parezca, el tiempo vuela y, como dice Milanés, nos vamos poniendo viejos.
Una mala broma era recurrente cuando, con escándalo, se iban los famosos en fila: “Se están muriendo personas que antes no se morían”. Pues sí, morir es una costumbre, dice Borges, “que sabe tener la gente”. Pero al parecer se nos olvida y, por la rutina y porque la cabeza no suele estar en eso, perdemos de vista que nos vamos poniendo viejos a una velocidad increíble, como si el calendario tuviera turbo.
Qué cerca nos parece a los cuarentones, por ejemplo, la época en la que Jackson hacía las delicias del televidente con sus videoclips naivísimos, con su baile robótico y con aquella muy frecuente transformación de características físicas que lo llevó de la simpática negritud infantil a una blancura de geisha y un gesto de muñeco plástico, tan feo o más que Alfredo Palacios. Nunca oí con atención sus canciones, pues no me gustan ni en lo mínimo, pero sé aceptar que dejó marcas en la generación juvenil a la que pertenecí, que cuando fui joven allí andaba Michael en las fiestas, en los estéreos, en los televisores de mis contemporáneos. Y es muy extraño: alejado como siempre estuve de ese producto, al oírlo ahora en innumerables programas siento una especie de silenciosa nostalgia, pues el ex negrito bailarín me remite a todo un proustiano tiempo perdido, a una etapa de mi vida lagunera en la que estaba decidiendo ser lo todavía quiero ser.
Igual pasa con Farrah. Nunca me cuadró del todo, pues siempre me pareció una rubia un tanto ósea, medio equina. Son simples gustos, no más. De Los ángeles de Charlie, la verdadera diosa era (es todavía) Jaclyn Smith, una trigueña espectacular y hasta con un cierto aire latino. Pero los ángeles eran los ángeles, y cuando uno pasó ya, por mucho, la inocente edad de la chaquira, no se olvida fácilmente de todas las mujeres que se convirtieron en inspiratrices de adolescentes y solitarias sesiones de autoayuda.
Por último, ayer murió uno de mis más grandes y admirados iconos deportivos: Alexis Argüello. Al parecer, se pegó un balazo en el pecho. Era alcalde de Managua. Durante muchos años fue para mí el boxeador perfecto, y aquí confieso que me gustaba y me sigue gustando, como aficionado nomás, el deporte de las narices chatas y las orejas de etcétera. Argüello fue poseedor de dos virtudes boxísticas difícilmente hallables en un pugilista: una pegada de dinamita y una clase de gentleman. Bastaba verlo unos segundos sobre el cuadrilátero para confirmar que la elegancia de sus desplazamientos apenas podía insinuar a un pegador brutal, a un noqueador que terminaba peleas con un solo disparo fulminante. Sé que siempre fue un hombre recto, y aunque en México pudo ser odiado porque venció a nuestro Púas Olivares, el nicaragüense me trasmitió siempre la imagen de deportista inteligente y caballeroso. Entre muchos otros, en You Tube hay un video donde se nota de qué material era el tremendo Alexis: derrumba de un derechazo a su rival, quien queda tendido en la lona, ido. En vez de celebrar, como lo hacen todos, el bombardero nica se dirige de inmediato hacia su oponente y pregunta por su integridad. Fue un deportista impresionante.
Así, con estas tres estampas, me cae de nuevo el veinte: el tiempo va minando y hay que terminar lo pendiente. Luego de los cincuenta, nada está seguro. Más vale reorganizarse bien.