viernes, junio 26, 2009

Adiós al último decoro



Hace pocos días un lector me preguntó por qué le estaba dedicando al menos un comentario por semana al tema de la guardería ABC. Le respondí sin rodeos: porque si las autoridades no atienden con severidad un caso donde de la peor manera han muerto 47 niños y varios más permanecen graves y, si sobreviven, quedarán marcados por las quemaduras, entonces ya no hay remedio para las “instituciones” de nuestro país. Así de simple. No porque un niño valga más que un adulto, sino porque a los niños ni siquiera les pueden inventar culpas. No los pueden tachar de provocadores, de revoltosos, de violentos, de nada. Son, sin más, la inocencia a plenitud, de ahí que no existan excusas para postergar una buena investigación que dé con los culpables y, como dicen, se les finquen responsabilidades.
Así que, si con 47 niños muertos y varios más en situación delicada, las autoridades judiciales y los gobiernos federal y estatal montan el performance de la mutua acusación (que en el fondo no es más que la postergación del castigo), ¿qué puede uno esperar si algún día ve violentados sus derechos de manera grave? Pues nada. En todo caso, silencio, impunidad, olvido.
El incendio de la guardería ABC ha permitido ver con lente de aumento el tamaño de la mafia mexicana. Sin otro interés que el control político que es control económico, una inmensa red de parentescos y amistades cubre el mapa nacional en todas las áreas de la política y la economía. En el estricto rubro de las guarderías subrogadas no ha salido de sus cloacas la famosa lista porque le daría una encuerada mayúscula al sistema en su totalidad. ¿Quiénes están allí? No se sabe, por supuesto, pero la tardanza de su publicación genera suspicacias que no deben andar muy descaminadas. Como en cualquier contrato a la mexicana, detrás de las guarderías subrogadas pueden estar hermanos, primos, cuñados, compadres, amigos cercanos de algún chipocludo estatal o federal. Hasta la extensa parentalia de Calderón salió a balcón con el abominable percance de la guardería sonorense. Por eso, sólo por eso, hay un anómalo manto de indiferencia oficial en torno al asunto de la lista, pues aquí no habría para dónde hacerse: las cientos de guarderías, como negocio, han quedado en manos del hermano, del primo o del compadre al que se le debe echar la mano para que se ayude tantito con unos pesos fáciles, esto porque no importan demasiado, como ya se vio, las condiciones en las que vivirán durante varias horas del día los hijos de trabajadores que no pueden pagar nana ni viven en un mundo de juguete.
Lo que vemos ahora, el bombardeo de estiércol entre el relamido y retórico Gómez Mont contra el engallado (que no empollado, lo que sería más cercano a la verdad) Bours Costelo, es una disputa ajena por completo a las investigaciones forenses y a la impartición de justicia lógicos en cualquier estado de derecho. Habida cuenta de que cuando se cruzan gobiernos de distinto partido todo se politiza, ahora no podía ser de otra manera, pues la circunstancia electoral ha sido radicalmente modificada por la tragedia. El gobernador saliente, un triunfador echón como el que más, tenía bajo su control las riendas del potranco, pero el desaguisado vino a despertar los apetitos blanquiazules de agenciarse por primera vez la anhelada Sonora, tierra de militares emblemáticos del régimen priísta y uno de los estados con mayor riqueza legal e ilegal en el país. Por eso, para quitarse la papa caliente de las manos y de paso acabar de hundir al mandatario de Sonora y a su delfín Alfonso Díaz Serrano, alias el Vaquero, el felipismo impúdico no ha tenido empacho en usar el siniestro de la guardería como macana electoral. La morosidad de las investigaciones les conviene a los dos gobiernos: a uno, para que el incendio quede arrumbado en el olvido; al otro, para que esté lo más fresco posible el día de las elecciones. Todo es, en fin, torcido. La “vileza estructurada”, como dice Osvaldo Bayer, no cesa de operar.