Publicado en su primera edición por la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, El libro de las cochinadas, escrito por Juan Tonda y Julieta Fierro e ilustrado por José Luis Perujo, fue un regalo que tuve a mal hacerles a mis hijas. Sin revisarlo minuciosamente, lo compré hace como dos años en la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo, en el DF, y apenas en la semana que hoy termina le he hincado el ojo. Es un asco, y por eso lo voy a reseñar, para que los padres de familia que verdaderamente quieran a sus hijos no vayan a comprarlo ni aunque lean comentarios favorables dirigidos a tan puerca monografía.
Ganadores del premio nacional de divulgación científica, Tonda y Fierro, los autores, se han propuesto en El libro de las cochinadas develarle a la inocente niñez los secretos mejor guardados del conocimiento escatológico. Lo hacen con amplio conocimiento y sin eufemismos que amortigüen el peso de las barbaridades, como felices de revolcarse en el saber de esas porquerías de las que (así dicen) muchos hablan, pero sobre las que muy pocos escriben.
El libro ha sido organizado en 25 capítulos breves, más una introducción y un glosario. No se puede ser más explícito a la hora de abordar esas temáticas, lo que sin duda llenaría de bochorno a las familias ceñidas a las buenas costumbres del recato y la prudencia. Estos son los titulillos de los capítulos: “¿Por qué hacemos caca?”, “Ingredientes para hacer caca”, “Tipos de caca”, “La caca de los animales”, “Aprovechamiento de la caca”, “¡Me hice pipí!”, “La orina”, “Usos y costumbres de la orina”, “Historia del excusado”, “Cómo vamos al baño”, “Caca en el espacio”, “¡Qué pedo!”, “Experimentos con pedos”, “El eructo”, “Los mocos”, “Cómo sacarse los mocos”, “Los gargajos y los escupitajos”, “La vomitada”, “El sudor”, “Barros y espinillas”, “Cera, mugre, lagañas y mal aliento”, “Limpieza de las cochinadas”, “Curiosidades cochinas”, “Más curiosidades cochinas” y “Dichos y textos cochinos”. Como se podrá apreciar, nada bueno deparan al lector esas secciones atiborradas de coprografía, si me permiten el neologismo. Con datos científicos a la mano, los autores deambulan por las excrecencias del ser humano y no se detienen ante nada para expresar ese saber impropio para la niñez del mundo. Tonda y Fierro han escrito en su introducción que “Dejar de hacer cochinadas resulta imposible —a menos que alguien quiera demostrar lo contrario—, así que ya es hora de aceptarlas y conocerlas. La cultura cochina también forma parte de nuestra vida cotidiana y la ciencia de las cochinadas nos permitirá ser muy cochinos pero a la vez muy saludables, ¡ese es el reto!”.
Esmerada, pacientemente, pues, los autores colocan uno por uno los ladrillos del insalubre tratado. Cuando explican el proceso de defecación, por ejemplo, tiran un rollo científico sobre ingesta de alimentos y nutrientes, para aterrizar en esto: “Lo que no se puede digerir, se va acumulando, como si llenáramos un tubo de pasta de dientes, hasta que ya no nos cabe. Entonces recibimos una señal en nuestro cerebro que nos dice ‘tengo ganas de ir al baño’; dos músculos muy fuertes del ano (esfínteres) impiden la salida cuando se contraen y nos dicen: ‘espérate tantito porque no hay baño’. Pero al fin llegamos al baño, los esfínteres se relajan y ¡oh descanso!, ¡placer de los dioses!: hacemos caca”.
Así prosiguen, en esa tesitura no apta para las personas de buen gusto. Quien lo dude, que lo compruebe e ingrese al segmento del libro donde Tonda y Fierro analizan el acto de peer, que dicho de manera menos elegante quiere decir el acto de echar pedos: “No hay placer más grande que echarse un pedo. Si estamos en una reunión o en una clase y nos da vergüenza echarnos un pedo, empezamos a sentir dolores en la panza y definitivamente no estamos a gusto hasta que logramos que salga. Lo más cómodo es levantar ligeramente una nalga para que pueda escapar libremente”; luego se ponen cejijuntos, doctorales: “El pedo o flatulencia es un gas que sale por el ano y uno de sus componentes más importantes es el gas metano, aunque también posee un segundo componente que es el hidrógeno, que se forma por la reacción de las bacterias anaerobias, es decir, las que viven en el intestino donde no hay oxígeno en abundancia como en el aire que respiramos. Ambos gases son altamente inflamables. Los pedos también tienen nitrógeno, bióxido de carbono y oxígeno; y en ocasiones, sulfuro de hidrógeno, lo que les confiere un desagradable olor como a huevo podrido”.
Este es el tenor de la monografía; fluctúa de la expresión callejera a la sesuda con irreverente soltura, y es oportuno decir que hubiera estado bien que se quedara sólo en la segunda, como en este párrafo dedicado al examen de los verdosos tapones de la nariz: “Los mocos están compuestos de aproximadamente 95% de agua, 2.5% de sal y 2.5% de mucina, una proteína que se emplea para hacer algunos tipos de pegamento, de ahí lo pegajoso. El color característico de los mocos, verde amarillento, depende de unas sustancias llamadas mucopolisacáridos (hechas a base de azúcares y aminoácidos), así como del tipo de bacterias con las cuales se mezclan”.
Obra peculiar, El libro de las cochinadas ingresa a una realidad que más vale ocultar a nuestros inocentes chiquitines. No la recomiendo. El lector aprenderá mucho, sí, pero
corre el riesgo de cagarse de risa. He ahí el problema.