jueves, julio 10, 2008

Memín es amor



Memín Pingüín (si el uso suele ser determinado por el consenso, me niego a regatearle la diéresis, pues la gente de a pie, es decir, los lectores de Memín, han acordado llamarlo Pingüín, como pingüino, no Pinguín, como pingo) ha suscitado otra vez una matrera polémica en los Estados Unidos. El dirigente afroestadounidense Quanell X, algo así como el Malcolm X posmoderno, se apersonó gritón en un Wall Mart houstonense (¿cuál será el cabrón gentilicio de Houston?) para denunciar que el personaje mexicano denigraba la imagen de la negritud al presentarlo en su historieta con rasgos changuiformes. Como la cadena de tiendas vende revistas y libros sobre las aventuras de Memín, de inmediato, y para evitarse problemas, retiró esa mercancía de sus anaqueles.
Las críticas del activista afrogringo se dan en el contexto de la lucha electoral en la que Barak Obama, candidato de los demócratas (empleo la terminología que ellos se atribuyen), puede ser el primer inquilino de color en la Casa Blanca. Esa es la razón por la que homólogos hispanos de Quanell X han salido a la defensa del controvertido icono mexicano (El Universal, 9 de julio): “Qué casualidad que haya sido en Texas, un bastión republicano, donde se están dando estas protestas. Tal parece que hay quienes siguen interesados en crear pretextos para acentuar divisiones entre hispanos y afroestadounidenses con un personaje que nada tiene que ver con la realidad política de Estados Unidos”, dijo Juan José Gutiérrez, de la organización Latino USA y miembro de la campaña de Obama en California.
Las protestas contra el inofensivo Memín, encabezadas por el tal Quanell X, ya fueron también desestimadas por el equipo de campaña de Obama, dado que los discursos del quejoso son remanentes de grupos radicales afronorteamericanos que lucharon en los sesenta-setenta por fomentar una especie de “nacionalismo negro” dolorosamente justificado, ya que se oponía a las labores de “limpieza étnica” emprendidas por una buena parte de la mayoría blanca. Los Nuevos Panteras Negras, como se hacen llamar, han obligado a Obama y sus cercanos a desmarcarse de cualquier intento de proselitismo que intente contraponer intereses de comunidades específicas, en este caso de la afronorteamericana contra la hispana.
A propósito de esa mentecatez, se puede afirmar que ni en México ni en ninguna parte del mundo ha sido borrada por completo la discriminación contra la población de origen africano. Es un nefasto mal que ha convivido con la humanidad desde siempre, sobre todo desde que los europeos comenzaron sus exploraciones al África y cazaron hombres para el comercio esclavista; quedó acuñado, incluso, hasta el nombre de un oficio siniestro: el de negrero. En México, se sabe, la población negra es escasa, pero abundan las personas de tez oscura aunque de rasgos no negroides. En todos los casos, insisto, hay, sí, cierta minusvaloración, pero es leve y nunca llega a convertirse en hostilidad contumaz. Al contrario: al prieto (“preto”, negro en portugués) se le puede apodar negro (o negrito, más cariñosamente) sin el dejo ofensivo que tendría en otras partes. Uno de mis mejores amigos tiene ese apodo, “Negro”, y él nunca ha sentido ánimo de marginación en tal sobrenombre, como de seguro no la sintió, ni en México ni en la Argentina, el “Negro” Almirón, jugador que mucho tiempo vistió la casaca del Morelia.
El negro (sea sólo por su tez o por su tez y por sus rasgos) nunca ha sido perseguido, acosado, vejado por los mexicanos. A lo mucho se hacen chistes sobre su catadura, tantos como los que se pueden fritanguear sobre quien sea. En esos chistes aparece siempre como vivaracho, como atlético, como perspicaz y, básicamente, como muy bien dotado del verijamen útil para triunfar en el ayuntamiento (carnal, no municipal). Así pues, Quanell X exagera: Memín no es un peligro para la respetable comunidad afro de EUA. Memín es amor.