miércoles, julio 09, 2008

DVR internacional



He tratado de imaginar al DVR como obra civil internacional. ¿Qué hubiera pasado, pregúntome, si ese inútil paquidermo de varillas y concreto fuera, no sé, italiano, venezolano, argentino, japonés? Veamos:
En Italia: De inmediato habría provocado un escándalo en la muy escandalosa prensa ítala. Los principales líderes de la oposición no desaprovecharían la oportunidad para mostrar la ineficiencia del partido en el poder. Pronto se vería que detrás del DVR hay negociaciones sucias vinculadas a las apuestas en el futbol profesional. En el bochinche también aflorarían los nombres de una soprano, de un pintor, de un curador de museo y de un diseñador de modas. Al final, todo se solucionaría con la participación atenta, eficaz y expedita de cierto personal siciliano.
En Japón: Tras meses de investigación, un jurado de ingenieros dictaminaría que el DVR quedó mal construido por una razón simple: el medio kilo de cemento extra que le pusieron a uno de los pilares más importantes de la obra. Otros largos meses darían con el culpable, quien antes de ser atrapado por las autoridades, y para evitar el bochorno público, se aplicaría un impecable harakiri en un acto ritual, con la ropa adecuada y la katana (sable) heredada de sus antepasados. Al final no tumbarían el DVR, pues la ingeniería nipona quitaría la pieza, como en un rompecabezas, y pondría otra para evitar toda falla.
En Finlandia: Apenas una levísima sospecha de que el DVR quedó mal y el responsable de la obra se presentaría en los tribunales para declararse único culpable del tremendo error. La prensa no diría nada sobre ese aburrido tema.
En Venezuela: Esa obra, el DVR, que atraviesa una de las afluentes más broncas del Orinoco sería declarada un peligro para los pobladores de la Hermana República Bolivariana. El mandatario en persona iría a probar los riesgos de la construcción, nacionalizaría todas las constructoras del país y cantaría un corrido mexicano para imprimir a su decreto una pequeña gota de humor. No faltará, por supuesto, alguna miss universo en medio de la agitación mediática.
En Nueva Zelanda: Es imposible que un problema como el del DVR, o cualquier otro de cualquier índole, se presente allá.
En Suiza: Ídem.
En Arabia Saudita: El infinito DVR que atraviesa los más crueles desiertos del Medio Oriente sería declarado mal hecho y entonces sí, la justicia de Alá caería como maldición sobre la corrupta cabeza de los ineptos. Los juzgarían por medio del Corán y se determinaría que el abyecto crimen sólo puede ser lavado mediante una ejecución pública. La unanimidad sería total, y para echar abajo la obra se apuntarían varios suicidas voluntarios como mártires-bomba.
En Haití: El pueblo, apenas enterado de los errores cometidos en su DVR, saldría a las calles en masa y saquearía los negocios, pondría barricadas, incendiaría neumáticos y, armados con palos, machetes y rastrillos de jardinero amagaría con entrar al palacio de gobierno en Puerto Príncipe. El presidente deberá dejar el país desde un aeropuerto clandestino y ya nunca más se sabrá de él. Al final, el DVR quedará intacto, tanto como la Ciudadela de LaFerrière.
En Argentina: Al saberse la noticia, millones de manifestantes dirigirían sus gritos a la Casa Rosada. La moneda se devaluaría y sobre el tema no faltarían opiniones autorizadas hasta de Diego Maradona.
En México: Nada, en México no pasó nada.