No se trató, por supuesto, de un “error de edición”. Un error de edición, hay que aclararlo, es difícil de percibir en una nota informativa como la que motivó esa balconeada que por cierto es apenas un coscorrón inocuo a la impunidad del Leviatán televisivo. Como sabemos, las notas en televisión tienen un formato simple: videotomas del hecho noticioso son acompañadas por la voz del reportero, quien responde las preguntas básicas de la información (qué, cuándo, cómo…) y concluye su trabajo en, a lo mucho, uno o dos minutos. El material que muestra el video expuesto “al aire”, se supone, es apenas una parte de todo lo que grabó el camarógrafo; así, cuando las tomas de apoyo son pocas y mucho el texto, ocurre con frecuencia que los editores repitan algunos encuadres. Pero lo habitual es que los noticieros importantes no refriteen tomas en una misma nota, y esa es la razón por la que sus camarógrafos llegan a la escena de la noticia y comienzan su trabajo incluso antes de que hablen los funcionarios o actúen las estrellas del acto. Hacen de esa forma “tomas de apoyo”, acercamientos a las caras del público, detalles del ambiente, todo lo que al final pueda servir a los editores para empatarlo con el audio que grabará el reportero. Las tomas suelen ser, pues, suficientes, tantas que es necesario editar (recortar y pegar), lo que de paso genera sobrantes, fragmentos que nunca aparecen al aire.
Aclarar todo esto no es una nimiedad. Tiene la facha, pero no lo es, puesto que la disculpa “error de edición”, que parece holgadamente exculpatoria, es en realidad una patraña. ¿Puede alguien, en realidad, detectar en una nota informativa un truco de edición que le permita armar una denuncia tan firme que a su vez provoque un mea culpa (aunque sea hipócrita) del monstruo televisivo? No, e insisto: un error de edición es indetectable en este caso, y si es detectado, aceptemos ese posibilidad, deja abierta la escapatoria a los manipuladores: no había más tomas del sujeto “presuntamente” escamoteado. Si, por ejemplo, en un descomunal mitin sobre la plancha del Zócalo no se ven tomas amplias (o aéreas) de la muchedumbre, y sólo es posible apreciar, desde distintos ángulos, al orador y a su comitiva, el noticiero puede argüir que cubrió la nota y que, por la razón que sea, no tuvo tomas abiertas del público. Allí los ofendidos pueden denunciar que la televisora “editó” el material, pero no tienen las armas evidentes (los pelos en la mano) para comprobar que, en efecto, la empresa disponía de tomas pero las quitó, las “editó”. En tal situación, de todos modos, el criterio de edición está en el plano de lo subjetivo, es una sutileza casi indenunciable.
En otro nivel, el filtro que hace nebuloso el rostro de Santiago Creel no es ya un “error de edición”, sino una grosera maniobra de ocultamiento con un efecto técnico que no deja margen al sospechosismo, para decirlo con el neologismo acuñado por el propio senador en un rapto de inspiración cicerónica, eso cuando era presidenciable y se llevaba de piquete de culo con las televisoras. Pero el proyecto no cuajó, lo sabemos, y desde entonces el deterioro de sus relaciones con el duopolio tocó extremos casi sicilianos. Más de una vez, el machín de Aventurera denunció campañas en su contra, ataques velados y no tanto, “veto” en los meses cercanos. Las razones de esa malquerencia son, como todos los odios en nuestra política, intrincadas, sinuosas, turbias. El caso es que, pese a la jerarquía de Creel, la más influyente empresa mexicana de comunicación en efecto lo sacó de la jugada noticiosa. El senador poco podía hacer para demostrar sus dichos, hasta que Televisa le puso en bandeja el contraveneno: aquel “error de edición” que es, más bien, la síntesis perfecta de una política informativa que a los favoritos los encumbra y a los otros los ignora o los sepulta. Ese “error de edición” fue, en suma, un autogol desde la media cancha. Y de chilenita, papá.
Aclarar todo esto no es una nimiedad. Tiene la facha, pero no lo es, puesto que la disculpa “error de edición”, que parece holgadamente exculpatoria, es en realidad una patraña. ¿Puede alguien, en realidad, detectar en una nota informativa un truco de edición que le permita armar una denuncia tan firme que a su vez provoque un mea culpa (aunque sea hipócrita) del monstruo televisivo? No, e insisto: un error de edición es indetectable en este caso, y si es detectado, aceptemos ese posibilidad, deja abierta la escapatoria a los manipuladores: no había más tomas del sujeto “presuntamente” escamoteado. Si, por ejemplo, en un descomunal mitin sobre la plancha del Zócalo no se ven tomas amplias (o aéreas) de la muchedumbre, y sólo es posible apreciar, desde distintos ángulos, al orador y a su comitiva, el noticiero puede argüir que cubrió la nota y que, por la razón que sea, no tuvo tomas abiertas del público. Allí los ofendidos pueden denunciar que la televisora “editó” el material, pero no tienen las armas evidentes (los pelos en la mano) para comprobar que, en efecto, la empresa disponía de tomas pero las quitó, las “editó”. En tal situación, de todos modos, el criterio de edición está en el plano de lo subjetivo, es una sutileza casi indenunciable.
En otro nivel, el filtro que hace nebuloso el rostro de Santiago Creel no es ya un “error de edición”, sino una grosera maniobra de ocultamiento con un efecto técnico que no deja margen al sospechosismo, para decirlo con el neologismo acuñado por el propio senador en un rapto de inspiración cicerónica, eso cuando era presidenciable y se llevaba de piquete de culo con las televisoras. Pero el proyecto no cuajó, lo sabemos, y desde entonces el deterioro de sus relaciones con el duopolio tocó extremos casi sicilianos. Más de una vez, el machín de Aventurera denunció campañas en su contra, ataques velados y no tanto, “veto” en los meses cercanos. Las razones de esa malquerencia son, como todos los odios en nuestra política, intrincadas, sinuosas, turbias. El caso es que, pese a la jerarquía de Creel, la más influyente empresa mexicana de comunicación en efecto lo sacó de la jugada noticiosa. El senador poco podía hacer para demostrar sus dichos, hasta que Televisa le puso en bandeja el contraveneno: aquel “error de edición” que es, más bien, la síntesis perfecta de una política informativa que a los favoritos los encumbra y a los otros los ignora o los sepulta. Ese “error de edición” fue, en suma, un autogol desde la media cancha. Y de chilenita, papá.