No salgo de una para entrar a otra. Son los estragos de la mala vida. Por eso digo que me quedan, si mucho, como quince años. Los sesenta me huelen a demasiado tiempo y no creo, disculpen el pesimismo, alcanzarlos. En fin. Atacado por lumbalgia, imposibilitado así para pasar las vacaciones en Marsella, como era mi deseo, aquí me tienen, en la comarca de los balazos y los alcaldes que no dicen ni pío sobre el tema, como si estuvieran estos miserables momentos para vacacionar declarativamente. Leo lo que se puede, pues, dado que el dolor no deja ni leer en paz. Hagan de cuenta entonces que no soy yo el que farfulla lo que farfulla en estos párrafos.
Si nos aplicaran una prueba para calar qué tan informados estamos sobre el palpitante acontecer mundial (nótese que el adjetivo “palpitante”, que me salió naturalito, denota que detrás de él hay un redactor enfermo), de seguro la reprobaríamos. Es tanta la información que nadie en su sano juicio (otro adjetivo de enfermo: “sano”) es capaz de husmear, a diario, en todo lo que está ocurriendo aquí y allá. De veras: qué tanto sabemos sobre, por ejemplo, la liberación de Ingrid Betancourt, el fenómeno Obama, la captura de Radovan Karadzik, el revés a Cristina Fernández en Argentina, la reforma petrolera en México, sólo por citar cinco hechos relevantes en la información mundial. La verdad, nada más miramos la cutícula de los acontecimientos, el pellejo de la realidad, una realidad que, además, es la que los medios tijeretean y construyen desde arriba.
Es en ese caos en el que pesa la voz, precisamente, de los líderes de opinión. Son ellos, se supone, los que nos ayudan a ver los hechos con mayor hondura, los que, de entrada, subrayan qué debemos observar, qué es lo medular y qué lo subsidiario.
Hay liderazgo de opinión en todas partes. Simpaticemos o no con ellos, cito tres que tienen influencia en nuestro país: Ricardo Alemán, Miguel Ángel Granados Chapa y Héctor Aguilar Camín. Detectar a esos líderes intelectuales en el mundo es mucho más difícil, y dos veces han intentado hacerlo las revistas Foreign Policy y Prospect. El primer sondeo para saber cuáles son los cien intelectuales más influyentes del mundo se dio en 2005, y hace poco dieron los resultados de 2008. Mediante sus páginas en línea, esas publicaciones convocaron a la encuesta y recibieron una “avalancha” de votantes: 500 mil. Los intelectuales “influyentes” fueron, sobre todo, “líderes políticos y religiosos, filósofos y escritores vinculados con el mundo islámico”. Los cuatro primeros lugares nos dicen poco: “El primer puesto fue para el teólogo turco Fethullah Güllen, un influyente intelectual moderado, tan respetado como resistido en su país, que reside en los Estados Unidos desde 1999. Le siguió Muhammad Yunus, el creador del sistema de microcréditos y premio Nobel de la Paz, nacido en Bangladesh; y en tercer lugar se ubicó Yusuf al-Qaradawi, un líder espiritual egipcio, conductor de un popular programa televisivo a través de la cadena Al Jazeera. Orhan Pamuk, el escritor turco ganador del Premio Nobel en 2006, sigue en la lista, que incluye además 30 norteamericanos y 30 europeos”.
El primer latinoamericano que aparece en ese top cien es Mario Vargas Llosa (lugar 20º), pero antes aparecen otros conocidos, o más o menos conocidos, nuestros, como Noam Chomsky (11º), Al Gore (12º) y Umberto Eco (14º). Otros conocidos son Jürgen Habermas (22º), Salman Rushdie (23º) y el papa Benedicto XVI (32º). Asombrosamente, hay dos mexicanos: Alma Guillermoprieto (58º) y Enrique Krauze (86º); un tanto escéptica, la nota señala lo siguiente sobre Guillermoprieto: “habitual ‘maestra’ en los talleres de periodismo que organiza la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano” (¿?). La lista completa está en http://www.prospect-magazine.co.uk/. Por cierto: es uno de los pocos ejercicios de ese tipo en los que no aparece Monsiváis.
Si nos aplicaran una prueba para calar qué tan informados estamos sobre el palpitante acontecer mundial (nótese que el adjetivo “palpitante”, que me salió naturalito, denota que detrás de él hay un redactor enfermo), de seguro la reprobaríamos. Es tanta la información que nadie en su sano juicio (otro adjetivo de enfermo: “sano”) es capaz de husmear, a diario, en todo lo que está ocurriendo aquí y allá. De veras: qué tanto sabemos sobre, por ejemplo, la liberación de Ingrid Betancourt, el fenómeno Obama, la captura de Radovan Karadzik, el revés a Cristina Fernández en Argentina, la reforma petrolera en México, sólo por citar cinco hechos relevantes en la información mundial. La verdad, nada más miramos la cutícula de los acontecimientos, el pellejo de la realidad, una realidad que, además, es la que los medios tijeretean y construyen desde arriba.
Es en ese caos en el que pesa la voz, precisamente, de los líderes de opinión. Son ellos, se supone, los que nos ayudan a ver los hechos con mayor hondura, los que, de entrada, subrayan qué debemos observar, qué es lo medular y qué lo subsidiario.
Hay liderazgo de opinión en todas partes. Simpaticemos o no con ellos, cito tres que tienen influencia en nuestro país: Ricardo Alemán, Miguel Ángel Granados Chapa y Héctor Aguilar Camín. Detectar a esos líderes intelectuales en el mundo es mucho más difícil, y dos veces han intentado hacerlo las revistas Foreign Policy y Prospect. El primer sondeo para saber cuáles son los cien intelectuales más influyentes del mundo se dio en 2005, y hace poco dieron los resultados de 2008. Mediante sus páginas en línea, esas publicaciones convocaron a la encuesta y recibieron una “avalancha” de votantes: 500 mil. Los intelectuales “influyentes” fueron, sobre todo, “líderes políticos y religiosos, filósofos y escritores vinculados con el mundo islámico”. Los cuatro primeros lugares nos dicen poco: “El primer puesto fue para el teólogo turco Fethullah Güllen, un influyente intelectual moderado, tan respetado como resistido en su país, que reside en los Estados Unidos desde 1999. Le siguió Muhammad Yunus, el creador del sistema de microcréditos y premio Nobel de la Paz, nacido en Bangladesh; y en tercer lugar se ubicó Yusuf al-Qaradawi, un líder espiritual egipcio, conductor de un popular programa televisivo a través de la cadena Al Jazeera. Orhan Pamuk, el escritor turco ganador del Premio Nobel en 2006, sigue en la lista, que incluye además 30 norteamericanos y 30 europeos”.
El primer latinoamericano que aparece en ese top cien es Mario Vargas Llosa (lugar 20º), pero antes aparecen otros conocidos, o más o menos conocidos, nuestros, como Noam Chomsky (11º), Al Gore (12º) y Umberto Eco (14º). Otros conocidos son Jürgen Habermas (22º), Salman Rushdie (23º) y el papa Benedicto XVI (32º). Asombrosamente, hay dos mexicanos: Alma Guillermoprieto (58º) y Enrique Krauze (86º); un tanto escéptica, la nota señala lo siguiente sobre Guillermoprieto: “habitual ‘maestra’ en los talleres de periodismo que organiza la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano” (¿?). La lista completa está en http://www.prospect-magazine.co.uk/. Por cierto: es uno de los pocos ejercicios de ese tipo en los que no aparece Monsiváis.