lunes, julio 14, 2008

Reforestación en ruinas



Si lo que dice la información es cierta, y no veo por qué no pueda serlo, vivimos un desastre más, silencioso y consistente, sin mucha prensa que digamos, en la deforestación del territorio nacional. Firmada por Jesús Sánchez (La Opinión, 11 de julio), la nota alarma porque describe, mediante datos suministrados por Greenpeace, una depredación que casi pellizca los talones de la catástrofe. Los activistas de esa organización ambientalista denuncian que ProÁrbol, el programa estrella del calderonato en materia de reforestación, es en realidad una patraña; señalaron que casi la mitad de las plantas sembradas en 2007 fueron cactos forrajeros, especies no adecuadas para el propósito deseado.
Con ataúdes, coronas de flores y varios enlutados que portaban máscaras de Felipe Calderón (algo fallidas, ciertamente, pues más bien hacían pensar en una especie de Felipe Cromañón), los activistas de Greenpeace montaron su protesta en la plancha del Zócalo y emitieron un comunicado que pone a pensar en el destino de la flora arbórea nacional: de los 253 millones de arbolitos supuestamente plantados, el 49 por ciento fueron nopales forrajeros; 1.6 por ciento, agaves y magueyes, y 1.4 por ciento de especies como eucalipto, pirul, melina, teca, jacaranda, nogal y nim.
El problema, según puedo apreciar, no se relaciona con las buenas intenciones del programa gubernamental, sino con su nula eficacia, pues los árboles puestos en marcha (valga mi expresión) por ProÁrbol, son “especies no forestales o inadecuadas para nuestro país, ya que son ajenas a los ecosistemas que se pretenden (sic) restaurar. Por ello, los bosques de México son víctimas de este programa gubernamental”.
Los nombres de Coahuila y Durango aparecieron en las declaraciones de los activistas: “en estados de alta concentración forestal, como Chihuahua y Durango, en 2007 la mitad de la ‘reforestación’ consistió en plantar nopal forrajero. Y en estados como Nuevo León, Zacatecas, San Luis Potosí y Coahuila, el porcentaje fue de 90 por ciento de nopales y agaves”. Insisto: tal vez los datos colinden peligrosamente con la hipérbole, aunque es un hecho que, por un lado, Greenpeace es una organización que goza de credibilidad y, por otro, las cuentas oficiales en éste y otros rubros suelen ser mañosamente “alegradas” por las autoridades para maquillar informes.
No tan estrepitoso en términos mediáticos, el arrasamiento de nuestros bosques es uno de los más grandes peligros que encara el México actual, pues ello deviene cambios radicales en ecosistemas. El impacto de la tala inmoderada y de la reforestación errabunda es, entonces, brutal, pues aniquila cadenas de vida animal y vegetal vinculadas durante miles de años. Los cálculos de la organización internacional son tan lamentables que colocan este problema entre los más delicados del país; cuestionan: “a menos de un año del proceso [se refiere a la reforestación emprendida por el régimen actual], 90 por ciento de las plantas murieron, de modo que la tasa de supervivencia no rebasa el diez por ciento” de los ejemplares plantados.
Dan un ejemplo casi aterrador de inversión económica disparatada y rayana en lo criminal: “Como prueba de que los dos mil 300 millones de pesos para reforestación de 2007 fueron un fracaso (…) en Aguascalientes un predio de 70 hectáreas fue plantado con 56 mil plantas de eucalipto y ‘a ocho meses de la plantación, todos los ejemplares están muertos’”. ¿De qué se trata, pues, este desaguisado? ¿Acaso la inversión para reforestar está corriendo la misma suerte que la millonada que se gasta en seguridad pública o en educación? Es decir, dinero que se echa a paladas en programas inservibles, plata que lejos de dar vida, mata. Triste espectáculo; y el futuro ya no tarda en alcanzarnos.