lunes, julio 14, 2008

Defensa apasionada… de diez años



Su primera edición data de 1998, y desde entonces ha caminado con buena suerte, aunque no la que tendría si los hispanohablantes e hispanoescribientes le dedicáramos un poco más de aprecio al instrumento del que nos servimos para darnos a entender: el español. La Defensa apasionada del idioma español (Taurus, 1998), de Álex Grijelmo, lleva ya varias ediciones y mantiene su lozanía. Es un libro bien escrito, y su utilidad como foco de alerta es indiscutible. En la década que ha corrido desde su salida quizá ha cambiado en algo la realidad sobre la que debate, pero ante la certeza de que ese cambio no ha sido para mejorar, la Defensa apasionada… sigue siendo una obra de actualidad y casi me atrevo a señalar que urgente para todos. Pasar por sus páginas es reparar en muchos casos de agresión al español, lo que de alguna manera nos puede llevar a defenderlo o, al menos, a brindarle un poco más del respeto que merece por su edad y por su eficacia para comunicar lo que queramos.
Álex Grijelmo nació en Burgos, España, en 1956. Una parte considerable de su carrera periodística la pasó en el diario El País, donde ocupó puestos de editor y corrector. En esa etapa fue responsable del Libro de estilo, que es ya un clásico de los manuales sobre escritura periodística. Ha sido profesor en la Escuela de Periodismo Universidad Autónoma de Madrid–El País, es maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside Gabriel García Márquez, y ha recibido el grado honorario en Dirección y Administración de Empresas por la fundación universitaria ESERP. Grijelmo obtuvo en 1999 el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes. La bibliografía completa de Grijelmo abarca seis títulos desde 1997 a 2006, todos relacionados con la escritura (principalmente periodística): El estilo del periodista, Defensa apasionada del idioma español, La seducción de las palabras, La punta de la lengua, El genio del idioma y La gramática descomplicada. De ellos, acaso el que más ha estado cerca de convertirse en un bestseller (o “libro exitoso”, para no comenzar a regarla con esos anglicismos tan odiados por Grijelmo), es la diezañera Defensa apasionada… Esta es la razón por la que todavía podemos hallarla con facilidad y en una versión más económica, pues desde 2004 Santillana la ha puesto a circular en edición de bolsillo.
Aunque no prescinde de cierto humor y muchas veces de zumbona ironía, el libro de Grijelmo está atravesado por una suerte de malestar en sordina. El autor se cuida de no parecer obsoleto viejito de la academia, sino atlético practicante de un idioma que lo tiene todo y sin embargo es tercamente apuñalado por quienes, se supone, deberíamos apreciarlo más, puesto que con él nacimos. No falta que los lectores de acá (de México) notemos en el tono de Grijelmo un cierto aire españolizante; muchos de los ejemplos que pone no parecen cercanos al español de nuestro país (como cuando opone “panceta” —sólo “tocino” para nosotros— a “bacon”), pero el autor hace constantes énfasis relacionados con el valor del castellano como idioma oficial de más de veinte naciones que parejamente le suman matices y rasgos peculiares sin que ninguno, como ocurría antes con el español de España, quiera imponerse a los demás como único apto para manejarlo con propiedad.
La Defensa apasionada… pespuntea en todos sus capítulos de la argumentación a los ejemplos concretos. Pretende que veamos la continua grosería que perpetramos contra nuestro idioma, el grado de indiferencia en el que nos movemos cuando de hablar o de escribir se trata: “Las modas sociales invitan por doquier al cuidado de cuanto pueda reflejar en el exterior lo que somos por dentro, incitan al culto de todas las apariencias: la casa, la decoración, el coche, la ropa… excepto de la apariencia que mana desde lo más profundo de nuestro intelecto: el idioma. Incluso quienes hacen gala de un dominio eficaz del lenguaje se ven a menudo descalificados como cursis o sabihondos. Se les critica por sus virtudes”. Varios ejemplos acompañan, como digo, cada afirmación, lo que sirve para que el libro sea un alegato a favor del español y al mismo tiempo un repaso de errores frecuentísimos a la hora de comunicarnos.
Cuando Grijelmo redactaba las cuartillas (1997) que luego serían este libro se topó con la polémica declaración de García Márquez en la reunión de hispanistas celebrada en Zacatecas; el colombiano, recordemos, recomendaba simplificar la gramática del español, lo que alimentó notablemente los deseos de quienes no sólo apetecían simplificarla, sino abolirla. En desacuerdo total con el premio Nobel, Grijelmo aduce que la gramática, pese a su pesada asimilación, permite que el pensamiento sea expresado con pulcritud, eficacia y belleza, y hace una comparación: “El argumento, en fin, de que la simplificación de la ortografía disminuirá el fracaso escolar raya en la irreflexión. Se podría argumentar lo mismo sobre los ejercicios de la barra en la danza: puesto que se trata de clases muy duras y como precisan de esfuerzo, dedicación y dinero para pagarlas, suprimamos esas exigencias de modo que quienes deseen ser bailarines pasen directamente al escenario. Así no tendrán que penar con pérdidas de tiempo absurdas. ¿Qué habremos conseguido con eso? Nada bueno: solamente que empeore el nivel de los bailarines”.
Uno de los argumentos recurrentes de Grijelmo es el que se refiere a la madurez del español, a su capacidad para transmitir “cromosomas” visibles en el neologismo: su edad, poco más de mil años, garantiza que todo o casi todo se puede expresar con él si apelamos a su arsenal de recursos y a su “genio”, sin necesidad de calcos o préstamos intrusos. Celebra el burgalés la riqueza del español de todos los países que lo hablan y lo escriben, y no sin alegría comenta que, pese a sus leves diferencias, quienes usamos este idioma podemos comunicarnos con él sin pérdidas de sentido, más bien con ganancias de matiz o léxico. Nos alerta, y mucho, sobre la presencia invasiva del inglés, sobre el aterrador código computacional, sobre el paupérrimo español de la radio y la televisión, sobre el “español” usado en los instructivos de aparatos electrodomésticos y sobre nuestra dejadez, la que ha impedido que nos encariñemos con este idioma que es, como lo declaró en una entrevista, “rico, matizado, musical, profundo, histórico, claro, sentimental, oloroso, hermoso, resonante”. Sobre el español mexicano, dijo en ese mismo diálogo: “Los mexicanos tienen una gracia especial. Son los sevillanos de Latinoamérica. Los adoro. La primera vez que me dijeron ‘¿qué hubo, buey?’, casi me muero de risa. Pero a la vez tienen palabras tan tiernas como ‘apapachar’ o ‘achicopalarse’; y tan descriptivas y divertidas como ‘mi pioresnada’ para referirse al novio”. En partes podemos estar en desacuerdo con Grijelmo, pero su Defensa apasionada del idioma español sigue siendo útil y amena, tanto como hace diez años.