miércoles, marzo 08, 2023

Viejo lector de Sepúlveda












La memoria abre, no sé por qué, agujeros que es a veces imposible rellenar con la materia prima del recuerdo. Supongo que fue hace treinta años cuando, no sé dónde ni cómo, di con la nouvelle —forma algo mamilas de llamar a la novela corta— Un viejo que leía novelas de amor (Tusquets, 1993, 137 pp.), de Luis Sepúlveda (Chile, 1949-España, 2020). El entusiasmo que me despertó fue inmediato, así que poco después de aquel primer contacto tuve inmediatamente otros: Diario de un killer sentimental y Mundo del fin del mundo. No agoté, por supuesto, a Sepúlveda, escritor con una bibliografía de más de treinta títulos. De hecho, tengo dos libros más cuya lectura adeudo: Nombre de torero y Patagonia Express. Ya llegará.

Por ahora, en lugar de leer lo que me aguarda disponible del mismo Sepúlveda, he releído Un viejo que leía novelas de amor. Lo hice porque, otra vez no sé dónde ni cómo, la había perdido. El antojo de releerla me nació porque la reencontré en El Libro Usado, de la calle Falcón casi esquina con Morelos, exactamente en la misma edición tal vez extraviada en alguna de mis mudanzas. Al volver a tenerla en las manos advertí que se había abierto un pozo en mi memoria: yo sabía que me había gustado, pero sólo o casi sólo eso. Los detalles, es decir, sus personajes, sus peripecias, se me habían borrado del disco duro, y nomás retenía una modesta idea de su atmósfera selvática y su buena prosa.

Releer un libro tan breve no es meritorio, y menos si es así de ágil. Fue este rasgo —su fluidez, su transparencia— lo que le granjeó millones (sí: millones) de ejemplares vendidos, numerosas traducciones e incluso la adaptación al cine. Ahora que lo pienso, quizá supe de este libro gracias a su éxito, gracias a que la crítica lo acogió como valiosa novedad hace treinta años, en 1993.

Como siempre en estos casos, temía que la novelita “se me cayera de las manos”, que no me agradara tres décadas después. Y no: me agradó tanto o más que en la primera lectura, de manera que, así sea a destiempo, la recomiendo. Algo en ella (el estilo de su humor y, claro, el entorno donde su ubica, la selva ecuatoriana) me recuerda a García Márquez, aunque sin realismo mágico.

¿De qué trata? Bueno, se me acabó el espacio. Pero no batallen: Un viejo que leía novelas de amor es fácil de conseguir y más aún de leer.