Les comparto que Saúl Rosales ha detenido la mirada en lo que por costumbre, por
ignorancia, por trepadurismo o por todo esto junto muchos laguneros hemos invisibilizado:
la arquitectura neoclásica que hoy luce ruinosa en la mayor parte de sus
vestigios pero que definió la fisonomía de nuestra urbe y sigue siendo un
patrimonio material digno de valoración. Con este paseo emocionado por nuestras
calles del centro Saúl nos convida a convivir —pues todavía podemos hacerlo—
con el estilo arquitectónico definitivo de La Laguna: el neoclásico a ras de
suelo o, como él atinadamente lo llama, "neoclásico de un piso".
El opúsculo (nombre que
en el argot editorial se le da a las publicaciones de extensión breve y
carácter divulgativo) estará disponible sólo en versión digital (PDF) y podrá
ser solicitado gratuitamente al mail del autor (rocas_1419@hotmail.com)
o al mío (rutanortelaguna@yahoo.com.mx). También, directamente en esta liga. Por ahora les doy un adelanto de sus primeros párrafos; debo decir que la
publicación contiene algunas fotos tomadas por el mismo autor. Confío en abrir
su apetito por leerlo. Así comienza Saúl:
Torreón,
Coahuila, es una ciudad que nació y pasó su primera infancia durante el
porfiriato y la Revolución que lo expulsó a balazos por dictatorial. Sin
embargo, en las fachadas de las edificaciones de esa época quedó una huella del
gusto arquitectónico que se ha ido esfumando con el tiempo. Muestras quedan
pocas, algunas maltratadas por el descuido; otras por un destino insólito, el
lugar donde se encuentran, como la que se ve de fondo para la máquina de
ferrocarril. Es extraordinario que esa vieja mansión se ubique en el Cañón de
Jimulco, periferia rural del municipio. Es vestigio de la existencia de un
potentado dueño de riqueza y también de residuos de la ilustración de su
tiempo. Sorprenderá, si es que todavía existe, tal ejemplar del gusto
arquitectónico porfiriano localizado a una hora de viaje en carro hasta el otro
lado de los cerros que bordean a la ciudad por el sur. Es una finca que no
conozco y de la que sólo poseo la foto que aquí se puede mirar y que me regaló
una amiga arquitecta.
Se diría que el estilo es
ecléctico, yo quiero decir que es caprichoso por sus ornamentaciones que parece
que sí y parece que no se acercan a las líneas, los volúmenes y los planos de
los estilos que se han sucedido en la historia. Cuántas veces el señorío de ese
capricho no habrá sido azotado por los terregales en su época de esplendor.
Cómo luciría en las vastedades de tierra suelta y aroma natural del orégano que
se prodiga silvestre en el Cañón de Jimulco, vastedad semidesértica y feraz;
polvosa y exuberante de vegetación xerofítica. Aún hace pensar en la riqueza
producida por el trabajo campesino.
Hacen sombra a las puertas y ventanas de esa finca unas cornisas que sugieren remotamente frontones rotos; de pronto me hicieron imaginar cejas muy empinadas. En lo que pueden ser ventanas, dan forma a la horizontalidad superior lo que los arquitectos llaman arcos rebajados y en la puerta un como arco lobulado. Corona en el pretil, a la altura de la puerta, una aproximación a frontón roto cuyas líneas se alzan sin llegar a tocarse para materializar el ángulo. A la vez son como prolongación y remate de la cornisa que corre encima de una cenefa. Toda esa ornamentación en realce parece —en la foto— de cantera labrada. La casona, el palacete que me imagino erigido ya muy entrado el siglo XX, ubica al espectador ante residuos del gusto porfiriano, cuando todavía no era desterrado por el neoclasicismo arquitectónico… también de gusto porfiriano.