sábado, marzo 13, 2021

Aira en un no-libro












Me ocurrió una vez más esta semana, pero es frecuente que me encuentre en la misma situación: converso con alguien y ese alguien me descarga la siguiente confidencia: “Siempre he querido escribir un libro”, o esta aproximada: “Tengo un tío [o hermano o primo o cuñado o medio hermano o suegro o sobrino o exnovio o compañero de trabajo o vecino o lo que sea, en masculino o en femenino] que quiere escribir un libro”. En ese momento, mientras escucho con la amabilidad y la cautela que me caracterizan en tales diálogos, especulo íntimamente en el tipo de libro que mi interlocutor hospeda en la cabeza. En este caso, un libro puede ser cualquier objeto que parezca libro, es decir, un puñado de hojas pegadas en uno de los lados a una cubierta de cartulina. No imagino algo diferente, pues con frecuencia noto que el contenido es borroso: el libro puede ser algo aproximado a una novela, una memoria, una biografía o autobiografía, un manual, un poemario, un anecdotario, una crónica de viaje, una historia o un libro con aforismos al que la gente suele llamar “de pensamientos”, como si todos los libros no implicaran, así sea rudimentariamente, el acto de pensar. La confesión suele ir acompañada de otra frase: “Mi tío [o etcétera] ya tiene un escrito, pero no sabe qué hacer con él”. Y pienso: he aquí la indefinición genérica, la vaguedad del proyecto abrazado en la gaseosa expresión “un escrito”.

Bien. Punto y aparte. Mi amigo y maestro David Lagmanovich me enseñó sin querer, en alguno de nuestros muchos diálogos, su noción del no-libro, lo que para él era, creo, un libro deshuesado, genéricamente difuso y organizado sin un criterio más o menos visible de estructura. Arrejuntar (este verbo mexicano es hermoso) papeles sueltos, tomar cualquier “escrito” y reunirlo con otros tantos no configura necesariamente un libro, de ahí que David, consumado académico al fin, pusiera tanto énfasis en la arquitectura del libro, en su temática, su estilo y sus apretadas partes.

En función de lo anterior, ¿dónde podemos colocar Continuación de ideas diversas (Jus, México, 2017, 109 pp.) de César Aira (Coronel Pringles, Provincia de Buenos Aires, 1949)? De entrada, apoyado en la noción ya expuesta, parece un no-libro, pues los criterios de unidad se sienten demasiado laxos, sin trabes que unan la miscelánea de microtextos. Cierto que podemos destacar la unidad del estilo y la extensión de las piezas, parejamente similar, casi todas breves, de media página la mayoría, pero esto puede parecer insuficiente. Sin embargo, hay un hilo conductor acaso muy sutil, pero firme y elegante. No sé cómo definirlo, pero para darnos una idea se relaciona con el, digamos, emplazamiento de la mirada: Aira reflexiona sobre temas diversos, así importantes como banales, siempre desde una perspectiva peculiar. Hay en él una especie de obsesión por los planteos extraños, por mirar el costado menos saliente y obvio de los temas. Desde tal emplazamiento de la mirada se engarzan las piezas de Continuación de ideas diversas, y el resultado es un cajón de sastre que no por caótico carece de interés. Puede ser que no sea el mejor libro de Aira, y de hecho no le es, pero es interesante por su agudeza y por algo mejor: su desenfado, casi el desacato de pergeñar un libro con los espontáneos tanteos de la sobremesa o el insomnio, como en este ejemplo brevísimo porque ya agoté mi espacio: “Lo difícil es escribir, no escribir bien. En los talleres literarios se puede aprender a escribir bien, pero no a escribir. Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida”.

“Y así”, como dicen hoy los jóvenes.