Tengo
la oportunidad, o más bien el privilegio de trabajar con tres talleres de
escritura, todos con distintos participantes. Además de la revisión de textos,
allí trato de compartir algunas ideas sobre lo que en el trayecto de mi propia
formación, en muchos sentidos autodidacta, he pescado aquí y allá con el ánimo
de entender mejor los infinitos recovecos de la escritura. En esta como en
cualquier otra materia uno jamás termina de aprender, es decir, en el arte de
escribir el conocimiento no tiene lindes.
He
comentado frecuentemente, por ejemplo, que hay palabras habilitadas por la
publicidad o la tecnocracia política cuyo uso me reprimo, pues pienso que son
novedades que desean hacerse las interesantes, las muy muy, pues el español ya
contiene lo que se quiere expresar con ellas. O sea, son neologismos mamones,
seudocultos, o bobos rizamientos del rizo. Un seudocultismo es “sinergia”,
palabreja que ya va de salida y que jamás usé porque muy pronto la oí llenando
la bocota, sobre todo, de políticos que con ella se querían pasar de sesudos (es
un poco como el verbo “instrumentar” que en cierta época sobrepobló los
discursos de innumerables demagogos). Llamo “retorcimientos innecesarios del
rizo” a palabras como “accesar”, por “acceder”; “aperturar”, por “abrir”;
“recepcionar” (de uso en el futbol), por “recibir”, y otras de la misma chafa
hechura.
La política que recomiendo es pensar siempre en la necesidad o no de usar las palabras novedosas o los retorcimientos. Con frecuencia podremos advertir que no necesitamos esas maromas del lenguaje, que con las palabras que el español —lengua madura, lengua perfecta— ya tiene podemos bastarnos para expresar lo que nos apetezca. De manera exagerada digo, o me digo, que ya casi todas las palabras están en el Quijote, así que no es pertinente pasarse de creativos.
El
español es tan rico, variado y elástico que durante sus poco más de mil años de
existencia como hijo del latín se ha encanchado en la vida y casi solito puede
resolver un montón de situaciones vinculadas con el habla y la escritura. Es exuberante
en palabras, y a esas palabras se suman los matices de esas palabras expresados
con elementos llamados prefijos y sufijos. Es decir, una palabra tiene un
significado, pero a ella se le puede trepar otro, de modo que en una sola
palabra pueden apiñarse varias sin atropellarse, sin estorbarse en su
significado. Veo por hoy sólo el caso de los sufijos.
La sufijación es muy útil para asignar sentidos
específicos a los sustantivos y adjetivos. Así, no es lo mismo caballo que
caballero, o caballería que caballerango, es decir, a partir del radical
“caball” el sufijo modifica el significado de la palabra. Para algunos oficios
es común el sufijo “ero”: jardín+ero, peluqu+ero, fontan+ero, tapiz/c+ero.
También “ista”: electric+ista, mod+ista, contrat+ista, period+ista. O “dor”:
avia+dor, carga+dor, reparti+dor, vela+dor, afila+dor. Igual "co": mecáni-co, políti-co, cómi-co. técni-co. Y hay otras
posibilidades, pero quedémonos con éstas por ahora. Pues bien, hace poco vi el
negocio de un curandero y pensé que para designar a quien cura, el camino más
fácil era añadir el sufijo “dor”, “cura+dor”, pero esa palabra parece haber
quedado restringida al ámbito de las artes y otras actividades en las que
alguien, un experto, un “curador”, valora, organiza, cuida y en general vela
por la instalación adecuada de exposiciones de obras artísticas. Al tipo que
“cura” espiritualmente, con remedios tradicionales o prácticas folclóricas vinculadas
con la magia, le quedó pues la opción “curand+ero”, que es como se le designa
popularmente, casi con el gerundio “curand” más el sufijo “ero”. El caso es que
los sufijos modifican las palabras, introducen matices, enriquecen. Lo mejor es
que los tenemos a la mano, son parte del español nuestro de cada día.
Por último, una vez oí que alguien designaba “durero” al vendedor de “duros”, una fritura callejera llamada así en La Laguna; pensé: “Durero”, y concluí que esta palabra ya estaba ocupada por el famoso grabador alemán de nombre Albrecht Dürer, es decir, Alberto Durero.