Los
libros-galería plantean el pequeño inconveniente de no dejarse definir con
facilidad en lo genérico, pero pueden ser tan valiosos como otros de pareja catadura.
Al final, si la calidad está allí, lo que menos importa es el género del cual participan.
Es el caso de Más gente así
(Alfaguara, México, 2013, 255 pp.), de Vicente Leñero, libro misceláneo en el
que el autor de Los albañiles
desplegó una serie de trabajos que ora rozan la crónica, ora la memoria, ora el
artículo, ora el relato con aire ficcional. Pese a que la ensalada parece harto
diversa, o quizá precisamente por ello, es atractiva sobre todo para el lector
que desee deambular por distintos moldes y registros prosísticos, todos
manejados con destreza por el escritor nacido (casi nomás por accidente) en
Guadalajara hacia 1933.
Son
16 piezas las que componen este libro peculiar y hermano de otros dos con
títulos semejantes. En todas es evidente la solvencia de Leñero para
configurar, con cualquier tema, con cualquier personaje, textos de suyo
atractivos, todos nimbados por el malicioso interés que en ellos insufló. Leñero
manejó con maestría el arte de contar, e hizo sereno alarde de su pericia en
textos literarios y periodísticos. Ya no es, al final de su vida, el joven escritor
ceñido al impulso experimental del Boom,
sino el colmilludo lobo de mar que sabe cómo mantener atado al lector con el
relato exacto de historias muy bien elegidas.
Las
reunidas en Más gente así atraviesan,
como quedó dicho, varios registros. Esto se nota apenas deambulamos por el
segundo relato. Si en el primero (“Las uvas estaban verdes”) acomete su
accidentada experiencia como representado por Carmen Balcells, con quien, pese
a ganar el Biblioteca Breve en 1963, nunca se acomodó y con quien al final
sostuvo una relación algo tirante, en la segunda (“Herido de amor, herido”)
reconstruye la vida de Morelos y la enorme carga que el “Siervo de la nación” debió
soportar por el amor/desamor de Francisca Ortiz y el pleito con su
amigo/enemigo Matías Carranco.
Y
en este zigzag avanza el libro: cada capítulo nos depara una sorpresa muy bien
escrita, espesa de detalles y sobre todo humana, demasiado humana, incluso
cinematográfica en ciertos casos, pues no debemos olvidar el fervor leñereano
por la dramaturgia y el guionismo, que acá también asoma la oreja. Intensa
emotividad tienen, a mi parecer, los apuntes con carácter autobiográfico, como
“Madre sólo hay una”, “El enigma del garabato”, “Plagio”, “A pie de página” o
el mencionado “Las uvas estaban verdes”. Otro tono, no menos atractivo, tienen
las piezas de corte cercano a la crónica, como “Guerra santa” y “La muerte del
Cardenal”.
Un
rasgo de estilo, por llamarlo así, visible en Leñero es su apego al español de
México marcado aquí por el empleo de palabras familiares entre nosotros. Aunque
los textos se refieran a temas distantes, la mirada de quien escribe es
mexicana, de modo que el léxico y muchas locuciones verbales y adverbiales de
nuestra conversación condimentan los pasajes: “así como así”, “convenenciera”.
“mhijo”, “órale”, “cambalacheaba”, “vaciladas”, “hechos la mocha”, “chamacas”,
“te cai”, “de a mentiras” y otras bien puestas en el flujo de una prosa harto dúctil.
No hallé ninguna referencia a Más gente así en varias semblanzas de Leñero. Supongo que puede ser considerado menos importante que sus novelas o sus obras de teatro, pero me gustó. De hecho, gracias a este libro me acreció el ánimo de seguir en tratos con el también autor de Talacha periodística.