sábado, marzo 06, 2021

Dolor e imagen en Susan Sontag

 

















En la página 73 de Ante el dolor de los demás (Debolsillo, 2020, México, 109 pp.), Susan Sontag (1933-2004), al comentar el efecto de las horribles imágenes que adornan las actuales cajetillas de cigarros, dice: “¿Seguirán perturbando a los que aún fumen dentro de cinco años? La conmoción puede volverse corriente. La conmoción puede desaparecer. Y aunque no ocurra así, se puede no mirar. La gente tiene medios para defenderse de lo que la perturba; en este caso, información desagradable para los que quieren seguir fumando. Esto parece normal, es decir, adaptación. Al igual que se puede estar habituado al horror de la vida real, es posible habituarse al horror de unas imágenes determinadas”. Este efecto de desgaste semántico, de anulación del impacto deseable en quien mira, es el eje de la reflexión que propone la famosa escritora nacida en Nueva York.

Inteligente hasta la coronilla, Sontag había publicado Sobre la fotografía (1977), libro que de inmediato la ubicó como una de las más agudas observadoras del fenómeno fotográfico en todas sus posibles vertientes: periodística, artística, familiar… En el ocaso de su vida, que como ya vimos terminó en 2004, publicó Ante el dolor de los demás (2003), ensayo que continúa su examen de la fotografía como herramienta compleja, como objeto que por ubicuo supone una fuerte gravitación en nuestra actual aprehensión de la realidad.

La idea regente de este libro puede ceñirse, así sea con trazo demasiado grueso, a esta inquietud: ¿la representación fotográfica del dolor, sobre todo el producido por las guerras, desgasta al receptor y termina por ser desagradable o inocua? En poco más de cien páginas, Sontag examina fotos y guerras, fotógrafos y medios, todo lo que puede envolver a la fotografía como medio de comunicación en un mundo atestado de medios de comunicación y por tanto, más todavía, saturado de imágenes. Entre paréntesis debo decir que Sontag murió antes de que estallara el éxito de las principales redes sociales y plataformas movilizadoras de imágenes, incluidos los videos: Facebook (2004), YouTube (2005), Twitter (2006), Instagram (2010), Pinterest (2010) y TikTok (2017). De haber vivido hasta la actualidad, es de suponer que sus observaciones se hubieran visto por lo menos ampliadas, aunque es evidente que ya para el 2000 se veía venir la avalancha que, en efecto, experimentó un mundo en el cual todos somos, potencialmente, generadores de “contenido”.

Tras articular una cronología de la fotografía de la guerra y pensar en la recepción que tuvo, por ejemplo, en publicaciones como la revista Time (recuerda el caso de Vietnam), Sontag analiza el sentido que puede tener hoy la mostración del horror, y si esto mueve en algún grado el ánimo de quien observa. No es muy optimista en este sentido, pues “La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita”.

En general, la mirada actual observa y pasa de largo, si acaso se apiada de las víctimas mientras ve, pues “Siempre que sentimos simpatía, sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento”. En la saturación, en el impulso por evadir aquello que nos desagrada o, en el peor de los casos que nos atrae sólo por su costado morboso, las fotos del horror son imágenes que simplemente se agregan al collage vertiginoso disponible hoy para todos, razón por la que la autora confía más (para efectos de compasión/movilización) en el relato que en la imagen. Además, como señala casi al final, “Es difícil encontrar espacio reservado para la seriedad en una sociedad moderna cuyo modelo principal del espacio público es la megatienda”. Todo, pues, hasta el más elevado dolor revelado por una imagen, es carne de mercado, objeto sometido al esquema del úsese y tírese.