En 2005 me
fue bien. Aparte de otras buenas noticias, conocí y conversé algunos minutos
con Mario Vargas Llosa. No es, que digamos, un hecho espectacular, pero para
mí, que pondero su obra literaria como una de las mejor ensambladas en
Latinoamérica, significó el encuentro con el Monstruo. Fue en San Luis Potosí. Un
año antes lo había visto de lejos en
Ya de vuelta
en La Laguna, unas semanas después me llamaron de San Luis, me dijeron que mi
hotel y mi transporte estaban listos, y viajé. Lo hice en camión, con gusto,
que así lo pedí para evitar el vuelo con escala en el DF. En la capital
potosina tuve un hotel muy decoroso. La noche indicada me calcé el traje y fui
a la sede del ayuntamiento para oír, primero, una conferencia de Vargas Llosa
sobre el Quijote. Fue, como era previsible, una pieza ensayística perfecta,
basada sobre todo en el prólogo que Vargas Llosa había escrito sobre el Quijote
para figurar en la edición conmemorativa de la Real Academia Española y
Alfaguara. Luego, el público invitado se dirigió a un salón de
Pasado un
buen rato, Vargas Llosa y su esposa Patricia no habían dejado de sonreír por
obligación ante las extrañas caras que les arrimaban poco a poco. En cierto
momento, el organizador fue a mi mesa, me tomó del antebrazo y me habló
directamente: “Jaime, venga rápido”. Fue así como me aproximó a una silla vacía
ubicada al lado del mejor novelista latinoamericano. Yo ignoraba de cuánto
tiempo disponía para hablar con Vargas Llosa, pero calculé que el encuentro
sería efímero, de apenas unos segundos. El organizador le informó: “Él acaba de
ganar el premio nacional de cuento que organizamos en San Luis Potosí”. Como
el viejo sólo sonreía por compromiso y de grandísimos dientes para afuera, me vi
obligado a hablar. Le pregunté por qué no siguió escribiendo cuentos luego de Los Jefes, y le dije que mis novelas favoritas
de su cosecha eran La guerra del fin del
mundo y La fiesta del chivo. También
elogié su ensayo sobre La casa verde,
el de Tusquets. Ingenuamente, le regalé uno de mis libros. Al final logré, eso
sí, tres dedicatorias. En las dos primeras sólo puso MVL, como acostumbra, pero
para el tercer libro ladeó un poco la cabeza y preguntó: “¿Cómo me dijiste que
te llamas, ah?” Le dije mi nombre y entonces se explayó: “Para Jaime, MVL”. Esta
dedicatoria la tengo en Cartas a un joven
novelista.
MVL cumplió 85 el 28 de marzo, y desde hace once años tiene el Nobel.