miércoles, marzo 31, 2021

Instante con Vargas Llosa

 


















En 2005 me fue bien. Aparte de otras buenas noticias, conocí y conversé algunos minutos con Mario Vargas Llosa. No es, que digamos, un hecho espectacular, pero para mí, que pondero su obra literaria como una de las mejor ensambladas en Latinoamérica, significó el encuentro con el Monstruo. Fue en San Luis Potosí. Un año antes lo había visto de lejos en la FIL de Guadalajara, pues el peruano tuvo varias presentaciones, todas brillantes pese a que en más de una oportunidad opinó con alguna ligereza sobre la realidad política de México. A la capital potosina fui a recoger el premio nacional de cuento que obtuve por el libro Leyenda Morgan. Tras la entrega del diploma y el cheque hubo, como se acostumbra en esos casos, un brindis en el que se formaron varios pequeños grupos animados con diálogos espontáneos. Yo no conocía a nadie, pero era el galardonado, de alguna manera el centro de la reunión. Allí me presentaron a un señor muy acicalado del que olvido nombre y puesto público. Tras conversar un rato, a la plática saltó el tema del doctorado honoris causa que la Universidad Autónoma de SLP le otorgaría al autor de Conversación en La Catedral. Como el premio me había dado una migaja de notoriedad, el hombre aquel captó mi interés ante la cercana visita del escritor arequipeño. Fue entonces cuando me ofreció, así nomás, de sorpresa, una invitación a la futura ceremonia, y accedí inmediatamente. Pensé que era pura lengua, pero luego sucedió que el convite iba en serio.

Ya de vuelta en La Laguna, unas semanas después me llamaron de San Luis, me dijeron que mi hotel y mi transporte estaban listos, y viajé. Lo hice en camión, con gusto, que así lo pedí para evitar el vuelo con escala en el DF. En la capital potosina tuve un hotel muy decoroso. La noche indicada me calcé el traje y fui a la sede del ayuntamiento para oír, primero, una conferencia de Vargas Llosa sobre el Quijote. Fue, como era previsible, una pieza ensayística perfecta, basada sobre todo en el prólogo que Vargas Llosa había escrito sobre el Quijote para figurar en la edición conmemorativa de la Real Academia Española y Alfaguara. Luego, el público invitado se dirigió a un salón de la Universidad para ver la entrega de un honoris más para el peruano, y de allí pasamos a cenar a un elegante salón del casino La Lonja. Fue en aquel recinto donde los organizadores me acomodaron cerca, a una mesa, del narrador asediado en todo momento. El señor que me había invitado, quien era algo así como el mandamás en la organización de todo lo que allí ocurría, administraba el besamanos a la estrella de la noche. Ante el recién doctorado desfilaban políticos y empresarios potosinos que quizá jamás lo habían leído, pero sabían de su fama y no desaprovechaban la oportunidad para tumbarle alguna dedicatoria o una foto. Mientras eso ocurría en la mesa del escritor, yo departía en otra con desconocidos.

Pasado un buen rato, Vargas Llosa y su esposa Patricia no habían dejado de sonreír por obligación ante las extrañas caras que les arrimaban poco a poco. En cierto momento, el organizador fue a mi mesa, me tomó del antebrazo y me habló directamente: “Jaime, venga rápido”. Fue así como me aproximó a una silla vacía ubicada al lado del mejor novelista latinoamericano. Yo ignoraba de cuánto tiempo disponía para hablar con Vargas Llosa, pero calculé que el encuentro sería efímero, de apenas unos segundos. El organizador le informó: “Él acaba de ganar el premio nacional de cuento que organizamos en San Luis Potosí”. Como el viejo sólo sonreía por compromiso y de grandísimos dientes para afuera, me vi obligado a hablar. Le pregunté por qué no siguió escribiendo cuentos luego de Los Jefes, y le dije que mis novelas favoritas de su cosecha eran La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo. También elogié su ensayo sobre La casa verde, el de Tusquets. Ingenuamente, le regalé uno de mis libros. Al final logré, eso sí, tres dedicatorias. En las dos primeras sólo puso MVL, como acostumbra, pero para el tercer libro ladeó un poco la cabeza y preguntó: “¿Cómo me dijiste que te llamas, ah?” Le dije mi nombre y entonces se explayó: “Para Jaime, MVL”. Esta dedicatoria la tengo en Cartas a un joven novelista.

MVL cumplió 85 el 28 de marzo, y desde hace once años tiene el Nobel.