Pregunto
como preguntaban al lector los articulistas de antes: ¿sabe, amable lector, qué
espacio se necesita para guardar un millón 50 mil libros? ¿Tiene una idea de la
cantidad de cajas que se requieren para mantenerlos en orden y bien contados?
¿Puede imaginarse qué logística es viable para distribuirlos? Pues bien,
tampoco yo lo sé, pero según mis cálculos no es fácil producir, almacenar y
repartir esa sobredosis de libros, así que mejor nos conformamos con la
posesión de la idea abstracta: poco más de un millón de libros son varios
contenedores atestados, una montaña de papel casi jamás vista en ningún lugar
del mundo.
Explico
lo anterior porque en abril de 1981, hace exactamente cuarenta años, la nouvelle Crónica de una muerte anunciada fue lanzada por las editoriales La
Oveja Negra de Colombia y Diana de México con el tiraje susodicho. Fue un
terremoto, claro, pues entonces, y quizá hoy más, era apabullante que a un
escritor latinoamericano, o de cualquier parte del mundo, lo difundieran en
tamañas cifras. Gabriel García Márquez sumaba 54 años, y al año siguiente,
1982, le dieron el Nobel de literatura. Para entonces tenía publicadas cinco
novelas, tres libros de cuento y cinco de periodismo, y ya era con eso el
escritor más famoso de nuestra lengua, tanto que sus nuevas obras dejaban
hechos papilla los tirajes habituales en el mundo editorial latinoamericano.
Digamos, sólo para terminar con la comparación, que un escritor de México o de
nuestros países cercanos es un hitazo si logra que las editoriales le impriman
de dos mil a cinco mil libros, y un escritor a secas o “terrenal” (como diría
Julión Álvarez) debe darse por satisfecho si de su libro salen 500 o mil. Esto
da una idea aproximada de lo acontecido en aquellos años con Crónica de una muerte anunciada, la
nueva y esperadísima novela del colombiano que se había hecho famoso con Cien años de soledad y ya sonaba para el
Nobel.
Crónica…
fue un libro muy bien recibido por la celebridad de su autor y por una razón
más importante: porque es un relato magistral. Desde su título, plagiado hasta
el asco por el periodismo cada vez que ocurría algo más o menos anticipable (“Crónica
de un fraude anunciado”, “Crónica de un gasolinazo anunciado”, “Crónica de un
robo anunciado”…), el libro aparecía perfectamente urdido. Como se sabe, esta novelita, legible en dos o tres sentadas, narra un tiempo objetivo de
apenas unas horas, ni un día siquiera; quien nos cuenta la historia es una
especie de alter ego borroso de
García Márquez, un sujeto que trata de reconstruir, muchos años después de
ocurridos, los detalles de un asesinato. Los hermanos Pedro y Pablo Vicario son
amigos de Santiago Nasar, a quien deciden matar con cuchillos de marranero
porque en teoría acabó con la virginidad de su hermana Ángela Vicario, quien
fue devuelta a su casa por Bayardo San Román, su esposo, apenas unas horas
después de la boda. La afrenta de haber deshonrado a Ángela y echado a perder
su incipiente matrimonio provoca en los Vicario el ansia de acabar con el
culpable, Nasar, lo cual logran sin mayores contratiempos.
Basada
en el prejuicio de la virginidad femenina, hoy hecho polvo, la historia no
importa en cuanto al qué, pues desde el principio sabemos que Nasar es hombre
muerto. Lo fascinante del libro es el cómo, un cómo planteado aquí no en
relación con el método empleado para matarlo, sino un cómo relacionado con la
forma en la que se reconstruye la historia. Como reportero que muchos años
después entrevista a los testigos de aquellas horas, el narrador consigue que Crónica… fluya coralmente y que cada personaje primario y secundario
aporte su granito de chisme para introducirnos, no sin humor, en la
comunicación pueblerina, en sus mitos y en sus creencias más firmes. Todos
cooperan para que sepamos cómo y por qué murió Santiago Nasar.
La
releí y sigue siendo una novela admirable. Como nota final debo decir que tengo
dos primeras ediciones con el muerto ensabanado en la portada. No era difícil conseguirlas.
Recordemos su tiraje: más de un millón de ejemplares.