miércoles, abril 14, 2021

Una travesía etílica












No sin malestar he recorrido la inmovilidad o la casi inmovilidad de estos meses de enclaustramiento forzado. La idea de salir sin más miedo que el convencional, es decir, al accidente o al robo, ha sido pospuesta y todavía, con o sin provocación mediante, muy frecuentemente se aviva mi antojo de viajar aunque sea cerca, de perdida a Parras o a Durango. Por eso el senderismo de estos meses, y por eso tantos documentales de viajes y viajeros en YouTube: de alguna forma hay que saciar el hambre de caminar, ver y comer, que en esto radica para mí la esencia de los viajes.

De un viaje antojable trata precisamente la novela Y retiemble en sus centros la tierra (Tusquets, 1999), de Gonzalo Celorio (México, 1948). Digo antojable porque muchas veces he estado en el lugar que es escenario de su libro y podría volver allí cuantas veces fuera necesario porque es un sitio que me atrae; me refiero, o se refiere Celorio, más bien, al centro histórico de la Ciudad de México, al ombligo de nuestra leviatánica capital.

Ensayista, profesor universitario, funcionario cultural y académico de la lengua, Celorio ha escrito una historia, tal vez la mejor, sobre la actualidad —hasta el cierre del siglo XX— del centro histórico que es, como sabemos, un emblema de nuestro país, pues allí se condensó lo indígena y lo español que nos configuraría como nación, el mestizaje que es posible suponer en la simétrica presencia del Templo Mayor y la Catedral Metropolitana.

El protagonista de la historia es Juan Manuel Barrientos, profesor universitario con notables credenciales y un prestigio bien ganado como académico. Especialista en literatura y arquitectura novohispanas, Barrientos acuerda con sus alumnos más cercanos, luego de una sabrosa bacanal de fin de cursos, prolongar el encuentro al día siguiente con un paseo por el centro histórico en el que se cumplirá un itinerario muy interesante, diría que envidiable: recorrer cantinas del sector, beber una copa en cada una, y en los traslados a pie explicar con detalle las características de los inmuebles que en el camino hay, como el de la Catedral. Lo malo del caso, por lo menos en el grueso de la historia que sentimos severamente realista aunque al final afantasme los hechos, es que el doctor Barrientos acude a la cita y no llega nadie. Crudo por la borrachera de la noche anterior, se resigna y a mediodía comienza, solitario, el periplo por la maqueta del centro histórico y los rasgos estilísticos de sus edificaciones, y de paso no se niega, obvio, a la ingesta de tragos que satisfacen una de sus más grandes pasiones: el alcohol.

El relato avanza en dos perspectivas: en tercera persona y en segunda, que pespuntean para ilustrarnos con minucia sobre arquitectura e historia y para envolvernos, sobre todo en segunda persona, con el relato biográfico de Barrientos.

No parece ser su propósito, pero es una novela con asordinado sentido del humor y escrita con un español de muy bien templado pulso. La vida de Barrientos es, como casi cualquier vida, accidentada, azarosa. Cuando alcanza su estabilidad como académico, no deja de sentir los latigazos de la frustración. Es él un académico competente, de gustos refinados, pero con sentido de lo callejero, pues de allí procede. A medida que avanza en el recorrido, aumenta su embriaguez y su descenso al bajo mundo hasta que amerdiza (o sea, “aterriza” sobre la mierda) en un lupanar de la más pinchurrienta índole y en el que su cultura sólo sirve para dos cosas.

Y retiemble en su centros la tierra es un paseo por el centro histórico que vale la pena emprender en la vida real. El entorno del zócalo jamás dejará de ser fascinante, como es posible advertir en las antedichas páginas de Gonzalo Celorio.